MIAMI, Estados Unidos.- Sigamos analizando las omisiones. La Enciclopedia de Cuba (Playor, 1973), con sus nueve gruesos tomos, fue compilada y promovida por un equipo encabezado por Vicente Báez, como fuente de todo lo que debe saberse sobre Cuba hasta 1959, sobre todo si en aquel entonces uno era exiliado y no tenía acceso a otras obras de historia en la Biblioteca Nacional. No deja de ser esta enciclopedia un titánico trabajo. Pero…
El Volumen IV, dedicado a la historia de Cuba, incluye un índice onomástico de 850 nombres; sólo 13 son mujeres, menos del 2%. De los 13, nueve pertenecen a las integrantes del coro de la Parroquia de Bayamo, que en 1868 cantaron por primera vez el Himno Nacional. Dato interesante, pero inconsecuente. También aparecen Isabel la Católica de España e Isabel I de Inglaterra. [Alguien debe haberles otorgado póstumamente la ciudadanía cubana].
¿No se les ocurrió a los editores que también es historia el acontecer de reformas legales que afectan el desenvolvimiento del 60% de la población: sus mujeres y niños? ¿Cómo no reseñar que entre 1915 y 1940 las feministas cubanas promovieron –y lograron– una agenda económica y social en beneficio de toda la nación, que incluyó el derecho de la mujer a la propiedad privada, a heredar y establecer cuentas bancarias, a la potestad de sus hijos, al divorcio (1918), al trabajo –por encima del derecho de extranjeros, léase españoles– a la protección de la maternidad, a la protección y derechos de sus hijos naturales –liberados del estigma de “ilegítimos”, que fue logro de la abogada feminista Ofelia Domínguez Navarro– el derecho al aborto (1928), y al sufragio en 1934?
El Volumen IX, dedicado a los gobiernos republicanos, contiene 2 200 nombres, y sólo 77 son femeninos, el 4%, y eso porque los autores decidieron incluir a las madres, esposas e hijas de presidentes. Ejemplo: la madre, las dos esposas y las cuatro hijas de Alfredo Zayas (7); las dos esposas y las tres hijas de Fulgencio Batista (5); la madre, una hija y la segunda esposa de Carlos Prío (3). Nada se habla en este tomo de la intensa organización política de las feministas de la primera mitad del siglo XX, que conformaron una docena de partidos políticos como el Partido Nacional Feminista (1912), dirigido por Amalia Mallén de Ostolaza; el Partido Sufragista y el Partido Nacional Sufragista, surgidos entre 1913 y 1915.
Tampoco se mencionan las muchas entidades cívicas –lo que hoy llamaríamos organizaciones no gubernamentales– en que militaron las cubanas para obtener reformas laborales, sociales y legales: la Asociación de Damas Isabelinas (1928); el Club Femenino de Cuba (1918); la Alianza Feminista (1928); el Lyceum (1930); la Unión Laborista de Mujeres (1930); y la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba (1921). Y tampoco se menciona que se celebraron tres congresos nacionales de mujeres en los años previos a la Constitución del ‘40: el primero en 1923, un segundo en 1925, y el último en 1939.
¡Y pensar que en 1985 yo le compré a mi exiliada madre –cuando se jubiló de su empleo neoyorquino– esa enciclopedia en honor a los años que ejerció el magisterio en la Cuba republicana y su dedicación a la Fragua Martiana de La Habana! Confieso que aún no tenía yo una conciencia feminista.
Próceres (La Habana,1928) de Néstor Carbonell Rivero, reeditado en Miami por Editorial Cubana (1999), adolece del mismo mal. Sus casi 300 páginas recogen las vidas de 36 “patricios y repúblicos… luminarias… grandes hombres de la patria”. Hombres, todos hombres. ¿Dónde quedaron Marta Abreu y Emilia Casanova, por mencionar dos luminarias con ovarios?
¿Qué no decir de Abreu, no solo mecenas de la Guerra del ‘95, y de causas cívicas en la República, sino delegada y principal negociadora en Francia del Partido Revolucionario Cubano y gestora, junto al puertorriqueño Emeterio Betances, de una solución pacífica ante una inminente tercera guerra de independencia?
¿Qué no decir de Casanova? Durante la Guerra de los Diez Años (1868), Emilia Casanova recaudó fondos en Nueva York y Nueva Orleans. Inició una campaña epistolar en pro de la independencia, “a diversas personalidades de Charleston, México, Yucatán, El Salvador, Guayaquil, Bolivia, Chile, Montevideo, Buenos Aires, Venezuela, Perú…” [Ena Curnow, biografía en curso]. Se carteó con Céspedes –que no la apoyó en su liderazgo–, con Garibaldi y Víctor Hugo; escribió hasta su muerte a favor de la independencia de Cuba. Fue la primera cabildera cubana en EE.UU. y se entrevistó varias veces con el presidente Ulises Grant a nombre de Las Hijas de Cuba, que ella fundara en Nueva York en 1869. ¡Emilia Casanova es la precursora de nuestra actual lucha en EE.UU.! Desde el embarcadero de su mansión –el Castillo Casanova– en Hunts Point, esta matancera insigne enviaba armas y voluntarios a Cuba, siempre con una bandera cubana elaborada por ella. ¿Puede faltar Emilia en nuestros libros de historia?
No por ser cubanoamericano pasa la prueba de fuego Cubans in America, de Alex Antón y Roger E. Hernández (2002). Unas 245 entradas onomásticas solo logran 29 nombres femeninos, dos de ellos de no-cubanas (Lucille Ball, Janet Reno). Un porcentaje mayor que los libros antes mencionados, el 12%. En este libro, la ficción pasa por realidad. En el índice de Cubans in America aparece el nombre “Cecilia Valdés”. ¿Y por qué no el personaje de televisión “Popa” que representó por años Lilia Lazo en Nueva York?
El índice onomástico de Cuba Cronología: Cinco siglos de Historia, Política y Cultura, de Leopoldo Fornés-Bonavía Dolz (Verbum 2003) contiene 2 300 nombres, de los cuales 122 son mujeres, un 6%. Una docena son extranjeras. Abundan en la lista las cantantes y las escritoras. No por despreciar la cultura en ninguna de sus manifestaciones, pero ¿dónde quedaron las tres delegadas a la Asamblea Constituyente del ’39: la doctora en ciencias Alicia Hernández de la Barca, la farmacéutica Esperanza Sánchez Mastrapa, y la abogada María Esther Villoch Leyva… por citar sólo un ejemplo? Debo señalar que en los muchos datos que este libro recoge para el año 1912, ninguno refleja la fundación del Partido Nacional Feminista.
¿Cómo insertamos a las cubanas en la historia de Cuba? ¿Cómo hacemos de la macho-historia una hystoria que documente la presencia y gestión de las cubanas en las tres guerras de independencia durante el siglo XIX, en la manigua y en el activismo extra insular; en el movimiento abolicionista; en la organización de partidos políticos; en las reformas legales a partir de 1902; en modernizar la educación, la salud pública y los servicios sociales; en la gestión en pro del sufragio femenino; en el periodismo, la cultura y las letras; en las luchas en pro de la democracia y en contra de todas las dictaduras –la de Machado, la de Batista, la de Castro I, la de Castro II, y ahora la de Díaz-Canel–; en el presidio político de todos los tiempos, y muy especialmente el posterior a 1959, que vio a mediados de los años sesenta a unas 7 000 cubanas en las mazmorras de Fidel Castro; en posibilitar el éxodo y la adaptación de miles y miles de refugiados, y en el éxito social, cultural, económico y político del exilio; en las múltiples ramas del saber y de la investigación dentro y fuera de Cuba; en la lucha por las libertades civiles y los derechos humanos?
¿Cómo hacemos para incluir desde Guarina de Hatuey hasta Berta Soler de las Damas de Blanco?
Continuará… Parte III
Ver también: De la historia a la hystoria: la ausencia de las cubanas en la narrativa nacional
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