MIAMI – Un proyecto para modificar la Ley de Ajuste Cubano o medidas que impidan facilitar las recientes disposiciones sobre flexibilización de viajes a Cuba son las primeras acciones de quienes se oponen a los cambios de la política entre Estados Unidos y la vecina isla. Propuestas como las de obstaculizar travesías que sobrevuelen, atraquen e incluso toquen terreno próximo a propiedades en litigio por reclamaciones, habla más de intereses que nada tiene que ver con valores democráticos y la búsqueda de soluciones que pongan fin a un conflicto donde el único y verdadero perjudicado ha sido el pueblo sencillo.
Es indiscutible que la Ley de Ajuste Cubano ha caído en una zona que linda entre la obsolescencia y la inutilidad. Peor aún de clasificar es la práctica conocida como Pie seco y pie mojado, que por un lado devuelve a emigrantes recogidos en el mar y por otro acepta a quienes cada vez más y desde diversos lugares, llegan a territorio norteamericano sin mojarse siquiera un dedo. Lo hacen atravesando miles de millas terrestres y pagando cuantiosas sumas en dólares a una bien estructurada organización ya conformada por nacionales cubanos radicados en el exterior, que al menos garantizan la integridad de sus compatriotas en ese difícil objetivo que resulta alcanzar el Dorado estadounidense.
Y si algo hay que erradicar es precisamente esa política de competición que llena bolsillos a emergentes mafias de traficantes humanos que nada tiene que ver con la democracia y menos con llevar la libertad a los cubanos mientras pone énfasis en la solución por escapismo.
Otro aspecto que ha puesto a La Ley de Ajuste en entredicho trata de su aplicación para supuestos casos de refugiados y disidentes quienes acceden a este beneficio por diversas vías, en las que no se excluye la corruptela que significan pagos en moneda o en especie para obtener los avales que certifican una falsa participación en la lucha pro democrática, un inexistente estado persecutorio y el consecuente peligro de ir a la cárcel. Por poner un ejemplo el de un aspirante que consiguió el reconocimiento de refugiado mostrando un documento acreditativo imposible de verificar y la copia de una multa de 600 pesos cubanos, que según sus propias palabras era el resultado de pescar ilegalmente en una reserva natural.
Desde Cuba se emiten criterios y juicios de gente que ya se atreven a opinar para un medio independiente a pesar de recelos y temores. De ellas cabe destacar dos. Una apunta al peligro de una “libialización” de la cercana Cuba y las consecuencias que ello traería para la seguridad nacional norteamericana. “La gente, para que no le nieguen la entrada a EE.UU., hará cualquier cosa con tal de calificar como disidente. Lo mismo matar a un policía, pintar carteles o tirar papelitos en la calle contra el gobierno.”
La otra opinión, con menos tremendismo, expone una realidad: “Si hay relaciones y embajadas, se supone que no tiene lógica la Ley de Ajuste. Súmale a eso que vienen ferris desde La Florida. La parte complicada es que, cada vez que (el gobierno) aprieta el zapato, la ley le saca presión a esta isla. Mijo, la verdad es que, sin ley de ajuste, explota la olla y una situación social inestable a 90 millas es un lío para la seguridad nacional de los americanos.”
Si obsoleta resulta la Ley de Ajuste absurdas son más aún las razones expuestas para mantenerla bajo ciertas reformas. Una de ellas sería que los beneficiados solo puedan ir a su patria pasados cinco años. O sea cuando pueden optar por la ciudadanía norteamericana que les otorga el derecho de haber alcanzado el tiempo prescrito por su condición de residentes. Es aquí precisamente donde radica el maquiavelismo de unas intenciones que dicen velar por la libertad del pueblo cubano cuando la intención de los que legislan ahora es precisamente evitar que los ciudadanos norteamericanos visiten Cuba. Claro que a los cubanos, sus cuasi compatriotas legisladores les dejarían la opción de seguir siendo residentes sin aclarar a que situación se expondrían si decidieran viajar a su país de origen, en el caso hipotético de que las cosas entre ambas orillas retomaran el curso del enfrentamiento.
No se conoce en esta parte una política tan extraviada donde el rechazo hacia un gobierno totalitario haga que los que tienen origen en ese sitio impongan a los suyos cargas de limitaciones y embargos. No lo han hecho ni los venezolanos con sus compatriotas inmersos en una enrarecida atmosfera cada vez más autoritaria, ni en su día lo hicieron los chilenos que huyeron ante el espanto de las torturas y desapariciones o los nicaragüenses en los tiempos del Sandinismo autocrático. Por cierto tampoco ellos pidieron embargos económicos contra sus pueblos.
Tampoco es justo culpar a Obama de haber legitimado al régimen que gobierna en Cuba desde hace más de cincuenta años. Esa legitimidad se la otorgan los organismos internacionales que le reconocen desde el inicio y más de cien naciones que mantienen relaciones diplomáticas a todo nivel, incluyendo las de tipo consular, a lo largo de todos estos años. No se puede obviar el reconocimiento que le dieron desde el mismo Estados Unidos nada más arribar al poder y más tarde desde diversas administraciones que trataron de consumar acuerdos que no llegaron a prosperar.
Por tanto el problema no es dar ilegitimidad a lo que de alguna forma la tiene sino de cambiar el curso de los acontecimientos. Y para ello se requiere de mucha visión y valor. Tanto como los que en su día tuvo el gobierno republicano de Richard Nixon para abrir relaciones con una China comunista que no ha dejado de cometer atropellos de toda índole (por estos días se cumplen 26 años de Tianamen), o el acercamiento en franca alianza con Vietnam, gobierno para nada afecto de la democracia y los derechos ciudadanos.
En el caso de Cuba se abren posibilidades que no convienen ignorar. Un momento que debe aprovecharse para seguir abriendo un muro que se deshace a ojos vista y al que no debe ponerse remiendos para que mantenga su dudosa solidez. La restructuración de la valla solo ayuda a quienes ya protestan al presentir que los tiempos “de gloria” están terminando. Y no por la violencia ni la imposición extranjera sino por el camino de una política de acercamiento y de reconciliación entre las dos orillas, y sobre todo entre cubanos.
Los peligros existen ciertamente pero poco se consigue poniendo cercados de por medio o levantando puentes. Los puentes levadizos, las cercas y los muros son una especialidad de los dictadores y totalitarios. Nunca de los que aspiran a la libertad y a la democracia.