LA HABANA, Cuba. – Ni “matriz mediática” ni “politización del asunto”, la verdad es que continúan los asesinatos de mujeres, mientras quienes desde el poder deben tomar cartas en el asunto, no hacen lo suficiente para cambiar las cosas y, como reacción típica cuando son cuestionados, se escudan en justificaciones y optan por politizar y desviar la discusión hacia quiénes son los sujetos, medios de prensa, organismos internacionales y grupos de la sociedad civil que divulgan la noticia, atienden e investigan los casos y visualizan con persistencia un fenómeno que merece total atención.
Y mientras intentan demostrar con cualquier tipo de falacias, prejuicios, represiones y discriminaciones políticas que todo responde a una “matriz mediática”, el régimen mismo no solo intenta crear una “matriz de opinión” a su favor, donde comete el crimen de usurpar el papel de las verdaderas víctimas, sino que practica la complicidad con el asesino así como con todos los patrones, normas, discursos y conductas sociales que son las raíces del feminicidio.
Un excelente análisis de Ana León, publicado en esta misma página, denuncia y demuestra con verdades irrebatibles lo que en realidad está sucediendo en Cuba y cómo el propio sistema propicia la violencia, en tanto la “ley” y el “orden” relegan a un plano secundario la protección al ciudadano mientras priorizan y emplean todos los recursos en blindar y perpetuar al régimen, aun en detrimento de la seguridad de las personas e incluso pagando con la total pérdida de credibilidad, tanto en las fuerzas policiales como en lo que debiera ser el verdadero sistema penal y el poder judicial.
Pero en Cuba el sistema de instituciones no tributa al bienestar ciudadano sino que conforma un verdadero entramado de corte mafioso del cual queda excluido, bajo el pretexto de “patria o muerte”, aquello que no comulga ni conspira con él y a su favor, de modo que ni siquiera el derecho a la vida es colocado por encima de lo que el régimen, sin ningún tipo de sonrojo, reclama como su “derecho” a perpetuarse en el poder.
Por eso coincido con Ana León en el hecho de que Cuba, más a golpe de represión que de leyes y decretos (concebidos como parte de ese “blindaje” al que yo aludía), ha sido convertida (y la hemos dejado convertirse, puesto que debemos asumir la responsabilidad individual que nos corresponde) en un país incompatible con la vida pero igualmente en un lugar más que compatible con el horror y la tragedia que muchas veces rodea la muerte.
Desde las muertes de tantos jóvenes que nos dejaran las guerras ajenas, bajo la idea demencial del “internacionalismo”, y en especial la masacre de Angola, hasta los centenares de muertes evitables que se saldó la sostenida mentira de un “sistema de salud perfecto” más que la propia pandemia de COVID-19.
Desde enero de 1959 las muertes han sido el aliado más incondicional de un sistema que no teme invocarla y practicarla con violencia cuando se encuentra o siquiera se sospecha perdido. Un sistema que no demuestra el más mínimo respeto por los muertos, a juzgar por el espanto que vemos a diario en cementerios y funerarias, por las denuncias que se acumulan debido a la mala calidad de ataúdes y ofrendas florales, por el absurdo de trasladar un cadáver o a un enfermo grave en una carretilla porque no hay carros fúnebres (aunque se importan por centenares los autos para el turismo y la élite militar).
En estos últimos años, entre derrumbes que interrumpen la vida de unas niñas, entre accidentes de aviación del que rehuyen con viejas artimañas asumir responsabilidades, entre tornados y huracanes que sacan a la luz el perpetuo abandono que nos rodea, entre la explosión de un hotel que aún es misterio, incendios por imprudencia que consumen las vidas de bomberos casi niños junto con sus sueños, no podemos dejar de pensar en que si hubiera una verdad en la frase “socialismo o muerte” es precisamente esa en que se nos revela como un sistema incapaz de ofrecer otras alternativas al ser humano que no impliquen un desenlace fatal.
La muerte por negligencia de una decena de bebés en un hospital materno de La Habana y la burla que recién ha ofrecido como respuesta el Ministerio de Salud Pública, aunque nos indigne por tanto cinismo, no son ni por asomo la prueba más reciente del horror que vivimos a diario, en tanto, apenas unos días después de esa tragedia hemos sabido de muchas otras, bajo las formas más diversas que puede asumir la muerte: suicidios incluso en el propio calabozo de una estación policial, asaltos sanguinarios en plena calle, fallecimientos por mala praxis médica o falta de medicinas, ahogamientos de balseros cruzando el Estrecho de Florida, que se suman a las muertes por los hundimientos no accidentales de embarcaciones y las provocadas por accidentes de tránsito debido al mal estado de carreteras y vehículos.
De modo que el mar, las aguas, no son la única maldita circunstancia que rodea nuestras vidas y que a veces nos hacen llorar y maldecir sino también la muerte y la violencia con que nos llega, generada sin duda alguna por un sistema compatible con ella.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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