LA HABANA, Cuba, junio, 173.203.82.38 -El recelo que muestran ante la Iglesia Católica hoy los opositores al régimen cubano coincide, en más de un rasgo y por más de un motivo, con el que sentían hacia esa institución los cubanos independentistas y los amantes de la libertad, en 1902, cuando se fundó la República. El bajo perfil del catolicismo en los albores republicanos estuvo condicionado por el vínculo que había sostenido el clero con los colonialistas españoles, derrotados en la guerra hispano-cubana-norteamericana, en 1898.
Sin embargo, las huestes de Roma supieron recuperar lo perdido en un tiempo relativamente breve. Construyeron decenas de templos, fundaron nuevas órdenes y escuelas de enseñanza religiosa, e incluso una universidad católica. El catolicismo salió de los templos y se diseminó por las calles, de la mano de jóvenes entusiastas agrupados en asociaciones con un alto protagonismo social.
Un censo efectuado en el año 1956 arrojó que 95% de los cubanos se consideraba religioso y que la inmensa mayoría se identificaba como católico. Quedó marcado así un punto de retorno para la prominencia del catolicismo en nuestra Isla.
Pero con la llegada de 1959 iniciaría un nuevo declive de la popularidad de la Iglesia, caracterizado por su enfrentamiento con el Estado. La promoción de la ideología comunista y el acercamiento a la Unión Soviética -donde el ateísmo había sido implantado a sangre y fuego- suscitaron la desconfianza de la Iglesia. El resto es una historia conocida.
La tendencia ateísta y totalitaria del castrismo se hizo evidente tan pronto como comenzó a expropiar escuelas religiosas y a encarcelar, a fusilar o, en el mejor de los casos, a expulsar del país a creyentes y hasta a sacerdotes.
Un año después de tomado el poder por Fidel Castro, apenas quedaban aquí la mitad de los sacerdotes que había en la fecha de su llegada. Y en 1970 el gobierno dispuso el fin de la celebración de la Navidad, arguyendo que ésta coincidía con el periodo de la zafra azucarera. Poco antes se constituyeron las UMAP, campos de trabajo forzado en los que internaban a muchos religiosos y, a manera de castigo, les obligaban a desempeñar labores agrícolas en condiciones crueles y humillantes.
También es esa la época en que el sistema educacional cubano adopta como enseñanza obligatoria lo que dieron en llamar “Ateísmo científico”, una suerte de asignatura que descalificaba, denigraba y ridiculizaba la fe religiosa. El catolicismo, no obstante, lograría sobrevivir en las catacumbas del ostracismo. Hasta que, en 1985, una nueva realidad latinoamericana le hizo llegar un soplo de oxigeno.
Fray Beto, conocido teólogo de la doctrina de la Liberación, viene de visita a Cuba y logra una extensa entrevista de 23 horas con Fidel Castro, publicada ese mismo año, bajo el título: Fidel y la religión. Durante la entrevista, Castro se muestra conciliador con la religión, en un acto de franco oportunismo político.
Evidentemente, el régimen pretendía aprovecharse de los fuertes vínculos entre la Teología de la liberación y el movimiento subversivo latinoamericano, promovido en buena medida desde Cuba. Fue también en fecha cercana cuando Fidel Castro se dejó ver con una Biblia en un evento público, junto al pastor bautista y entonces candidato a la presidencia de los Estados Unidos, Jesse Jackson.
Luego, vino la caída del campo socialista europeo, con la consecuente crisis económica para la Isla, a inicios de los años 90: una auténtica debacle, generadora de un vacío material, moral y espiritual que la Iglesia Católica –al igual que otras congregaciones religiosas- intentaría aprovechar para sus fines.
Los templos volvieron a llenarse después de haber pasado décadas totalmente desiertos. Y con ello, la Iglesia comienza a recuperar una influencia social que muchos pensaban había perdido para siempre. Por su lado, el gobierno, tremendamente debilitado, tomaba nota.
En 1991, se aprobó una resolución para permitir y propiciar que personas religiosas pudieran afiliarse al partido comunista de Cuba. En 1992, se elimina de la Constitución toda referencia al ateísmo. Durante este tiempo se permite el ingreso al país de numerosos misioneros de América y España. A tenor de la grieta abierta, la Iglesia Católica funda varias revistas, entre las que destacan, por el tratamiento crítico que dan a la realidad social, Palabra Nueva y Vitral.
En 1998, las autoridades acuerdan por fin la visita al país del Papa Juan Pablo II, quien durante su estancia se pronuncia sobre temas sensibles para la sociedad cubana y hace un llamado al pueblo en general y a los católicos en particular para que se comprometan a impulsar los cambios necesarios.
Luego de la visita del Papa nada nuevo ocurrió, como no fuese un nuevo período de desaliento, y para 1998 se enracen nuevamente las relaciones Iglesia-Estado.
La promoción de Jaime Ortega como Cardenal de la Iglesia de Cuba, el 26 de noviembre de 1994, fue vista con esperanza por muchos. Al nuevo cardenal le acompañaba la leyenda de sus años de condena en la UMAP y muchos pensaron que adoptaría una postura firme frente al gobierno, como hizo la Iglesia en la Polonia comunista.
Sin embargo, muy pronto las posiciones timoratas y conciliadoras de Ortega mataron las ilusiones de los soñadores. Antes que confrontar, o denunciar al menos los excesos del poder, Ortega optó por jugar una partida en la que el régimen es quien dispone las piezas y regula cada movimiento.
Muchos creen que el cardenal solo se ha limitado a cumplir las órdenes que recibe del Vaticano, empeñado en recuperar la antigua posición de la iglesia cubana. Algunos recuerdan que en cierta ocasión se defendió apelando a las estadísticas, al decir que aunque en la actualidad 72% de los cubanos está bautizado, sólo 1% es católico practicante; lo cual debe interpretarse como que la Iglesia cuenta con poco poder real, insuficiente en todo caso para darle la batalla a los comunistas.
La reciente visita del Papa Benedicto XVI fue recibida con desgano. La propia jerarquía católica se encargó de aclarar que su presencia tendría un carácter exclusivamente evangelizador, y que sus homilías serían apolíticas. El régimen, por su parte, utilizó la presencia de Benedicto para intentar limpiar su imagen ante la comunidad mundial. Excepto la proclamación del feriado para conmemorar el Viernes Santo, ninguno de los pedidos de la Iglesia fue satisfecho.
En tanto, continúa evidenciandose el alineamiento de la jerarquía católica cubana con el régimen. Hace poco, alcanzó un clímax de acidez, cuando, en una importante revista católica, un editorialista arremetió contra la oposición pacífica (muchos de cuyos miembros son católicos practicantes), utilizando por momentos el mismo lenguaje utilizado por los medios de comunicación oficiales.
Si consideramos que en política las percepciones suelen ser tan o más importantes que la realidad, habría que concluir que el cardenal Jaime Ortega y la Iglesia Católica están perdiendo el juego en Cuba. Hoy, al igual que en los inicios de la República, gran parte de nuestro pueblo piensa que esa institución no tiene autoridad moral, y que el Cardenal la dirige, ni siquiera como el político pragmático que tal pretende ser, sino como un verdadero oportunista sin liderazgo.