CIUDAD JUÁREZ, México. – El doctor Dairon Elisondo Rojas habla con la lucidez de un experto en crisis humanitarias. También lo hace con la experiencia del que un día tuvo que huir de Cuba y se enfrentó a lo inimaginable camino hacia la “tierra de la libertad”.
De Estados Unidos sólo le separa un río y su tercera audiencia en la corte, de la que no habla hasta que se le menciona. Y un gran reto que nunca imaginó, en su última frontera hacia su sueño: salvar tres mil vidas en un campo de refugiados en Matamoros (México). Mejor dicho, a 520 mil, las de toda una ciudad: porque sabe que una vez que el coronavirus llega, puede arrasar con todo.
“Hay que tomar conciencia de que el coronavirus es algo real, que está sucediendo en todo el mundo. Si no se toman las medidas preventivas, puede ser catastrófico y mortal entre los inmigrantes”, dice a CubaNet el doctor Elisondo en entrevista telefónica.
El médico, que ahora lidera un plan para que esta pandemia no golpee más aún las vidas de las personas del mayor campamento de migrantes en la frontera norte de México, fabricó envases para cosméticos en una fábrica maquiladora mexicana, en la frontera con Brownsville (Texas).
Debía de “resolver”. Fueron dos meses. Entre centenares de carpas donde viven miles de personas que esperan en México su proceso de asilo en Estados Unidos, encontró un letrero que decía “Se busca un doctor”.
Helen Perry, una veterana del Ejército de Estados Unidos y enfermera, lo contrató en el mes de octubre. Es la directora ejecutiva de Global Response Management (GRM), una organización que ha ofrecido asistencia médica de emergencia en Irak, Yemen, Bangladesh, Siria, Bahamas.
Para ella, que fundó una clínica móvil tras ver las imágenes de niños, mujeres y familias enteras de este campamento espontáneo a orillas del Río Bravo -que recibe el nombre de Grande en lado estadounidense-, el doctor cubano es “fabuloso”.
“Estamos muy agradecidos de que trabaje con nosotros. Tenemos mucha suerte”, dice Perry, nacida hace 42 años en el estado de Florida.
Acostumbrado a superar obstáculos, Dairon Elisondo prepara desde hace más de un mes y medio un plan de contingencia ante la llegada previsible del coronavirus. Es el médico de base encargado de la clínica que creó Helen Perry, casada también con un veterano como ella, que fue herido en la guerra de Afganistán.
En Cuba se especializó en terapia intensiva. En las misiones en Venezuela luchó contra todo tipo de emergencias. El médico Elisondo fue enviado a ese país por el régimen comunista. Allí comenzó a disentir también contra Nicolás Maduro. Desertó. Y lo detuvieron a él y a su pareja, la doctora cubana Elizabeth Despaigne Caballero, ahora ecografista a tiempo parcial en este campamento formado por quienes están en el proceso de solicitar el asilo político en Estados Unidos y han sido retornados a México a esperar sus procesos por el acuerdo del MPP, como ellos.
Vivieron la persecución al ser devueltos a Cuba. Nunca pudieron más volver a ejercer como médicos, ni a disfrutar de la relativa tranquilidad que gozaban cuando no cuestionaban públicamente al sistema. Tuvieron que huir. Así es como llegaron en Matamoros el 21 de agosto del 2019.
“Me fui de Cuba porque políticamente no estaba de acuerdo. Sólo el hecho de querer desertar de la misión te trae unas consecuencias para ti y tu familia, te quitan todo lo que ganaste, te ponen medidas cautelares, ya no puedes más trabajar…”, recuerda Elisondo , nacido en Villa Clara hace 28 años.
Ahora con la organización estadounidense Global Response Management (GRM) está luchando contra uno de los más temibles asesinos invisibles, que ya se ha llevado la vida de más de 28 mil personas en varios países y ha contagiado a más de 600 mil, sin que se sepa aún cómo pararlo cuando comienza el contagio, más que con el aislamiento. En Estados Unidos hay ya más de 100 mil contagiados y 1 500 muertos.
En México hay, por el momento, 12 muertos y 712 contagiados detectados, en un país donde reina la descoordinación entre el gobierno federal y las autoridades estatales, que están siendo más prudentes si no pertenecen al partido de un presidente que confía en los amuletos para luchar contra el nuevo coronavirus.
Muchos migrantes aún no creen en el peligro del coronavirus. La mayoría ha sobrevivido a que sus viviendas fueran incendiadas, han huido tras el asesinato de uno de sus familiares, saben lo que es vivir con las extorsiones del crimen organizado y de las fuerzas de seguridad corruptas. ¿Cómo persuadirles a que este virus puede ser mortal si no se siguen medidas preventivas?
El segundo reto que no imaginaba el equipo de GRM es el de convencer a las autoridades mexicanas a que les concedan un permiso para construir un hospital de emergencia de veinte camas, con máquinas de diagnóstico y suministros de emergencias, en el campo de refugiados en la ciudad fronteriza de Matamoros.
En cinco días, Perry, la directora de GRM y veterana del Ejército, recaudó medio millón de dólares, pero lleva más de tres semanas lidiando con la burocracia de México, con un presidente que piensa que, milagrosamente, puede librarse del ritmo imparable del contagio global, a pesar de su sistema precario de salud pública. En Matamoros, por ejemplo, sólo hay 40 camas en cuidados intensivos y diez ventiladores.
“Cuando hablamos con las autoridades de salud locales nos dimos cuenta que no tenían un plan para la ciudad ni tampoco tenían recursos. Así que decidimos hacer un hospital de intensivos en las carpas, pero no hemos logrado los permisos”, afirma Perry.
“Sólo esperemos que cuando lo aprueben, no sea demasiado tarde. La ayuda humanitaria debe de continuar, las políticas se deben de dejar en un lado”, subraya.
CubaNet contactó repetidamente con las autoridades estatales y federales mexicanas responsables pero la única respuesta que se recibió de un mandatario fue la de Carlos Jiménez, el jefe de operación sanitaria en Matamoros de la Comisión Estatal para la Protección contra los Riesgos Sanitarios (COEPRIS), que remitió a que se contactara para hablar de este tema con el comisionado Ricardo González Gamboa, del que tampoco se obtuvo se obtuvo aún una respuesta.
En el campamento de refugiados no tienen ninguna duda de que el virus puede llegar. El mayor riesgo se puede presentar entre los migrantes que vienen deportados de Estados Unidos y los nuevos que llegan, un flujo que no se puede controlar.
En el protocolo que han implementado los voluntarios no pueden acudir si han viajado en avión o han estado en las últimas dos semanas en una zona con coronavirus.
También han identificado a aquellas personas que por su avanzada edad o enfermedades asociadas como diabetes, asma, cáncer pueden estar en más riesgo.
En las charlas de prevención que el doctor cubano imparte tanto a los migrantes que viven en el campo de refugiados -en su mayoría centroamericanos y mexicanos-, como a los migrantes cubanos que sobreviven hacinados en cuartos de renta y trabajan para mantenerse, se destacan varios puntos.
“Hay que dormir del lado contrario, que los pies de uno den a la cabeza del otro. En lugar de barrer, hay que trapear con un paño húmedo porque barrer puede levantar las partículas de polvo y dispersar el virus, que se mantiene hasta por 48 horas”, advierte el doctor cubano retornado a México por el MPP.
“No deben de aglomerarse para comer. Hemos instalado en el campamento varias zonas con poquitas personas recibiendo la comida. Hay que tomar una gran cantidad de vitamina D, que actúa sobre el sistema inmunológico para estar más fuerte”.
“Las personas pueden estar transmitiendo el virus sin presentar los síntomas. Una vez que se sabe que la persona ha estado expuestas al coronavirus, hay que realizar las pruebas pertinentes y pasar a un área de aislamiento”.
La organización en la que trabaja el doctor Elisondo , mientras espera en la frontera mexicana su proceso de asilo en Estados Unidos, compró hace un mes test rápidos de Covid-19, que son esenciales para saber quién tiene el virus para aislarlo de inmediato y evitar su propagación masiva por el campo de refugiados. Pero todavía no han llegado a Matamoros, debido también a la burocracia mexicana.
El contagio del coronavirus se produce por las gotitas que expulsa la persona infectada. Si esas gotitas caen a los alimentos, al carrito del supermercado o a la mesa de la oficina y pasas la mano por ahí, te llevas el virus. Y si te tocas la cara, se produce el contagio.
Los síntomas del coronavirus son fiebre, cansancio y tos seca. Algunos sufren dolores, congestión nasal, rinorrea, dolor de garganta o diarrea, según los expertos médicos.
Para prevenir el contagio, la Organización Mundial de la Salud y doctores recomiendan lavarse frecuentemente las manos con agua y jabón o un desinfectante. Toser cubriéndose la nariz y la boca con el codo o con un pañuelo.
No saludar de beso, mano ni abrazo. No tocarse la nariz, la boca y los ojos. Evitar interactuar en grupo. Mantener al menos un metro y medio de distancia entre otra persona. Cubrirse la boca con un pañuelo o mascarilla para no ser contagiado ni contagiar. No tomar el transporte público. No entrar con zapatos a la casa. Cancelar viajes a países donde se hayan detectado casos de coronavirus.
Es de noche y el teléfono de Darion Elisondo Rojas no deja de sonar. Atiende a su equipo. Lo buscan otros migrantes como él, cubanos que no viven en el campamento y acuden a la clínica gratuita en la orilla de los sueños.
– ¿A qué hora duerme doctor?, pregunto.
-Estamos trabajando a contrarreloj para prevenir cualquier situación que pueda ser catastrófica para el campo de refugiados. En la noche estudio lo último, los nuevos protocolos.
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