MIAMI, Estados Unidos. — A los cubanos les encanta el café. A estas alturas, nadie conoce esa realidad más que los propios emigrados de la isla, que llenan sus bultos del producto en cada viaje a la Mayor de las Antillas.
Suele ser un paquete de café la primera “multa” que pagan los nacionales en cada regreso. “Tienes un paquetico de café que me regales”, suelen apuntar los agentes de aduanas en cada terminal aérea cubana, según el testimonio de los propios viajeros. Es eso o un pago de 20 dólares contantes y sonantes para evitar la despiadada “cacería” de los “uniformados”, que ven oro molido en cada maleta que revisan.
Para desgracia de los cubanos, hace mucho tiempo que Cuba dejó de producir café en abundancia. Entonces, quienes cuenta con familiares en el extranjero tienen la fortuna de ser abastecidos; sin embargo, un amplio sector de la población de la isla no cuenta con esa ayuda, por lo que deben comprarlo a precios desorbitados en las tiendas en MLC, o agarrar el café Hola, de producción nacional, una mezcla del grano con chícharo que reta a la más moderna de las cafeteras.
En ese contexto, y mientras el régimen de la isla comercializa el Café Cubita en tiendas del extranjero, las marcas Pilón, Bustelo y, sobre todo La Llave, por ser la más barata en el mercado estadounidense, se han convertido en la tabla de salvación de aquellos “cafeteros malos”, una condición de la que pocos escapan en Cuba.
Llamativa es la historia del Café Pilón, cuyos orígenes se remontan a la Cuba del siglo XIX. En aquella época, aseguran sus actuales fabricantes, “el café era simplemente café, habían pocas marcas y las relaciones con los clientes eran a nivel personal, basadas en el boca a boca”.
Con el pasar de los años las marcas cobraron importancia, y con ese auge el Café Pilón se convirtió rápidamente en la marca de café más popular de la isla.
En el caso de La Llave y el Bustelo, se han convertido en marcas de referencia para la comunidad latina en Estados Unidos, reacias aún al llamado café americano.