HARRISONBURG, Estados Unidos. — En la plataforma Youtube circula un video titulado “La metáfora de los cerdos salvajes”, cuya visión ofrece una lectura muy ilustrativa sobre el valor de la libertad. En el material se aprecia cómo se puede engañar a los cerdos salvajes acostumbrándolos a ir a comer maíz a un lugar que —en la medida que transcurre el tiempo— se va limitando con cercas, hasta que se logra encarcelar a la manada. Cuando esta se percata de que ha perdido su libertad, comienza a correr en círculos dentro del recinto; pero ya su existencia está constreñida a ese espacio, y totalmente subordinada a la voluntad de quien le garantiza alimento fácil y gratuito. Los cerdos acaban aceptando la pérdida de la libertad, incluso algunos hasta pueden mostrar agradecimiento hacia sus captores, cuya intención es engordarlos para comérselos.
Como toda buena fábula, la de este video también tiene su enseñanza, porque lo ocurrido con los cerdos es lo que pasa en aquellos países donde los gobiernos están lanzando continuamente maíz gratuito al pueblo en forma de políticas y programas sociales. Una vez que este acepta la engañifa, comienzan a controlarlo y a cercenar sus derechos y libertades, o lo que es lo mismo: a profundizar su dependencia con respecto al poder que dice protegerlos. “Te haré pobre para defenderte”, parece ser la máxima de estos pillos que siempre se proclaman amigos del pueblo.
La historia de nuestro país, desde 1959 hasta hoy, es una prueba inequívoca de lo nefasto que resultó entregar derechos a cambio de la promesa de un paraíso esquivo como el horizonte. Dañina fue también la idea que aseguraba que todo bienestar debe proceder del Estado y no de nuestro propio esfuerzo.
En Cuba se aprecia un creciente proceso de maduración política de la ciudadanía, pero este no está exento de contradicciones y desconciertos. Han sido tantas las muestras de descontento, que alguien llegó a asegurar que la dictadura caería el pasado 8 de octubre. Pero no cayó, sino que una vez terminadas las protestas —y luego de repartir palos a diestra y siniestra—, la maquinaria represiva volvió a ejecutar impunemente sus abusos, porque sabemos que después de cada protesta el régimen identifica a dos o tres líderes, o los fabrica para luego intentar amedrentar a su comunidad imponiendo severas sanciones de privación de libertad a los detenidos, mientras otras acciones represivas colaterales se aplican a sus familiares y amigos. Se trata de un método estalinista de probada eficacia.
En medio de estos episodios de rebeldía popular, es desconcertante que todavía haya algunos compatriotas que declaren en las redes sociales que la responsabilidad del descalabro patrio recae en Miguel Díaz-Canel Bermúdez y, consecuentemente, exijan su renuncia. “Si Fidel estuviera vivo, eso no pasaría”, me dijo una cubana, y conste que lo hizo convencida de que estaba diciendo algo cierto. Esas personas, que no son pocas, están tan obnubiladas que no acaban de interiorizar que quien quiera sea el escogido a dedo para presidir el país, resultará incapaz de hacerlo avanzar mientras no logre dinamitar para siempre la estructura del sistema.
Por otro lado, y siendo sinceros, la mayoría de los que osan decir sus verdades en las redes sociales lo hacen por un marcado interés pancista, molestos por la falta de electricidad, agua o comida. Muy pocos mensajes realmente profundos, marcados por la convicción de que hay que acabar ya con la dictadura e hilvanados con un pensamiento emancipador, pueden hallarse en esos sitios.
En muchas de las manifestaciones vistas por estos días en diferentes localidades cubanas, una parte de los ciudadanos presentes en ellas clamó por libertad. Indudablemente se trata de un avance, pero la libertad no se logra pidiéndola a gritos. Como dijo José Martí: “La libertad cuesta muy cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla por su precio”.
A todos los cubanos nos corresponde luchar por esa libertad, e incluyo a los comunistas. Un hombre realmente decente y digno no puede estar de acuerdo con que los derechos civiles y políticos pueden ejercitarse únicamente por quienes defienden a la dictadura.
Muchos cubanos que viven allá están inmersos en esa lucha, y sobre ellos penden amenazas de cárcel cuando son detectados en las manifestaciones. Otros purgan largas condenas por sólo haberse atrevido a reclamar derechos. A ellos corresponderá actuar sobre la marcha y asumir tácticas de lucha que eludan significativamente la represión y aúnen mucho mejor las fuerzas, porque ante la creciente ira popular resulta inevitable que sean repasadas todas las posibles acciones de lucha.
No hay que olvidar que mientras estos cubanos tienen muy bien definidos sus objetivos, hay otros que protestan por electricidad o comida. ¿Qué harán estos cubanos cuando esas necesidades sean satisfechas? Estoy seguro de que muchos de ellos se resignarán a continuar viviendo su vida gris, donde la única esperanza consiste en que lleguen a tiempo a la carnicería el maloliente picadillo, los cinco huevos y la postica de pollo. Quizás hasta se alegren cuando los apagones se reduzcan de doce horas diarias a solo tres, o desaparezcan, aunque continúen sin libertad.
Si algo duele profundamente es que a pesar de que la credibilidad de la dictadura está hecha añicos, y que ya no es secreto para nadie que las ganancias obtenidas se revierten solo en beneficios para la cúpula gobernante, cuyo desprecio por las necesidades del pueblo es notorio, todavía hay cubanos que no han comprendido que para avanzar hay que extirpar el mal de raíz. Lamentablemente los hay.
Solo cuando las protestas eliminen de sus reclamos los objetivos pancistas, podremos afirmar que la libertad está más cerca. La libertad se alcanzará cuando la mayoría de los cubanos que viven sin ella estén dispuestos a pagar su precio. Mientras eso no ocurra, continuarán inmersos en la tragedia narrada por la fábula de los cerdos salvajes.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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