LA HABANA, Cuba.- Por estos días los medios propagandísticos oficialistas recuerdan con insistencia el aniversario 40 de la promulgación, el 24 de febrero de 1976, de la llamada Constitución socialista. La historia, la letra y el espíritu de esta sui generis carta magna retratan de cuerpo entero la naturaleza y esencia de un sistema político vacío de cultura institucional y real compromiso cívico.
Una de las más claras manifestaciones de la traición a los postulados y promesas originales de la revolución fue la no restauración de la Constitución de 1940, desplazada por la dictadura de Fulgencio Batista. El alto liderazgo afianzó su poder a fuerza de populismo paternalista, sangre y fuego contra propios y ajenos, amén de mucho nacionalismo exacerbado.
Durante una convulsa década después de su triunfo en 1959 Fidel Castro, modelo de mesianismo retórico, imperó a base de decreto, voluntarismo e improvisación incontestables que lo llevaron a agotar sin remedio las enormes potencialidades económicas que acumulaba el país y de paso a caer por su propio peso, en condición de dependencia, en el redil del sistema económico del socialismo real.
Gozar del tutelaje y los subsidios de Moscú implicaba una institucionalización completa al estilo de la órbita soviética y a partir de la incorporación plena de Cuba a al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), se desarrolló un proceso que incluyó el Congreso del Partido Comunista, el establecimiento del llamado Poder Popular, y culminó hace exactamente cuatro décadas con la promulgación de la mencionada constitución, aprobada masivamente en referéndum por un pueblo ya acostumbrado a respaldar de manera automática a su líder, sin reparar en la letra o la trascendencia de sus propuestas y decisiones.
Lo primero a destacar es que la Constitución del 76, como copia fiel de las otras del extinto campo socialista —se comenta que es casi idéntica a la de aquella Bulgaria— significa un enorme retroceso con relación a las constituciones republicanas, tanto la de 1940 reconocida como la más progresista de su tiempo, sino también la de 1901, menos estudiada y publicitada, pero no menos ejemplar en su modernidad y los derechos y valores que refrendaba.
Otra característica ilustrativa y no despreciable de la carta magna castrista es que en su primera versión, aun antes de definir qué Estado o nación éramos, juraba fidelidad a la Unión Soviética, con lo que el paradigma de la soberanía y la independencia daba un ejemplo de entreguismo y sumisión sin precedentes. Como es natural en la reforma de 1992 la referencia fue retirada puesto que el objeto de la servil veneración había desaparecido por obra y gracia de providenciales giros del destino histórico.
Sin embargo lo más importante de este tema es que, tanto en 1976 como ahora, Cuba adolece de la tan necesaria cultura cívica y constitucional. Después de la promulgación, Fidel Castro continuó tratando a Cuba como su hacienda particular y nunca tomamos, como sociedad, conciencia del lugar y papel que debe desempeñar la constitución como ley suprema a la que deben supeditarse todos los poderes y legislaciones. En mi criterio esa referencia y esa incorporación resultan más importantes que la misma calidad del texto constitucional o el conocimiento ciudadano de la misma.
Un somero repaso del texto nos muestra que en su artículo 1 refrenda el “…disfrute de la libertad política…”, pero en el artículo 5 establece que el “…Partido Comunista de Cuba… es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado…”
Pero la contradicción se completa y el camino se cierra cuando el articulo 62 impone que: “Ninguna de las libertades reconocidas a los ciudadanos puede ser ejercida contralo establecido en la Constitución y las leyes, ni contra la existencia y fines del Estado socialista…”
Muchas veces se ha cuestionado al gobierno cubano por la violación efectiva de los derechos humanos, en sus actos y omisiones, pero en muy pocas ocasiones se señala lo que considero más importante y estratégico, a saber el desconocimiento institucional de los derechos fundamentales. Esa constitución que los cubanos ignoran no refrenda derechos ni ofrece garantías a la dignidad e integridad de los ciudadanos.
Las autoridades cubanas son las principales promotoras de la inconstitucionalidad, solo basta citar que a pesar de que el articulo 43 consagra el derecho de los ciudadanos que: “se domicilian en cualquier sector, zona o barrios de las ciudades y se alojan en cualquier hotel” desde el poder se establecen legislaciones que tratan a los cubanos como ilegales en su propio país, llegando al punto de la deportación interna y durante mucho tiempo cerraron a los ciudadanos las puertas de hoteles y establecimientos recreativos.
El gobierno cubano impide el ejercicio de la libertad sindical que refrendan las leyes vigentes e incumple lo estipulado en los convenios de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
La constitución cumple cuarenta años pero los cubanos carecemos de protección jurídica y de ejercicio independiente del derecho, sin embargo el más grande reto de cara al necesario proceso de reconstrucción democrática de Cuba es fortalecer esa cultura cívica e institucional que promueva el cambio de mentalidad que nos convierta en protagonistas definidores de nuestro propio destino.
Un imperativo para los luchadores por la democracia es impulsar ese cambio de mentalidad a través del conocimiento y utilización de las leyes vigentes convencidos de que si no se saben ejercer los derechos que se tienen no se puede luchar por los que no se tienen.
Pasaran las conmemoraciones, la imperfecta constitución continuara siendo letra muerta, los cubanos de a pie seguiremos siendo indefensos ciudadanos de tercera categoría que necesitamos una ejemplar carta magna y un respeto irrestricto a los postulados y valores que esta consagre.