LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -En la reciente Feria Internacional del Libro de La Habana fue presentada la reedición de la novela Cañón de retrocarga, premio David de Novela 1989, que no tuvo su primera edición sino hasta 1997. Su autor, Alejandro Álvarez Bernal (1961), es filólogo, guionista de radio y televisión, y publicó también la novela Irish coffee en 2001.
Cañón de retrocarga apareció de nuevo en una edición de la Feria del Libro que tuvo a Angola como país invitado, y que precisamente es el lugar en donde se desarrolló la más famosa de las guerras africanas en las que Cuba estuvo involucrada. Esa contienda bélica fue tratada en la literatura cubana, hasta finales de los 80 y principios de los 90, con una mirada testimonial desde el heroísmo internacionalista, el triunfalismo y el idealismo mendaces de los años setenta más duros de nuestra “era soviética”. Pero esta novela (repetimos, premiada en 1989), demoró ocho años en publicarse por razones que apuntan obviamente al hecho de que se trata de una interpretación muy irrespetuosa del testimonio y, sobre todo, de un montaje del tema del heroísmo que no resultaban fáciles de asimilar por el aparato cultural del momento.
Y el momento, no lo olvidemos, era el del derrumbe de lo que los soviéticos llamaban de modo pomposo «Muro de Protección Antifascista» y Occidente llamaba el «Muro de la Vergüenza», sencillamente. Desde antes de la caída del Muro del Berlín ya el gobierno cubano se cuidaba mucho de que en el país penetraran aires renovadores, porque se estaba haciendo evidente que renovar el socialismo real, en la práctica, debía pasar por el paradójico trámite de desmontarlo hasta los cimientos.
Lo que Álvarez Bernal se proponía entonces con el tema del heroísmo parece ingenuo hoy en comparación con lo que se haría después con los “héroes” en la narrativa cubana de los años 90, y el ejemplo más reconocido de esa ardua desmitificación es Ángel Santiesteban, quien, a pesar de censuras y oposiciones, consiguió un enorme éxito y algunos de los premios más importantes del país.
No hay dudas de que, en Cañón de retrocarga, el tema del heroísmo es un pretexto para el desarrollo de un texto que deviene notable esfuerzo en los albores de la llamada generación de los novísimos narradores. De hecho, es un empeño formal que se erige bastante solitario en el panorama de esos años por esa despiadada luz ultravioleta que pone sobre cada página de la novela para revelar el mecanismo oculto que es, en definitiva, lo que se expone: la hechura del texto en tiempo real.
Hay que señalar, sin embargo, que no se trata de “literatura del desencanto”, y con razón el ensayista Jorge Fornet (Los nuevos paradigmas, Prólogo narrativo al siglo XXI, 2006) no lo incluye en su enjundiosa aproximación a esa nueva visión que se abrió camino en la literatura cubana desde la última década del siglo XX, en la que no hubo más sitio para los sueños utópicos y se expusieron las más diversas variantes de la pesadilla.
“La guerra me tiene harto”
Con el propio título, Cañón de retrocarga nos adelanta que la novela tratará sobre la retroalimentación, pero nos resulta imprevisible hasta qué punto el autor llevará su intención desacralizadora del proceso creativo, del Autor, del Lector e incluso del género novelístico.
Cuando todavía esta obra se encontraba en el limbo editorial, ya Margarita Mateo Palmer, en Ella escribía poscrítica, de 1995, había resumido muy bien la materia del libro:
“Alejandro Álvarez Bernal ha elaborado su novela a partir de un tema central, que si bien es presentado desde una perspectiva universal —la respuesta del hombre ante la muerte—, aparece motivado por una pregunta —«¿En qué piensa un hijo de vecino cuando el plomo le ha sacado para afuera las tripas y otro hijo de vecino se las acomoda con ciencia y arte cosiéndole la tajadura?»—, que tiene particular vigencia en el contexto cubano de los 80”. Y añade Mateo Palmer: “Desde el mismo subtítulo de la novela —«texto lúdicro del lugar común y con manchas»— se está anticipando en Cañón de retrocarga la importancia de tres principios básicos de su construcción —el ludismo, la (no) originalidad y la (im)perfección—, conceptos que a su vez han sido objeto de una particular atención y recreación por la estética posmoderna”.
En la contracubierta de esta reedición se nos habla de que la novela, “paradójicamente, partiendo del presupuesto latino «Nil novi sub sole», nos convoca a un terreno donde la innovación aún permite resultados inéditos: el formal, con recursos ya empleados por las vanguardias, pero re-creados aquí por la novísima alquimia”. Se nos recuerda, además, que “a través de estas reflexiones y sosteniéndose en una humorística estructura testimonial, disfrutamos la desacralización de personajes y obras clásicas de la literatura, una autoparodia de este texto y una también lúdicra parodia del testimonio que a veces ha servido de catapulta a voces portadoras de pretensiones más extraliterarias que artísticas”.
Hablar de esta novela, como de cualquier novela cubana, como de cualquier libro publicado aquí, lleva siempre al punto de tocar la escualidez de la crítica literaria en nuestro país, pero, en definitiva, cada lector puede descubrir por sí mismo qué resulta ser, para su particular sensibilidad, este libro. Unos lo disfrutarán, otros saltarán y acaso lo soltarán a un lado; alguno se sentirá defraudado o perdido. Lo único seguro —y esta gastada apelación resulta muy justa en este caso— es que no habrá indiferentes ante estas páginas escritas con una pasión tan rara, con tanto cubanísimo choteo.
Es pertinente preguntarnos, ¿cómo no?, si ha envejecido esta novela que resultó novedosa incluso en 1997. Quince años después, ¿mantiene su vitalidad? Creo, personalmente, que ese esfuerzo formal juvenil y descarado, ese espíritu jaranero y ajeno a complacencias, conserva su músculo ahora mismo y sigue hablándonos de asuntos vivos, sigue poniéndonos a discutir, a opinar.
Ya hacia el final del texto, leemos: “La guerra me tiene harto, me cago en mi condición heroica de dilecto hijo de la patria agradecida: prefiero ser el «jubilado glorioso, el ancianito respetable»: ¿Qué coño tiene de malo que quiera envejecer entre tantos lugares comunes?”.