LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Antes de la primavera negra del año 2003, el Centro Cultural de España, ubicado en el malecón habanero, era una de las pocas instituciones que ofrecía una programación cultural al margen del oficialismo cubano. Allí el ambiente era agradable apenas traspasada la entrada. Había un mural con información sobre concursos literarios y otros eventos; una vitrina con libros que iban a formar parte la biblioteca en breve plazo; dos relojes de pared con las horas respectivas en La Habana y Madrid; una sala de exposiciones y taquillas para que los asistentes guardaran sus pertenencias; baños con papel sanitario, jabones y toallas; una sala donde podían leerse periódicos y revistas españoles; una bien surtida biblioteca y otra sala para Internet. Además, destacadas figuras de la cultura ofrecían conversatorios y presentaciones de libros.
A raíz de los encarcelamientos de opositores y periodistas independientes, acaecidos en la referida fecha, se desató en España una protesta masiva, que incluyó a figuras hasta entonces simpatizantes con el castrismo. El gobierno en la isla se sintió acorralado, lanzó zarpazos como una fiera herida, y con uno de ellos acabó con el Centro Cultural de España. El pretexto, que allí se celebraban actividades que trascendían los objetivos de la institución. Para España, en cambio, la acción fue un ataque injustificado contra la cultura.
Para tratar de llenar el vacío, las autoridades cubanas crearon, en el propio local, el Centro Hispanoamericano de Cultura. Una visita que realicé hace poco a ese sitio, bastó para convencerme del desastre. No encontré mural alguno; los relojes de pared desaparecieron; las taquillas brillaban por su ausencia; los baños estaban cerrados; no había periódicos ni revistas al alcance de los lectores; la biblioteca no estaba prestando servicios; y la sala de Internet prestaba servicios sólo a personas vinculadas con el sector de la cultura oficial. Menos mal que la embajada de España recogió los fondos de la antigua biblioteca, y mediante turnos por teléfono, mantiene el servicio a los lectores.
Un día leí un ejemplar de esa biblioteca, una biografía de Francisco Franco escrita por Manuel Vázquez Montalbán, que me permitió conocer curiosas analogías entre el caudillo ibérico y Fidel Castro: ambos comenzaron sus luchas armadas en años terminados en el dígito 6 y las concluyeron en el dígito 9, Franco en 1936 y 1939, respectivamente, y Castro en 1956 y 1959; los dos perdieron a sus segundos en accidentes aéreos, Franco al general Sanjurjo, y Castro a Camilo Cienfuegos; Franco instauró una sociedad unipartidista con Falange Española, y Castro con el Partido Comunista de Cuba; y tanto uno como el otro eran parte del tronco gallego, Franco por nacimiento, y Castro por vía paterna. ¡Le zumba!