LA HABANA, Cuba. – Circula el rumor de que podrían concederle el Premio Nobel de la Paz a la brigada médica cubana “Henry Reeve”, especializada en situaciones de catástrofes naturales y epidemiológicas; pero también en hacer proselitismo a favor del sistema totalitario implantado por Fidel Castro en 1959. A través de las llamadas “misiones médicas” la dictadura ha labrado una imagen internacional de altruismo sin fronteras, que le ha sido muy útil para maquillar los crímenes cometidos contra su propio pueblo.
La crisis por el coronavirus ha dejado expuestas las fallas del sistema de salud de países desarrollados, mientras que en Cuba, si vamos a creer las cifras oficiales, la situación ha sido exitosamente controlada a pesar de las aglomeraciones de personas para comprar bienes de primera necesidad. La baja mortalidad registrada en la Isla ha vuelto a colocar bajo el foco de atención a las misiones médicas, denunciadas por el gobierno de Estados Unidos como una variante de “trabajo esclavo” que inyecta miles de millones de dólares a la dictadura de La Habana.
El castrismo ha aprovechado la coyuntura para intentar reivindicar al sistema sanitario cubano y con él a la Revolución, como si tres meses borraran las negligencias, bestialidades y actos de corrupción que se han cometido en los centros de salud. El reconocimiento ciudadano a los médicos, que cada noche es expresado con aplausos, ha sido manipulado por el régimen como una señal de apoyo a la supuesta “lucha contra las ilegalidades”, y de aprobación a la manera de gestionar el descalabro económico que tiene a la nación al borde de la hambruna.
Hoy solo aplauden las rémoras del sistema y los niños que aprovechan el escándalo nocturno para dejar fluir tanta energía acumulada. De la espontánea gratitud popular el castrismo ha hecho propaganda para que países de la Unión Europea, proclives a “comunistear” desde sus saludables democracias, respalden la idea de conceder el Premio Nobel de la Paz a una brigada de galenos que salvan vidas, contribuyendo de paso a enmascarar las desigualdades del sistema cubano de salud, tan generoso para los de fuera como ineficiente para sus ciudadanos.
Con la recién iniciada fase uno volverán los cubanos a la rutina del peloteo, la falta de especialistas y medicamentos incluso a nivel de hospital. Volverán a pagar 5 CUC por una placa de rayos X o un ultrasonido; 10 CUC por una resonancia o un chequeo de sangre completo; y un CUC por cada sesión de fisioterapia para que se la den “como Dios manda”.
Otra vez tendrán que recurrir a la estrategia de conseguir regalos para sus médicos, que son muchos y en hospitales distintos porque aquí nadie resuelve donde le toca, si no donde se pueda y siempre con el “detallito” por delante, que los galenos también necesitan y todo el mundo desea mostrarse agradecido, hasta la prosternación si fuera necesario, con tal que curen a su ser querido.
Mientras la brigada “Henry Reeve” acude a cuenta del régimen —dicen— a zonas de desastre, los cubanos dependen de un socio que conoce a otro socio, que a su vez conoce a alguien en un hospital. Eso basta para enchufarse. Una vez dentro, ese alguien recibe un “presentico” mientras tú te sigues abriendo camino, una cosita por aquí, otra por allá, hasta hacerte amigo de todos, desde camilleros y técnicos de laboratorio hasta el peso pesado de cada especialidad.
En ese intervalo gastas más que si te cobraran los servicios de salud. Si tienes suerte, en algún momento te tropiezas con un ser raro dispuesto a ayudarte desinteresadamente, o un médico que se siente ofendido por tu intento de regalarle algo a cambio de sus servicios. Entonces no sabes dónde meterte y te limitas a pronunciar esa palabra simple y valiosa que en otro tiempo solía ser suficiente para sellar la relación médico-paciente. Y te vas a casa conmovido porque aún quedan personas decentes, y sientes vergüenza por haber tratado de sobornar a cuanta bata blanca se te cruzó en el camino, como si se pudiera medir a todas las personas con la misma vara.
Sin embargo, esa sería la excepción. Lo común es que cada peldaño humano espere algo, sea una caja de cigarros o un sándwich. Las carencias en Cuba son tan profundas que hasta lo más insignificante le resuelve al otro un problema. Ya en el nivel de los especialistas la cosa cambia, si no en calidad y refinamiento al menos en cantidad. Jamás olvidaré la consulta de un oncólogo, tan llena de paquetes de café Cubita, ristras de ajo, bolsas de leche en polvo y hasta cajas de cerveza, que hoy calificaría para uno de esos operativos policiales contra los acaparadores.
Quien tiene un amigo médico lo valora como oro y vive en constante retribución de sus servicios, por adelantado y sin saber si los llegará a necesitar. Pobre de aquellos que no poseen contactos, dinero ni otros bienes que les permitan escalar en la lista de pacientes. Para esos hay meses de espera, medicina verde y una indiferencia que da pena. Esa es la realidad omitida por los hipócritas de la Unión Europea que redactan informes tibios en favor del castrismo, glorifican un sistema de salud desvencijado y corrupto, callan ante la gravísima situación de las libertades civiles en Cuba y proponen para el Premio Nobel de la Paz a un grupo de médicos que esconde su misión ideologizante tras el propósito de salvar vidas.
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