LA HABANA, Cuba. – En Caibarién, provincia de Villa Clara, nació Florencio Gelabert, quien, por caminos insospechados llegaría a convertirse en uno de los más importantes escultores de la vanguardia artística cubana durante la primera mitad del siglo XX.
Su primera inclinación fue por la música, al punto de que llegó a formar parte de la banda municipal de Caibarién. Al concluir los estudios elementales aprendió el oficio de fundidor, a partir del cual entró en contacto con la materia y el reto de transformarla para producir nuevas formas.
Este interés lo condujo a optar por una matrícula en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, de modo que se trasladó a La Habana y, sin descuidar su pasión por la música, aprendió dibujo y escultura. Graduado en 1934, obtuvo una plaza de profesor y se mantuvo en la Academia por varios años, al cabo de los cuales decidió dedicarse por completo a la escultura.
Hacia 1939, tras haber realizado su primera muestra personal en el Lyceum de La Habana, emprendió un viaje por Europa que lo puso en contacto con las corrientes más novedosas de las artes visuales. Visitó Italia, Bélgica y Francia. En París coincidió con el ya reconocido Wifredo Lam y poco después marchó a México, donde realizó exposiciones individuales, nada menos que en el Palacio de Bellas Artes.
Algunas de sus obras fueron diseñadas para lugares públicos, como el monumento al general Quintín Banderas, la “Bailarina” emplazada en la fuente de la Terminal de Ómnibus de La Habana y el conjunto escultórico del Panteón de los Veteranos de la Guerra de Independencia en el Cementerio de Colón. Otras fueron solicitadas por comitentes privados, como las piezas que decoran diversos espacios del hotel Habana Riviera.
Gelabert participó en varias exposiciones colectivas en Cuba, España y Brasil. Fue acreedor de importantes premios y reconocimientos, mientras que varias obras suyas pueden ser apreciadas en la colección permanente del Museo Nacional de Bellas Artes.