LA HABANA, Cuba.- De casualidad pasamos por la casa del doctor Ramón Grau San Martín (1882-1969), ex presidente de la República de Cuba.
Caminar por la Quinta Avenida de Miramar, barrio que se fundó en La Habana a principios del siglo XX, resulta un paseo muy agradable. Nos sentimos como si anduviéramos por otro país. Allí reina la belleza, la limpieza, la tranquilidad y la perfección. El resto de la ciudad es un puro desastre del fracasado comunismo.
Nos detuvimos ante aquella casa, en Quinta y Calle 14, vacía, aparentemente habitada por fantasmas. La residencia de Grau, vista desde el exterior, se conserva en perfecto estado; es hoy albergue para fiestas de escolares, aunque le falten las elegantes y antiguas rejas que la protegían, las majestuosas palmeras y un césped bien cuidado.
La vida de Grau, médico-profesor de la Universidad de La Habana, delegado a la Asamblea Constituyente de 1940 y presidente entre 1944 y 1948, apenas se ha analizado como es debido en la Cuba de Fidel.
Numerosos historiadores oficialistas le achacan haber provocado el gansterismo, la corrupción en su gobierno, de ser tan demagogo como el resto de los presidentes de la República, de cometer escandalosas actividades delictivas, como el robo de 50 millones de pesos ―o dólares― del Retiro Azucarero, denunciado esto en la Revista Bohemia por Eduardo Chibás, de estar en concubinato con Paulina, la viuda de su hermano, y del robo del brillante del Capitolio, que apareció más tarde en el despacho de Grau y que hoy no se sabe dónde está.
Pero gracias a Newton Briones Montoto (1941-), licenciado en historia y quien, con una gran paciencia y valentía, busca las verdades ocultas de nuestro pasado republicano, hoy muchos conocemos la personalidad y vida del expresidente.
A partir de 1959, ante el triunfo de Fidel Castro, Grau permaneció en su “chocita” ―como llamaba su casa― hasta morir, en 1969. Tenía 86 años y no era un hombre rico.
Pudo ver, durante todo ese tiempo, cómo se desmoronaba la economía cubana, cómo la represión contra los opositores del pueblo era mayor que en gobiernos pasados ―sus sobrinos Polita y Ramón, enemigos de la dictadura fidelista, cumplían treinta años de prisión― y cómo las ideas castristas destruían al país.
Al morir Grau, Fidel Castro ordenó a una brigada especializada de constructores que revisaran de punta a cabo la casa: techos, paredes, pisos, en busca del pasadizo secreto por donde no sólo entraba Paulina de madrugada a las habitaciones privadas de Grau sino donde, además, podían guardarse aún los 50 millones que, según Chibás, había robado Grau junto con Carlos Prío Socarrás.
Según Briones Montoto, se trató de otras de las mentiras del líder ortodoxo.
La casa de Grau se llenó de huecos, producto del capricho del Comandante Invicto, y tuvo que ser restaurada mucho después. Ni siquiera se consultó con sus herederos, presos en aquellos momentos en las cárceles de Fidel.
El pasadizo secreto nunca existió y Grau carecía de dinero.
Según Briones Montoto, “Grau no respondía a los cánones generales de nuestra cultura. No era un cubano típico, sino poco protagónico y poco autoritario, no dado a las hazañas amorosas ni a contar aventuras inconmensurables, sino todo lo contrario”.
En sus ya famosos y muy buscados artículos sobre Grau, publicados a partir de 2013 en la Revista Espacio Laical, del Proyecto del Centro Cultural Padre Félix Varela, Briones Montoto se convierte en un “historiador que fomenta la duda cartesiana”, porque “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”, y porque “no es sólo Grau y Chibás lo que está mal contado, sino algunos hechos históricos más. Grau prefirió el diálogo al monólogo y no fue ladrón ni asesino”.
Newton Briones Montoto es un descubridor de nuestra Historia, conoce los riesgos que ha corrido en busca de la verdad, “acostumbrados como estamos a venerar héroes que no son tan honorables como muchos hubiéramos querido creer”.
Cabe aquí la anécdota del viejo periodista independiente, José Fornaris, hoy presidente de la Asociación Pro Libertad de Prensa de Cuba, cuando en 2003 trató de conocer el lugar donde se guardaba el brillante del Capitolio. Bajo la cúpula del Capitolio no estaba ni está.
Recorrió inútilmente numerosas oficinas gubernamentales. Nadie sabía dónde se guardaba la famosa piedra de 25 quilates, perteneciente a la corona del Zar ruso. Así lo dejó escrito Fornaris en una crónica para CubaNet, publicada en esa fecha. Incluso un dirigente gubernamental, muy intrigado, le preguntó si él era coleccionista de brillantes, a lo que Fornaris respondió con una triste sonrisa.