GUANTÁNAMO, Cuba. ─ Este 9 de marzo se cumplen 125 años de la muerte de Juana Borrero, poetisa habanera hija del patriota, periodista, médico y poeta Esteban Borrero Echeverría y hermana de la también poetisa Dulce María Borrero.
Nació en La Habana el 18 de mayo de 1877 y desde niña fue educada en un ambiente intelectual cuya raíz se vincula con su abuelo paterno, el poeta Esteban de Jesús Borrero.
Unida a esa sensibilidad literaria y artística familiar recibió desde niña la influencia de las ideas políticas de su padre, quien combatió con las fuerzas mambisas cuando estalló la guerra de 1868.
Estudió artes plásticas en la Academia de San Alejandro y recibió clases de Armando Menocal, uno de los pintores cubanos más destacados del siglo XIX.
Debido a las actividades revolucionarias de su padre, se vio obligada a emigrar a Estados Unidos en dos oportunidades: la primera en 1892, cuando conoció a José Martí en Nueva York, quien ofreció en su honor una velada literaria realizada en Chickering Hill. Entonces, Juana tenía 15 años, pero su talento ya era innegable en el panorama cultural cubano.
De regreso a Cuba en 1893 publicó algunos de sus poemas y colaboró en publicaciones como La Habana Elegante, El Fígaro y Gris y Azul.
Reconocida como una poetisa de exquisita sensibilidad, fue autora de un extenso epistolario al que los estudiosos de la literatura cubana elogian por su contenido humanista y la información que aporta sobre sucesos culturales y sociales de la época.
La mayoría de sus obras plásticas se perdieron cuando las autoridades colonialistas realizaron un registro en su vivienda, pero varias de ellas fueron elogiadas por Julián del Casal.
En Historia de la Literatura Cubana, publicada por el Instituto de Literatura y Lingüística, consta este vaticinio de Casal: “Así pasa los días de su infancia esta niña verdaderamente asombrosa, cuyo genio pictórico, a la vez que poético, promete ilustrar el nombre de la patria que la viera nacer”.
La crítica de arte cubana ignoró los méritos de su obra plástica por más de medio siglo, hasta que en 1966 José Lezama Lima y Fina García Marruz proclamaron la maestría de sus pinturas. Lezama afirmó que, para él, sus Negritos eran la única pintura genial del siglo XIX cubano.
En 1895, debido a la represión ejercida por las autoridades españolas contra su padre tuvo que regresar al exilio, estableciéndose en Key West –Cayo Hueso–, Florida, donde falleció.
Una obra poética y un amor trascendentes
Juana Borrero es considerada por los estudiosos de la literatura cubana como una poetisa muy apegada a la estética de Casal. Cuando murió a los 19 años ya había inscripto su nombre en nuestra cultura.
En Historia de la Literatura Cubana Salvador Bueno la considera una continuadora del modernismo, movimiento literario que, según ese investigador, tuvo en sus inicios “una actitud escapista ante el mundo, un intento de poesía esteticista y aristocratizante que olvidaba los problemas de América y la situación aflictiva y dependiente de nuestros pueblos”.
Aunque Martí está considerado como uno de los iniciadores de ese movimiento su estética estuvo distanciada de esa característica, pero ejerció poca influencia en las postrimerías del siglo XIX. Reconocido como “maestro” por el mismísimo Rubén Darío, su poesía no fue divulgada en Cuba de la misma forma que sus artículos periodísticos y discursos. Tuvieron que transcurrir varias décadas después de su muerte para que esta fuera apreciada en su justo valor dentro de las letras hispanoamericanas.
Por eso no es de extrañar la influencia de Julián del Casal ─otro poeta excelente, pero de menor calado social─ sobre Carlos Pío Uhrbach, Federico Uhrbach, René López y Juana Borrero, los poetas más destacados del modernismo cubano una vez muertos Casal y José Martí.
Su relación con Carlos Pío Uhrbach tuvo un sino trágico. Su padre se opuso a esa relación y por eso ambos jóvenes hicieron del género epistolar un ejercicio que plasmó indeleblemente los sentimientos más nobles de sus almas generosas y su fina sensibilidad.
La escritora Olga Marta Pérez hizo una selección de esas cartas y poemas intercambiados por los enamorados y los publicó en 1994. En el prólogo menciona que Juana conoció a Carlos por sus poemas y que desde ellos comenzó a amarlo, pero que su primer encuentro personal ocurrió después, el 10 de marzo de 1895. Afirma que ese día hubo un eclipse lunar.
Ambos se separaron cuando Juana partió por segunda vez con su familia hacia el exilio. Allí murió de fiebre tifoidea, lejos de la tierra y del hombre que tanto amaba y se cumplió otra profecía de Julián del Casal plasmada en un poema que le dedicó: “…en ti veo la tristeza de los seres que deben morir temprano”.
Carlos Pío Uhrbach fue a buscarla. ¿Qué ideas llevaría en el alma? ¿Cómo imaginaría ese encuentro? Me resultan preguntas inevitables cuando repaso sus poemas y cartas y recuerdo que eran dos jóvenes que se amaban intensamente, con toda una vida por delante.
Pero en Cayo Hueso Carlos solo halló su tumba, un espacio demasiado pequeño para contener el alma de su amada. Y cuentan que lloró sobre ella y que ese dolor ante la mujer perdida para siempre lo impulsó a unirse a los mambises, que ya estaban en la manigua luchando por la libertad de la patria.
Aseguran quienes han preservado esta hermosa y triste historia de amor que una vez Carlos había dicho a su novia: “Sé que voy a morir en diciembre”. Y murió el 24 de diciembre de 1897 en el campo de batalla, siendo teniente coronel del Ejército Libertador. Llevaba cosidos en la pechera de su camisa un retrato de su amada, su última carta y varios de sus poemas. No se ha podido precisar el sitio exacto de su caída en combate ni hace falta. No existe espacio capaz de marcar la muerte de los poetas.
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