MIAMI, Estados Unidos.- El escritor, periodista, promotor cultural, productor y melómano Armando López es, por otra parte, una suerte de figura mítica de la cultura popular cubana.
Logró anticipar la elusiva sociedad de mercado libre que tanto necesita la isla, hasta nuestros días, en una suerte de “Ínsula Barataria”, la revista Opina, y figura como personaje en las memorias de Reynaldo Arenas, Antes que anochezca, con quien compartió fugas y guaridas.
Fundó orquestas que llegaron a la cima de la popularidad y montó espectáculos en los más renombrados y sofisticados escenarios de la desafiante ciudad de Nueva York.
Sus conferencias son paradigmáticas por controversiales y sabias. Cuando pensábamos que tal intérprete es el rey o la reina de la canción popular cubana, Armando nos seduce mediante inconmovibles opiniones para disfrutar otra personalidad de similar estatura estética.
Sus loas a la gloriosa Ciudad de La Habana, que el castrismo desmontó con saña, tienen una fijeza especial en nuestro imaginario. Después de escucharlo o leerlo nos parece estar en la bodega de la esquina junto a una victrola disfrutando el bolero “Corta Venas”, de Ñico Membiela.
Cuando pensábamos que Armando transcurriría como el río sereno en su otoño de encanto, se rebosa con una novela que es exorcismo de estilo y contenido, titulada de modo provocador, sin concesiones: Los maricones van al cielo.
Son los años cincuenta en un bucólico pueblo de provincia, donde la “procesión” suele ir por dentro. La historia está narrada, sin mucha alharaca filológica, con el más transparente de los lenguajes, desde la melancolía del adolescente que descubre su otredad a empellones, en las aulas o cuando mataperrea con los demás niños de la comarca.
Es una década de gran incertidumbre para ser distinto en el llamado “interior” de la isla, con sus intrigas y complejos. Todavía los desentendimientos y presiones sociales no provienen del estado, como ocurrió pocos años después con el arribo de la dictadura castrista, que institucionalizó la homofobia.
La novela acontece en viñetas encadenadas por las revelaciones y despertares de Tres Paticas, el personaje protagónico, quien trata desesperadamente de desentrañar su universo sentimental, por momentos enrarecido y desamparado hasta en el seno de su propia familia.
Armando ha logrado una de las tantas aspiraciones de la buena literatura: crear el micro universo verosímil donde los personajes se mueven, con soltura, a su antojo. Esta geografía quimérica se propaga en el tradicional y pueblerino urbanismo cubano de parques, iglesias, casonas, placeres yermos y ríos, entre otras estaciones de goces o frustraciones, donde la acción física se entrecruza con la espiritual.
Según Armando, el título del libro se debe a que “en Matacallá los curas predican que los maricones no pueden ir al cielo, las beatas rezan ante su incontrolable abundancia, en las victrolas suenan boleros morunos y las pepillas bailan rock and roll. Es 1950. La palabra gay no se ha inventado todavía y la decana de las putas advierte: ‘No hay malas palabras, solo oídos enfermos de pureza’”.
Los maricones van al cielo es parte de la picaresca criolla que no se limita a lo vernáculo, ni mucho menos a las ataduras de la historia oficial. Tiene una vocación de universalidad, donde abunda el diálogo coral frente a la introspección del incomprendido. Sus diversos conflictos desbordan las fronteras del “pueblo chiquito”, para llegar a ser el consabido “infierno grande”.
En la violencia callejera, la injuria, el erotismo sin amor, el miedo a “salir del closet” y sus consecuencias, hay una tensión narrativa en esta novela que recuerda la imaginería renacentista de Pier Paolo Pasolini.
Es una obra libre, que le tomó 10 años de elaboración al escritor. Sin cortapisas, pura entrega y sinceridad.
Armando la puntualiza de tal modo: “Hoy cientos de miles agitan la bandera del arcoíris. Avanzan las Marchas del Orgullo Gay. Pero no siempre fue así. Por siglos, las religiones monoteístas, basadas en una falsa interpretación de la Biblia, llamaron pecado contra natura, o pecado nefando, al sexo entre dos hombres.
“Los estados lo convirtieron en crimen. Los ‘sodomitas’ fueron sentenciados a cárcel, a galeras, a la hoguera.
“En el siglo XIX, se les diagnosticó homosexuales: ‘enfermos que había que curar’.
“Se les excluía del ejército, del magisterio, de la política.
“La Iglesia les negaba la comunión. Les prohibía ir al cielo.
“Hoy sabemos que la homofobia, el odio a los homosexuales, es la verdadera enfermedad que hay que
curar”.
Presentación exclusiva de Los maricones van al cielo en la librería Books & Books (265 Aragon Avenue, Coral Gables) el domingo 3 de abril a las 5:00 p.m.
Armando López conversará, sobre su novela, con el cineasta Orlando Jiménez Leal, el pintor Ramón Alejandro y el crítico de cine Alejandro Ríos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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