LA HABANA, Cuba, diciembre, 173.203.82.38 -Ha querido la casualidad que en días recientes hayan perdido la vida dos destacados políticos: el checo Vaclav Havel y el asiático Kim Yong Il. En la prensa oficialista cubana ha recibido especial cobertura el deceso del norcoreano, no así el del personaje centroeuropeo.
Resaltan las diferencias en los dos casos: Havel condujo al pueblo de Checoslovaquia a liberarse de la tiranía comunista y la tutela de la antigua Unión Soviética. Tras la división pacífica de su país, fue elegido en democracia como Presidente de la República Checa.
Al momento de su fallecimiento, hacía años que no desempeñaba tan importante cargo público, pero no cabe dudar que sus paisanos, más allá de cualesquiera diferencias que hayan tenido con el ilustre personaje y sus políticas, lo recordarán ahora y en lo futuro como el restaurador de la democracia en su patria.
Kim Yong Il, por el contrario, es el segundo jefe de la dinastía entronizada en la sufrida tierra norcoreana desde 1945. Su padre y fundador de la estirpe, Kim Il Sung asumió el mando supremo en la mitad septentrional de la península al amparo de los tanques de Stalin, quien a punto de terminar la conflagración mundial declaró la guerra al Japón.
Una vez trepado al poder, el mayor de los Kim estableció una tiranía comunista típica, y en 1950 desató la terrible Guerra de Corea con el propósito de apoderarse de todo el país; con ese acto provocó la destrucción de la península entera, así como millones de muertes.
De modo análogo a Stalin y sus secuaces, que acusaron en su tiempo a los nazis de la espantosa matanza de oficiales polacos perpetrada por ellos mismos en Katyn, los Kim hasta hoy endilgan a los norteamericanos y sus aliados el inicio de la destructiva conflagración coreana, mentira que repiten izquierdosos de toda laya.
Al propio tiempo, la dinastía omnímoda instauró un régimen dirigista ineficiente, que alcanzó el dudoso privilegio de convertir a su país en el ejemplo más evidente de las funestas consecuencias que el establecimiento del llamado “socialismo real” provoca a aquellos que tienen la desgracia de sufrirlo.
Se ha hablado de las diferencias entre ambas Alemanias, o entre los cubanos de la Isla y sus hermanos exiliados. Pero los contrastes entre las dos mitades de la península asiática son aún más impactantes: Hace unos meses, la prestigiosa revista The Economist informaba que el producto interno bruto per capita de Norcorea representaba… ¡menos del 6% del del Sur! ¡Elocuentísima diferencia entre una satrapía comunista y un país libre y democrático!
Por supuesto, tanto el fundador de la dinastía como el hijo recién muerto permanecieron adheridos al poder absoluto hasta su misma muerte, con lo cual crean el escenario ideal para un posible conflicto sucesorio que sería altamente destructivo, máxime en un país nuclear muerto de hambre, como Norcorea. No obstante, en el caso de los Kim parece que por ahora la satrapía quedará firmemente en manos del hijo favorito del recién fallecido, el general de cuatro estrellas Kim Yong Un.
Mientras tanto, las fotos y películas muestran multitudes llorando a moco tendido en las plazas de Pyongyang. No hay que admirarse de ello: un ex diplomático cubano me informó que, en ese “paraíso comunista”, el hecho de residir en esa privilegiada ciudad no es un derecho reconocido a los lugareños, sino una gracia que concede —o retira— el régimen autocrático.
Por consiguiente, es de suponer que las lloronas de la capital norteña (que de los hombres da pena hablar) incluirán no sólo fanáticas y apapipias, sino también mujeres avispadas que, con sus sollozos, estarán asegurando para sí mismas y sus familias los relativos privilegios de vivir fuera del hambreado interior norcoreano.
En cualquier caso, esas lágrimas serán distintas a las motivadas por Vaclav Havel. Estas últimas serán sinceras, mientras que, en definitiva, las primeras, espontáneas o no, habrán sido derramadas por un tirano aferrado al poder y por una dinastía que condujo al país a una guerra desastrosa y lo sumió en la más horrible miseria.