LA HABANA, Cuba. – “Como está de mala la cosa, todos terminaremos así”, comenta alguien que pasa, observa al hombre tirado en la acera pero sigue de largo. Los tiempos y los precios no están para detenerse a ayudar y a muy pocos les sobran 50 pesos en el bolsillo para regalarlos a un desconocido.
“Antes uno les daba un peso, después venía otro y dejaba cinco y así, pero ahora con eso no hacen nada. Ni para un refresco malo y un pan. Es que ni pan hay”, dice otra persona frente a uno de tantos hombres y mujeres “deambulantes” que hoy se cuentan por decenas en cualquier pueblito del país pero que en La Habana, habiéndolos en todas las esquinas, bien pudieran ser miles entre ancianos sin amparo familiar, personas sin hogar o sin recursos ni ayuda económica suficiente por parte de las instituciones del Estado, enfermos mentales que no reciben atención ni encuentran los medicamentos en las farmacias.
En algún momento antes de la “reforma económica” que, bajo el principio de “eliminar todas las gratuidades”, saquearía los ahorros de todos los cubanos, el régimen prometió que nadie quedaría desamparado, aun cuando ya eran alarmantes los abandonos y miserias en nuestro entorno, pero la oleada de indigencia en que nos hundimos, incluso desde mucho antes de la pandemia, es prueba de que aquello fueron solo palabras.
Cuerpos extremadamente secos en los que es evidente el hambre y la sed de semanas y meses de total abandono, gente que parecen animales durmiendo en los parques, comiendo sobras en un portal, e incluso defecando al aire libre en medio de una ciudad en ruinas, cuyos habitantes ya ven como normales tales situaciones que parecieran las narradas por Dante en El Infierno.
“Es que ya es bastante con todos los problemas que uno tiene que enfrentar. Si uno se pone a coger lucha con lo que ve, termina loco”, así me explica un desconocido por qué la mayoría ha dejado de ser solidaria y compasiva, cuando se ve a las claras que no se trata de drogadictos y borrachos sino de enfermos y desahuciados generados no por el “bloqueo” —como se justifica para todo lo malo el Gobierno— sino por una “Tarea Ordenamiento” que no es que “saliera mal”, como ahora quieren hacernos creer, sino que siempre fue pensada e implementada con intención muy egoísta y perversa, así como lo es todo cuando la ideología extremista de un sistema político está por encima de las necesidades básicas y derechos esenciales de un ser humano.
No se puede dar un paso en la ciudad sin que tropecemos con un indigente que literalmente muere en una esquina, sin atenciones, pero aun así no es lo que verá y narrará esa veintena de tontos influencers que el régimen ha invitado por estos días, con todos los gastos pagados, a comer lo que el cubano hace años ni sueña con comer y a disfrutar de hoteles y circuitos “de lujo” para ver si así el turismo despega de una vez.
Y es que no acaban de comprender que el turista que viene engañado no vuelve, y que cada día son más los que descubren que nuestro “color local” no es tanto “idiosincrasia” como sí el cúmulo de penurias, abusos sistemáticos, prohibiciones absurdas, apartheid, corrupción y, sobre todo, pérdida del apego a un país que dejó de serlo cuando los comunistas lo convirtieron en una propiedad absoluta de su partido.
Nadie quiere regresar a un lugar en donde todos quieren marcharse (y no retornar) y en donde los que no pueden escapar ya no encuentran cómo sobrevivir a su desgracia. Un país donde todos, absolutamente todos, mendigan de un modo o de otro, y donde la “solidaridad”, la “bondad”, la “alegría” y la “espontaneidad” de ayer, han terminado convertidas en máscaras del oportunismo, sobre todo cuando se trata de sacarle dinero a un visitante extranjero.
Los “deambulantes”, como los llama eufemísticamente la prensa oficial cubana ahora que son demasiados y por tanto difíciles de ocultar, son apenas la parte más evidente y poco “estética” de ese mal de indigencia que padecemos los cubanos y del que se nos hace difícil librarnos aun cuando ponemos el mar de por medio. De algún modo, al parecer, “todos terminaremos así”, como dijo aquel que pasó sin detenerse, y sus palabras son una certeza más que un presagio.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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