LA HABANA, Cuba, enero (173.203.82.38) – La granja Siete Palmas, al este de La Habana, parece salida de la pluma de George Orwell. Allí aquello de que algunos animales sean más iguales que otros -es sabido que en la versión socialista verde olivo no puede ser de otro modo- alcanza su definición mejor. Se aspira nada menos que a la absoluta pureza genética de los animales de corral cien por ciento criollos. La actualización del modelo económico requiere de razas puras en potreros, corrales y cochiqueras. Y uno que evoca aquella historia de los arios y los nazis- y por qué no, también la del Arca de Noé- no puede evitar cierto erizamiento, aunque se hable de cerdos, chivos y gallinas. Nadie sabe por lo que le pueda dar mañana a “esta gente”.
Siete Palmas, creado hace dos años a partir de una idea de la Asociación Cubana de Producción Animal, es uno de los 84 cotos genéticos que existen en el país. Fíjense que lleva el apellido genético. Nada que ver con los cotos de caza de la élite. Esa es otra historia.
Las primeras especies llevadas a Siete Palmas fueron gallinas cubalayas y pavos y cerdos criollos. Luego trajeron guineos de Turiguanó y cabras criollas de Granma (la provincia, no el periódico, de donde pudieron haber traído, en lugar de cabras, carneros, cabrones y cotorrones). Ahora en el coto hay además codornices, jutías, conejos, ovejos y caballos. Por haber, hay hasta biajacas en una laguna, donde también planean criar manjuaríes. Probablemente sea uno de los pocos sitios de Cuba en que las biajacas no han sido devoradas por las voraces clarias introducidas durante el Período Especial.
Por suerte, el comandante Guillermo García, con poderes omnímodos al frente de Flora y Fauna, tan dado a introducir animales exóticos como monos azules y búfalos vietnamitas, en la isla-finca de los jefes, totalmente ajeno al equilibrio ecológico y otras zarandajas científicas, no parece andar por los alrededores de Siete Palmas.
Como el coto Siete Palmas en estos tiempos de ajustes debe tratar de autoabastecerse lo más posible, los animales son alimentados con los residuos de las cosechas. Hasta tallos de yuca tienen que comer los pobres animales.
Pero el hambre no es lo peor, que uno se acostumbra (¡si lo sabremos los cubanos!). Tampoco los controles y registros acerca de los animales. Lo peor es que con tanto espacio como hay en el coto, los animales están enjaulados y en muchos casos, rigurosamente separadas las hembras de los machos.
En el caso de las cabras, el semental tiene que estar aislado del rebaño de hembras. La monta es solo entre animales elegidos cuando lo deciden los criadores. Mientras las hembras pastan, los machos están encerrados en los establos. Supongo que les pase como a aquel personaje de la guaracha tan popular de Pedro Luis Ferrer cuando lo pasaban por la radio: la vaquita Pijirigua, “que quería seguir a la antigua”. Pero a los animales, por muy de pura raza que sean, nadie les pregunta su opinión.