LA HABANA, Cuba.- Cuando leí los primeros artículos firmados por Ana León, por la profundidad y sapiencia que mostraban, supuse que su autora era una cincuentona, canosa, de espejuelos, adusta. Grande fue mi sorpresa cuando la conocí y me encontré una muchacha bonita, jovial, delgada, de pequeña estatura, que aparenta muchos menos de los 35 años que tiene. Nada de eso que llaman “aspecto profesoral”. Pero, ¡cuidado! Su personalidad es fuerte y tiene muy claro el camino. Tanto que cuando uno la lee o conversa con ella, impresiona. Y te pone a pensar… Fue lo que me pasó con las respuestas de Ana (¿Anay?) a este cuestionario para CubaNet.
-¿Cómo llegaste al periodismo independiente? ¿Lo has lamentado alguna vez?
-Fue en 2015. Había pedido la baja de la Universidad y terminado la segunda edición del Premio Casa Victor Hugo, del cual fui gestora cultural. Hice las gestiones para trabajar como guía de turismo, pues hablo inglés y francés, y al haber estudiado Historia del Arte conozco todo lo necesario sobre arquitectura colonial, arte cubano. Sin embargo, la falta de eso que llaman “palanca” conspiró contra la posibilidad de trabajar en el sector. Entonces un amigo me sugirió escribir, ya que me gusta tanto. Me habló de la prensa independiente y me dijo que conversara con Camilo Ernesto Olivera, para que me explicara cómo eran las cosas. A Camilo yo lo conocía del mundo del rock. Le tengo aprecio y agradezco su sinceridad. Me habló de Diario de Cuba y CubaNet. Fue muy claro conmigo y me dio un consejo que seguí al dedillo: separar el periodismo del activismo. Me advirtió de los riesgos con la Seguridad del Estado y me recomendó empezar a escribir con un seudónimo, por si acaso quería “rectificar”. Escribí a ambos medios. CubaNet respondió y vi mi primer texto publicado el 6 de diciembre de 2015. Así empecé. Nunca lo he lamentado y no hay nada que rectificar.
-¿Qué te queda positivo de tu tiempo como profesora de Arte Cubano? ¿Y negativo?
-Lo mejor fue la posibilidad de transmitir al menos una parte de lo que aprendí durante mis años como estudiante de Historia del Arte; una época que cambió mi vida, mi visión de La Habana, del arte, de la cultura y la historia cubanas. Varias carreras incluían Panorama de Arte Cubano entre sus materias curriculares, así que tuve la oportunidad de dar clases a Filología, Comunicación Social y Periodismo. Cada experiencia fue diferente, pero casi todos los estudiantes tenían dos cosas en común: más de veinte años de edad y nunca haber puesto un pie en el Museo de Arte Cubano. Cada semestre yo preparaba una visita dirigida al Museo y les resultaba muy útil e instructiva. Muchos se acercaron para decirme que gracias a la asignatura de Arte Cubano aprendieron a mirar La Habana de otra manera. Todavía algunos me ven, me saludan y me llaman “profe”. Eso me produce una emoción singular.
Lo peor de la experiencia como profesora fue descubrir el trabajo que se pasa para dar la clase que tanto te costó preparar; el hecho de que no hay computadoras ni proyectores; la indolencia, la desorganización, los cabildeos departamentales; el mísero salario y aquel horrendo Diplomado Político-Ideológico que había que pasar obligatoriamente como parte del Servicio Social. Algo absurdo, una pérdida de tiempo y una gran mentira.
La carencia de medios era tal que durante el semestre que impartí clases a Comunicación Social, como no había proyector, tuve que subir el monitor de una computadora de escritorio en una silla y poner la silla sobre un buró para que todos los estudiantes, casi 40, pudieran ver las imágenes. Los recuerdo en el aula pequeña, apretados delante del monitor de 14 pulgadas. El interés de aquellos muchachos fue mi mayor motivación durante ese primer semestre como profesora. De ahí en lo adelante, todos los problemas materiales se agravaron. Cuando comencé a impartir Historia de la Música Cubana, muchas veces tenía que llevar mis propias bocinas. Si no había computadora, tenía que recurrir a la caridad de un estudiante que me prestara su laptop para dar la clase. Era desgastante, pero no quedó más remedio que sortear esos inconvenientes porque mi trabajo tenía que salir con la mejor calidad posible.
La decepción definitiva ocurrió en la Facultad de Periodismo, donde denuncié un fraude en mi asignatura, solicité la suspensión del estudiante por un año y el Rector, Gustavo Cobreiro, decidió invalidar esa sanción e imponerle como castigo el no asistir a las restantes clases de Arte Cubano ni realizar evaluaciones parciales. Tendría que hacer el examen en convocatoria extraordinaria, así que el chico descansó de la asignatura durante el resto del semestre, se presentó al Extraordinario y aprobó con la nota mínima. Fin de la historia. Me dolió mucho que se perdonara un caso de fraude académico en la Universidad, y estoy segura de que no fue el primero ni el último. Nunca imaginé que la dignidad de un profesor pudiera verse tan comprometida por causas ajenas a su voluntad. El golpe fue tan fuerte que ni siquiera pensé en apelar la decisión del Rector. Decidí irme de la Universidad apenas terminara el semestre, pues una cosa es lidiar con el salario miserable y la falta de recursos, pero otra muy distinta, y muy grave, es que se tome a la ligera el fraude académico. Nunca antes me había sentido, ni me he vuelto a sentir, tan humillada, especialmente porque en Periodismo tuve la peor experiencia como docente. A lo largo de cuatro años, no vi personal administrativo más desconsiderado e indolente que el de esa Facultad. Después del suceso, la única forma de reconciliarme conmigo misma era pedir la baja, así que lo hice y no me arrepiento. Por cierto, el joven implicado hoy escribe para Juventud Rebelde, mientras los periodistas independientes son acusados de “usurpación de la capacidad legal”. Una desvergüenza.
-¿Cómo te sientes luego de haber revelado tu verdadero nombre? ¿Hay diferencias entre Ana León y Anay Remón?
-Ana León surgió del miedo de Anay Remón. Era tan ingenua que creí que con un seudónimo me podría esconder de la Seguridad del Estado. Diferencias esenciales no hay; pero Ana León es corto, pegajoso y llevo casi tres años escribiendo con ese nombre. Fue una decisión editorial mantener el seudónimo porque así me identifican los lectores de CubaNet. Me siento igualmente cómoda con ambos. Lo único que me preocupó al momento de revelar mi identidad fue la posibilidad de que personas a quienes aprecio empezaran a tratarme con reserva. El temor a la “culpa por asociación” es muy frecuente en Cuba, y la campaña de desprestigio del gobierno hacia la prensa independiente es muy agresiva, así que me he preparado para eventuales desplantes. Pero también es cierto que en momentos como este la vida te saca del medio a gente que no vale la pena, y quedan los que realmente te quieren bien y se preocupan por ti. Ya veremos…
-Se han ensañado contigo: te presionan, amenazan, te impiden viajar al exterior…¿Cómo te las arreglas para enfrentar todo eso con tanto valor y dignidad?
-A estas alturas me consta que la Seguridad del Estado viene incluida en el paquete de la Prensa Independiente, y resulta obvio que no está defendiendo la revolución ni la soberanía, sino a una élite que quiere mantenerse en el poder. Es desagradable saber que te vigilan y pueden, con total impunidad, prohibirte viajar, decomisarte equipos, allanar tu casa o cosas peores. Pero el hecho de que me repriman me da la razón. Cada día, cuando salgo a la calle, compruebo que el periodismo independiente tiene que existir y debe mejorar. Cuba está llena de problemas que se han acumulado y agravado durante décadas, sin que aparezcan las soluciones. Solo hay que detenerse a observar y escuchar. El valor y la dignidad se fortalecen con causas justas. Te digo con absoluta humildad que desde que inicié en la escuela, en primer grado, no me he separado ni un solo momento del camino. He estudiado toda mi vida, visualicé mis metas y las alcancé. Soy una profesional que trabajó cuatro años para el Estado y jamás pudo sobrevivir una sola semana con su salario de profesora universitaria (470 pesos mensuales). Cuando te empiezas a preguntar qué pasó, y te percatas de que no hay señales de mejoría ni tienes posibilidad de trazarte un proyecto de vida a partir de la carrera que estudiaste, la frustración no te deja dormir, así que sales a buscar tus propias soluciones con las habilidades y el conocimiento de que dispones…Mis recursos están en el mundo de las letras. Lo que comenzó por razones económicas hoy representa un ejercicio de ciudadanía que le ha dado sentido a mi vida. Escribir para un medio independiente me ayudó a ser más consciente de la realidad de mi país, comprobando en mi persona que para el gobierno es muy fácil violar los derechos civiles. No pensé en CubaNet como una opción a largo plazo, pero de alguna manera se convirtió en la solución perfecta para escribir sobre lo que me gusta, lo que me interesa y lo que no debe quedar en silencio. Es una satisfacción por la que vale la pena luchar…
-¿Cuál consideras sea tu mayor virtud? ¿Y tu mayor defecto?
-Soy sincera. Eso me ha permitido ir tranquila por la vida, sin cuentas pendientes ni cargas de más. Defectos tengo muchos y todo el que me conoce tiene una teoría distinta de cuál es el peor, pero te confieso que soy hipercrítica, lo cual a veces me obliga a ser perfeccionista y es algo que puede tornarse contraproducente, pero me esfuerzo mucho para mantenerlo controlado.
-¿Te ha deparado satisfacciones tu trabajo como periodista? ¿Y decepciones?
-Satisfacciones he tenido muchas, personales y profesionales. La primera fue poder decirle a mi mamá que ya no tenía que trabajar como doméstica en una casa de alquiler para turistas, donde la explotaron durante ocho años, tras haberse jubilado con una pensión de 200 pesos que no alcanzaba para nada. Me hizo muy feliz decirle que en lo adelante yo podría contribuir en serio a la economía familiar para que ella pudiera descansar, pues lo merece más que cualquiera que conozca. Gracias a mi trabajo como periodista independiente pude reencontrarme con mi único hermano en Miami, tras 22 años sin vernos. Él emigró en 1994 y nunca regresó a Cuba. Para mi mamá, que no lo ha vuelto a ver, fue lo más cercano a abrazarlo de nuevo después de tanto tiempo. También he tenido la gran satisfacción de no renunciar a lo que estudié, porque CubaNet tiene un espacio para temas culturales. Escribir sobre teatro, danza, música o artes plásticas, ha evitado que el contacto permanente con todo lo negativo que ocurre en Cuba me amargue la existencia. Viajar ha sido un regalo inestimable, que me ha permitido conocer un poco de la vida en otros países y aprender mucho. Eso transforma por completo tu visión, e incluso te das cuenta de que esos países que los cubanos creían atrasados están avanzando, cada uno a su ritmo, hacia un desarrollo sostenible; mientras nosotros parecemos ir en reversa.
Desde el punto de vista profesional, he adquirido nuevas habilidades para trabajar con la gente, algo que me gusta mucho. También he aprendido a emplear otros registros en mis textos, porque en la carrera de Historia del Arte te acostumbras a escribir ensayos con un lenguaje dirigido al público especializado. El periodismo es para todo tipo de lectores, así que he hecho lo posible por utilizar un lenguaje más coloquial, sin caer en vulgaridades ni facilismos.
Hasta el momento no he tenido decepciones, solo esa tristeza de no poder dejar de mirar lo malo una vez que lo descubres. Cuando me adentro en la sociedad cubana, la mierda sale por todas partes. Guardo historias que no puedo contar porque no me pertenecen, y son tan graves que necesito revelar la fuente para que no queden como “medias verdades o exageraciones”. En Cuba suceden cosas terribles y aunque algunas no las propicia el gobierno, el condenable proceder de un solo ciudadano es la expresión de cuánta humanidad se ha perdido en los últimos años.
-¿Cómo ves el futuro de Cuba y a ti en ese futuro?
-El futuro es consecuencia del presente. Tal como andan las cosas, el porvenir luce aterrador. A veces, sueño despierta, imagino a Cuba como una sociedad organizada, con ciudadanos disciplinados y conscientes de que el desarrollo de la nación depende de ellos. Desde hace muchos años Cuba está atravesando lo que Martí definió como “una situación revolucionaria”. Deberían estar sucediendo muchas cosas, pero se mantiene la dinámica del silencio, el miedo, el no saber cómo participar, la emigración y el “sálvese quien pueda y como pueda”. A veces imagino a Cuba como un Estado bien constituido, que en lugar de acorralar al sector privado, negocia con él para compartir responsabilidades y beneficios. Imagino un país donde se producen movimientos sociales pacíficos orientados a lograr cambios por el bien general, sin necesidad de que haya un líder que se adjudique el triunfo de todos y con quien luego todos se sientan en deuda. En ese futuro utópico, cada individuo ejerce su derecho y deber ciudadano; hay educación, interés por los demás, protección a los animales, compasión, diálogo y entendimiento. En ese sueño me veo otra vez ejerciendo la docencia y escribiendo ficción. Desafortunadamente, el presente indica que se sigue pensando de la misma manera que hace 60 años y como dijera Churchill: “Quien no está dispuesto a cambiar de opinión, no está dispuesto a cambiar nada”. A pesar de que se avecina una reforma constitucional, no veo al pueblo implicado en el proceso. Es increíble la cantidad de “ciudadanos” que consideran que la convocatoria para discutir el anteproyecto de Constitución es como una de tantas rendiciones de cuentas a las que dejaron de ir hace muchos años porque con ellas nada se resuelve. Pocos entienden el actual contexto como una oportunidad para ejercer el derecho a opinar y ayudar a reconstruir la sociedad. En esta apatía mezclada con desesperanza se puede comprobar la acción deformadora del gobierno. El sentido de la democracia está tan distorsionado en Cuba que el pueblo ha perdido la confianza en la fuerza social, en su capacidad de impulsar cambios. Siendo así el presente, evito pensar en el futuro que me parece más probable: el de una Cuba servil al turismo, con su pueblo correteando tras las divisas; con un Estado débil y un ejército fuerte (por si acaso las fuerzas sociales reaccionan); un sector privado totalmente corrupto y desentendido de su objetivo social gracias a la presión del gobierno; una sociedad muy envejecida, con cifras de indigencia y bajo nivel de instrucción, similares a los de países de América Latina que en el discurso oficialista siempre han sido tratados con condescendencia, creyéndolos inferiores. Solo que en ese porvenir tales naciones estarán mejor que Cuba y hacia ellas migrarán los cubanos; de hecho, ya lo están haciendo. Ante la posibilidad de ese futuro trato de respirar hondo y cierro los ojos, para no verme.