LA HABANA, Cuba. – Hoy miré unas conmovedoras imágenes en la televisión cubana. Una niña llora desesperada. La pequeña ruega y grita “please”, entre lágrimas y sollozos, para que le retiren las esposas. Las imágenes hacen temblar, son capaces de estremecer al más “pinto de la paloma”, al más duro, al más curtido en los peores avatares de la vida. Las imágenes sobrecogen y llevan al sollozo, al llanto desesperado y a la indignación, pero esas imágenes, aunque fueran trasmitidas por la televisión cubana, no acontecieron en La Habana ni en algún otro punto de nuestra geografía.
Las imágenes filmadas no hablan de tres niñas a las que mató todo el peso de un balcón en Centro Habana. Las imágenes muestran a una niña que llora, ruega, para que le quiten unas esposas que la inmovilizan, y que fueron filmadas en los Estados Unidos y transmitidas por varias televisoras de aquel país. Esas imágenes que también vimos en Cuba resultan pavorosas y conmueven a cualquiera que las mire. Las imágenes sacan lágrimas y provocan rabia, deseos de gritar, de insultar al malhechor que esposó a la niña.
Lo filmado es un terrible testimonio de abuso infantil y más, es crueldad, es una salvajada tan enorme que podría provocar, justificar, los más exaltados improperios. Y la televisión cubana no perdió tiempo; sin pensarlo dos veces, y hasta supongo que sin necesidad de pedir permiso al departamento ideológico del Partido Comunista, mostró las imágenes en espacios televisivos nacionales para dar prueba de que todo cuanto dice el discurso oficial sobre el “enemigo del norte” es cierto y más que cierto. Cuba tuvo en la mano un argumento “contundente” para justificar su discurso antinorteamericano.
Y hasta creí, luego de ver esas imágenes filmadas, que alguien podría reclamarnos, que podrían invitarnos a brincar después del chillido, de esa vieja orden que advierte: “El que no salte es yanqui”, aunque las imágenes y el desespero de una niña de piel negra, de seis años, solo dieran ganas de llorar. Esas imágenes de Kaia Rolle esposada son indignantes y capaces de herir, incluso, al menos sensible de los vivos. Es espantoso que Kaia tenga ya una ficha policial y que tomaran sus huellas dactilares…
Esas imágenes no fueron tomadas en La Habana, tampoco en otro sitio de la geografía cubana. En La Habana, en cualquier sitio de la geografía nacional al que la televisión “le ponga el ojo”, serán otros los sucesos. Cualquier hecho filmado será vindicador de la “revolución” y testigo de la protección que ella dedica a unos pequeños que serán, en breve, el futuro de la nación. Los niños son filmados en Cuba mientras saludan la bandera, cuando aseguran que en un futuro muy cercano serán con el Che.
Por acá los pequeños sirven al discurso oficial con un libro en la mano y en medio de un aula reluciente, frente a una maestra candorosa, emperifollada y con buenos modales. Las imágenes de las aulas cubanas que conocemos están emparentadas, en espíritu, con las fiestas que celebran a las quinceañeras. Las imágenes de las aulas cubanas son teatrales, son “estudiados simulacros”.
Por acá nunca nos enteramos de una maestra exaltada que injuria a su pupilo. Las imágenes que miramos en la tele ni siquiera tienen audio, lo que nos impide ponernos al corriente de la dicción de la maestra o comprobar sus destrezas a la hora de enseñar. No sabemos cómo escribe y tampoco podemos reconocer “si habla con faltas de ortografía”. Esas imágenes esconden la verdad, muestran lo que el discurso oficial se empeña en exponer. De las aulas solo conocemos las apariencias, pero nunca los estropicios al que ya se acostumbraron los padres, los alumnos, las autoridades.
El discurso oficial, tan acostumbrado a hacer loas, no se interesa en describir o descubrir verdades, lo que importa es la apariencia, los altísimos índices de “aprobados”, la retención escolar, la preparación del “personal docente” y su buena “hortografía”. Las autoridades están entrenadas para mostrar las mejores cifras, las más complacientes y encumbradas, aunque quizá sea mejor decir: “alteradas”.
El castigo es muy común en las escuelas de acá, aunque lo más visible sea el premio. Es ridículo hablar de las bondades de una educación primaria que depende, absolutamente, de los “repasadores”. Es vergonzoso que los niños tengan que ser como el Che aunque lo reconozcan, únicamente, en lemas y retratos, aunque de él no sepan mucho, aunque no sepan nada.
Es penoso verificar tanto embuste. Es un bochorno el “trapo sucio”, sobre todo si se recuerda aquel día en el que el remolcador 13 de marzo salió cargado de vida, de esperanzas cifradas, únicamente, en la escapada. Es horrible, es irrespetuoso, visibilizar el atropello de esa niña si antes olvidaron cuidar la vida de Helen Martínez, una bebé de solo seis meses que nunca fue a la escuela, y de otros muchachitos, porque tres embarcaciones a las que llamaban Polargos descargaron toda su furia sobre aquel remolcador lleno de esperanzas.
Es triste que en el norte esposaran a una niña, y son desgarradoras las imágenes. Es pavoroso mirar a esa niña sujetada y dando gritos, haciendo reclamos, maldiciendo, pero ahora, mientras yo escribo, ella está con los suyos y en su casa, y mañana volverá a la escuela, y el agresor, ese que vio su imagen repetida una y mil veces en la televisión, andará con la cabeza gacha, y hasta fingirá estar arrepentido, sabrá que recibirá un castigo, pero Helen jamás fue a una escuela ni llegó a las costas de la Florida, y quienes decidieron hundir el remolcador que cargaba el breve peso de Helen, y de otros niños, no inclinaron nunca la cabeza, jamás mostraron su arrepentimiento, pero ahora “defender” a la niña esposada le viene de “de perillas” a su retórica.
https://www.youtube.com/watch?v=aQaw9tn9Row
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