LA HABANA, Cuba. – De todo lo acontecido en los últimos días quizás falte poco o nada por decir. La polarización que se aprecia en las redes sociales con respecto al éxito o fracaso de la Marcha del 15 de noviembre ha sido eclipsada por la decisión de Yunior García de exiliarse en pleno despliegue represivo por parte del régimen. Miles de cubanos han quedado en una especie de shock, no solo por la inesperada reaparición del dramaturgo en España ―tras casi 72 horas sin dar señales de vida―, admitiendo que su plan de emigrar había sido concebido con anticipación; sino por el pasmoso triunfalismo de quienes aseguran que el 15N fue todo un éxito porque “desenmascaró” a la dictadura.
Si a estas alturas alguien, dentro o fuera de Cuba, necesita que el castrismo sea desenmascarado, es porque no ha estado prestando atención. Desde que fuera anunciada la marcha pacífica, y una vez declarada ilegítima por parte de las instancias judiciales, se sabía que el régimen no la iba a permitir. Los actos de repudio que se produjeron en toda la Isla, el cerco policial a periodistas, opositores y miembros visibles de la plataforma Archipiélago, los arrestos preventivos de figuras que podían ejercer algún liderazgo durante la jornada cívica, son métodos que el castrismo ha aplicado durante seis décadas.
Se intuía que a Yunior no lo iban a dejar salir, que le montarían un tinglado en La Coronela, que la presión sería descomunal. Se sabía que a lo largo de la ruta habanera señalada por Archipiélago para realizar el desfile, estarían apostados cientos de agentes de la Seguridad del Estado, policías y jóvenes cadetes disfrazados de pueblo aguerrido, a la espera de esos bravos que saldrían de punta en blanco con su flor de paz.
No hubo ninguna sorpresa con el modus operandi del régimen. La comunidad internacional tampoco necesitaba de mayores demostraciones porque ha visto actuar como energúmenos a los diplomáticos de la dictadura en eventos donde deberían primar el respeto y la moderación. Nada quedaba por descubrir; así que no hubo tal victoria. Si de algo sirvieron los sucesos recientes, tanto la mascarada del parque El Quijote como la militarización del Paseo del Prado, fue para dejar claro que el castrismo ya no tiene pueblo que lo siga y su único recurso es el terror, que aplica sin miramientos.
Esa conga deplorable que bajó por la avenida 23 el domingo 14 de noviembre es todo lo que queda del entusiasmo revolucionario: un montoncito de obligados que medran en facultades estratégicas como el ISRI (Instituto Superior de Relaciones Internacionales) y Ciencias Médicas, dirigentes de la FEU y los tontos útiles de siempre.
No hubo pan y circo más allá de algunas ferias paupérrimas y módulos culturales en parques por donde transitaban los cubanos como nubes cerradas, sin nada que celebrar. El populismo de Díaz-Canel ha sido tan inútil al sistema que las hordas del repudio tuvieron que ser transportadas hasta la puerta de los opositores, porque la gente del barrio ya no se presta a esa ignominia. Si la Marcha Cívica por el Cambio dejó alguna ganancia fue esa: demostrar que el régimen está solo y desesperado.
Las restantes interpretaciones pertenecen a esa ilusión colectiva de funcionalidad que desde hace décadas compartimos los cubanos para no enloquecer. La dictadura no aceptará patrullas volcadas ni rosas blancas. No tolerará ninguna clase de disidencia y eso tampoco es novedad.
Quizás la verdadera conmoción se produjo al saber del exilio premeditado de Yunior García, a quien ciertamente no se le debe juzgar por haberse quebrado, según él mismo admitió. Sin embargo, el secretismo con que puso mar de por medio mientras varios miembros de Archipiélago sufrían hostigamiento o arrestos, no juega a favor de un hombre que en numerosas ocasiones habló del honor y de la importancia de ser consecuentes.
No es razonable querer sacudirse la responsabilidad del liderazgo luego de haberse convertido en el orador más prolijo y el rostro más visible de Archipiélago. No es coherente decir “yo no soy político” después de meses articulando un discurso esencialmente político, que atrajo el interés de todos los medios de prensa y catalizó las expectativas de miles de cubanos. No es decente convocar para luego desaparecer, dejando a tus hermanos de causa atribulados y exigiendo fe de vida mientras una visa te ayudaba a salir de este infierno.
El archipiélago se ha fragmentado. Otra vez la esperanza anida en una hipotética reedición del 11J, que el castrismo intenta evitar con la apertura de fronteras y el arribo de turistas. Mientras tanto, Yunior se va a España como mismo entró Carlos Manuel Álvarez a San Isidro: en medio de un implacable cerco policial y abortando la amenaza que mantenía en jaque a la dictadura.
Ya lo dijo quien lo dijo: el cambio fraude está a las puertas. El castrismo quiere tomar las riendas de la transición, y el único modo de impedirlo es empoderando al pueblo que duerme en las colas para comprar los escasos víveres o medicinas que despacharán al día siguiente. Visto y comprobado el riesgo de fuga entre los artistas e intelectuales cubanos, toca a los humildes alzarse de nuevo contra políticos corruptos que hoy son, más que nunca, la caterva que florece sobre nuestra angustia.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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