PUERTO PADRE, Cuba, mayo, 173.203.82.38 – Lingüistas y antropólogos deberán integrar la comisión forense multidisciplinaria destinada a clarificar en un tiempo no muy lejano el presunto delito de lesa humanidad que, en una de sus manifestaciones más visibles, el destierro como consecuencia de persecución política o estado de necesidad , sirvió para que académicos un tanto alejados de sucesos criminosos dialogaran bajo el rótulo “La diáspora cubana en el siglo XXI”, auspiciado por el Arzobispado de La Habana.
El propio arzobispo, cardenal Ortega Alamino, en la Universidad de Harvard, antes de transcurrir una semana del cónclave en La Habana –que sesionó solo para invitados sin la presencia de los desterrados dentro de la isla- mencionó “una especie de herida histórica” interpuesta entre el llamado de la Iglesia para la concordia y reconciliación de los cubanos.
Es cierto, pero no es “una especie”, sino una verdadera herida, sangrienta unas veces, supurante otras, abierta desde hace más de medio siglo, latente en el enconamiento entre los cubanos.
La muerte, la cárcel, el quebrantamiento sicológico, el descrédito moral y, sobre todo, el destierro del adversario político, parecen tener carácter de premeditación y alevosía si nos detenemos en los fragmentos de dos cartas escritas en una celda donde su ocupante, según la sanción impuesta, debía pasar 15 años por el asalto a la segunda fortaleza militar del país, pero paradójicamente solo pasó 21 meses y 15 días gracias a una amnistía.
“Seguir la misma táctica que se siguió en el juicio: defender nuestros puntos de vista sin levantar ronchas. Habrá tiempo de sobra para aplastar todas las cucarachas juntas”, escribía desde su celda en la prisión de Isla de Pinos el 12 de diciembre de 1953 el Dr. Castro Ruz dando instrucciones a Melba Hernández.
Desde el mismo lugar, el 14 de agosto de 1954 escribía a Luis Conte Agüero: “El aparato de propaganda y de organización debe ser tal y tan poderoso que destruya implacablemente al que trate de crear tendencias, camarillas, sigmas o alzarse contra el movimiento”.
¿Fueron meras palabras…?
Transformado aquel movimiento, todos los que coincidieron en el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) -hoy Partido Comunista- atacaron a sus oponentes según lo escrito por el Dr. Castro Ruz.
Imagínense que el general Fulgencio Batista, en plena guerra civil, para derrotarlos, hubiera metido en camiones o vagones de ferrocarril a los colaboradores del Movimiento 26 de Julio y del Ejército Rebelde, y los llevara a todos ellos y a sus familiares, de la provincia de Oriente desterrados a Pinar del Río.
Exactamente eso fue lo ocurrido antes de completarse una década de que el Dr. Castro Ruz escribiera la palabra “implacablemente”.
En solo dos días, entre el 7 y el 9 de septiembre de 1963, más de 3,000 colaboradores de los sublevados en Las Villas fueron procesados y desterradas unas 500 familias a la provincia de Pinar del Río.
Por cierto, cuando a inicios de nuestra última guerra civil, el comandante Menéndez Tomasevich mostraba sobre el mapa la situación operativa que debían enfrentar, llamando a sus contrincantes “alzados”, “insurgentes”, “guerrilleros”, el Dr. Castro Ruz lo interrumpió tajante: “No des más vueltas. Llámalos bandidos, que eso es lo que son”.
Por cada muerto, cada hombre hecho prisionero como resultado de operaciones contrainsurgentes de un ejército en una guerra civil -esto es, entre ciudadanos de una misma nación- más que un vicio de crímenes de guerra para el jurista, estaría mostrando al antropólogo un generalísimo componente fratricida en una nación en conflicto.
En ese sentido las cifras son más elocuentes que las palabras:
En 1963 el Ejército del Centro -cuyas responsabilidades operativas comprendían las antiguas provincias de Las Villas, Camagüey y una pequeña franja de Matanzas situada al este del Canal de Roque- capturó a 373 ciudadanos cubanos armados. De ellos, 195 fueron hechos prisioneros y 178 terminaron muertos.
Cuando escuché al cardenal Ortega Alamino hablar en la Universidad de Harvard de “bajo nivel cultural” y de “antecedentes delictivos” cuando se refería a los cubanos que, por llamar la atención del Papa sobre el vía crucis de su nación pretendieron permanecer en un iglesia en La Habana, recordé a Máximo Gómez, a Antonio Maceo y a tantos otros cubanos, incluyendo decenas de bandidos, algunos transformados en patriotas…como muchos patriotas después se transformaron en bandidos.
Sólo cuatro de los Mayores Generales del Ejército Libertador alcanzaron títulos universitarios, nueve fueron agricultores, cinco propietarios, otros tantos hacendados, tres comerciantes y uno carpintero.
En cambio, hoy tenemos tantos académicos, tantos científicos, tantos ingenieros. Pero nuestros niños y jóvenes dominan tan mal la lengua materna y son tan deficientes en Matemáticas, peor en Cívica y dicen tantas palabrotas, que al mirar alrededor y ver tantas calles destruidas, edificios a punto de caer y los campos tan rebosantes de espinas, los mercados tan desabastecidos, me pregunto: ¿De qué sirve el nivel cultural cuando falta el valor cívico para desarrollar el intelecto?
Y no puedo sino responderme: Cardenal, no es “una especie de herida”, como usted dice. Una herida tenemos los cubanos impidiéndonos la reconciliación. Ayude a cerrarla, no haga de sus palabras bisturí, como ya otros hicieron con las bayonetas.