SANTA CLARA, Cuba. – Hace unos cinco años atrás, Alcides jamás hubiera imaginado que su principal sustento de vida serían los desperdicios de otros. La edad de jubilación lo sorprendió con varias enfermedades crónicas y una hernia que ha decidido no operarse. Aun así, a sus 68 años, cada día recorre unos cuantos kilómetros registrando cuanto basurero encuentra en el centro de la ciudad de Santa Clara para meter en su jolongo cualquier artículo que pueda tener algún valor “comercial”.
Sobre un trozo de tela veteado, en los portales de la Iglesia del Buen Viaje, dispone un par de zapatillas previamente reparadas, una mochila a la que le falta un zíper, ruedas sueltas de un coche para niños y algunas herramientas oxidadas. Alcides acopió gran parte de estos artículos en los vertederos; ahora los oferta a 20, 30 y hasta 50 pesos, no más.
“Siempre hay alguien interesado”, asegura el hombre ante el cuestionamiento de si los transeúntes conocen que su quincalla proviene de la basura. “Las ruedas mismas me las arrebatan para armar carritos de mercado y los bolsos también, porque la gente los lava, los arregla y quedan como nuevos. Hay quien no tiene la posibilidad de comprarse uno nuevo”.
La recogida de desechos sólidos es un problema arcaico que se ha agravado en Villa Clara, consecuencia de la escasez de combustible y camiones para trasladar la basura al vertedero municipal. De ahí que los microvertederos de barrio permanezcan muchas veces por más de una semana en las esquinas atrayendo a roedores, animales carroñeros y a estas personas conocidas como “buzos”, que sin recato alguno rebuscan entre los desperdicios.
Lo que provoca contrariedad y repulsión en unos constituye el único sustento de otros. Jesús, de 70 años, se dedica a recoger latas, botellas y pomos vacíos que lava con cloro para luego vendérselos a los particulares que fabrican puré de tomate y que se los pagan a cinco pesos por unidad. Su área de operaciones incluye la Carretera a Sagua y el Desvío de Maleza, donde existen más de 10 merenderos que comercializan bebidas frías. Por cada kilogramo de estos envases de aluminio recibe 40 pesos, o sea, aproximadamente unos 200 pesos por paca.
Cuando raja el sol de mediodía los fines de semana es el justo momento en que “a la gente le da por tomar más cerveza y siempre logro llenar dos sacos”, cuenta el anciano de tez cetrina y manchada. Sentado en el contén de la acera, alejado unos metros de los kioscos para no importunar, espera pacientemente por horas a que los dependientes tiren las latas para luego sumergirse en el contenedor.
“Yo recojo todo lo que pueda vender”, precisa. “No me da vergüenza confesar que vivo de la basura. Hay quien me dice ‘Abuelo, toma, para que resuelvas’, pero otros me maltratan y me dicen que me vaya, que estoy molestando a los clientes. No robo, ni le pido nada a nadie. Esto es para comprarle la leche para mi mujer que está enferma y que ya no puede trabajar la costura”.
La rivalidad por la basura
Como si su nombre hubiese sido un vaticinio, otro jubilado de la construcción llamado Lázaro se hace acompañar por un perro que lo persigue cuando él rebusca en la basura. El animal no es suyo, pero lo corteja a sabiendas de que encontrará comida cuando abra las bolsas que tiran los restaurantes aledaños.
“He encontrado zapatos que están como nuevos, aunque les falten los cordones. Ese tipo de material lo separo en un saco y en otro meto las latas escachadas”, detalla. “Tengo que apurarme antes que lleguen los barrenderos porque ellos también resuelven con esto mismo”.
Como en todo negocio, en el de la basura también existe competencia por lo que habitualmente se ve a los recogedores merodeando en las cercanías de los vertederos a la espera de que, sobre todo los negocios particulares, desechen los desperdicios en horario nocturno. Llama la atención que muchas veces no solo se trata de “deambulantes”, mendigos o ancianos de bajos recursos, sino también personas “bien vestidas” registrando a plena luz del día en los contenedores más céntricos.
Cargado con dos sacos de latas, Yoel, otro recogedor, se dispone a venderlos en un puesto particular cercano al mercado de la ciudad porque asegura que el estado nunca tiene dinero para pagar a tiempo. Comenta que en el municipio de Camajuaní tienen mejores precios por este tipo de mercancía, pero que se le dificulta el traslado debido a los problemas de transporte. Tanto las piezas de cobre como las de aluminio son adquiridas por fabricantes de sartenes, espumaderas y hasta de ventanas y puertas que funden en los famosos talleres privados de Placetas.
Aunque existe la posibilidad de obtener una licencia como “recolector-vendedor de materias primas”, la mayoría de los “buzos” que se dedican a estas labores estarían ejerciendo una actividad considerada como ilegal. En lugar de vender su “mercancía” a las entidades estatales adscritas a la Empresa de Recuperación de Materias Primas prefieren comercializarla de manera clandestina, ya que los particulares ofrecen mejores pagos.
Por ejemplo, estos recolectores aseguran que los envases de plástico son bastante solicitados por fabricantes de horquillas, potes, cubos, juguetes y tuberías. También los pomos de perfume y de desodorante, que son bien pagados por quienes se dedican a rellenarlos para luego venderlos como “originales” en el mercado informal. Más que un asunto de ecología o cultura del reciclaje, se trata de un modo de vida que sostiene la economía de muchas familias.
“Las más buscadas son las botellas plásticas de cerveza Parranda porque esas se venden en MLC allá en La Habana, pero aquí no ha llegado esa opción”, lamenta Jesús. “Cuando veo una latica brillando de lejos es como si me encontrara un tesoro y me apuro para que no se la lleve otro antes que yo. Si digo la verdad, hace bastante tiempo que no me tomo un refresco de esos, de los de gas”.
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