LA HABANA, Cuba. – A finales del pasado mes de enero, en una reunión del Consejo de Estado, el gobernante cubano Miguel Díaz-Canel pasó revista al desarrollo de la industria ligera de Cuba. Se refirió sobre todo a fortalecerla con productos de calidad y buen gusto.
Recordar la Cuba anterior a 1959, cuando la industria ligera cubana era una de las mejores de América Latina, con varios siglos de existencia gracias a los españoles y por último a los Estados Unidos, es algo que Díaz-Canel no puede hacer. Mucho menos cuando esa gran industria desapareció de un plumazo, por obra y gracia del Comandante en Jefe.
Ahora veremos por qué.
El gobernante cubano nació el 20 de abril de 1960. Seis meses después Fidel Castro nacionalizó 273 grandes empresas cubanas y 116 norteamericanas sin compensación. Dos años después se estableció el racionamiento de los productos industriales ligeros como consecuencia de dicha nacionalización y exactamente el 16 de marzo de 1962, el Che Guevara, ministro de Industria, criticó duramente a la dirección revolucionaria por la falta de calidad en la producción.
Aunque se veían ya las consecuencias de la mala administración de las empresas estatales, en diciembre de 1962 miles de comercios, ferreterías, zapaterías, etc., propiedad de cubanos, fueron confiscados por el Estado y seis años después, el 13 de marzo, todos los pequeños comercios privados propiedad de cubanos que quedaban en libertad fueron confiscados en una tarea que se recuerda como La Gran Ofensiva Revolucionaria.
No quedó títere con cabeza. La industria ligera desapareció totalmente, las tiendas permanecieron vacías y nunca más se disfrutó de un comercio, uno de los más florecientes del continente.
Díaz-Canel tenía entonces ocho años de edad. Seguramente recuerda cuando no había en Cuba ni palillos para la higiene de los dientes.
Pasaron los años y creció el niño villaclareño Miguel Díaz-Canel. A sus 58 años, convertido en gobernante del país, aunque los millones de cubanos no pudieron elegirlo, dice que “la industria ligera juega un papel decisivo en la satisfacción de las necesidades de nuestra población y en la economía nacional, al sustituir importaciones y aumentar las exportaciones”.
Luego de más de medio siglo de socialismo fracasado, cuyo modelo cubano “no funciona ni siquiera para nosotros” —como dijera el genio político de Fidel Castro en septiembre de 2010—, Díaz-Canel no se da por vencido. La demagogia que practica como buen alumno de su padrino Raúl Castro, el pueblo ya la conoce bien.
Dice, dan ganas de reír, que “el país está en condiciones de desarrollar una gama de productos de marcas cubanas de impacto para exportar” y que hay idea de producir una línea económica que se caracterice también por la calidad y la belleza. O sea, que Díaz-Canel asegura que dichos productos “sean dignos para nuestra población”.
Pero lo más curioso de toda esa demagogia es que el gobernante puso de ejemplo la industria cubana del mueble, desaparecida durante décadas, “hoy convertida en producciones de altísima calidad y confort para hoteles del turismo extranjero”, dijo y la hilandería de Holguín, con su producción de frazadas de piso para la población.
Ante toda esta parafernalia de criterios, es posible que el gobernante cubano desconozca que en años anteriores, el Comandante Ramiro Valdés, analizando la situación de la industria cubana, dijo una verdad que el pueblo sí conoce porque la sufre a diario: la industria cubana no soluciona los problemas que tiene el país, no resuelve las carencias que sufre la población.
Moraleja: O Díaz-Canel acepta como ineficiente la economía cubana controlada por el gobierno y adapta culturalmente el país a las demandas del capitalismo productivo, o perece en su empeño.
Ahí está la clave de su éxito como gobernante.