PUERTO PADRE, Cuba.- Los que lo ignoran debían saberlo por su bien. Los cubanos tuvimos un conciudadano que fuera ilustre patriota, abogado y hacendado millonario, que murió pobre, enfermo, con los zapatos gastados en Estados Unidos, a donde en 1871 había ido como vicepresidente de la República en Armas, para conseguir la unión de los cubanos emigrados, quizás, el negado reconocimiento político y diplomático, y pertrechos para la libertad de Cuba, a la que no volvió.
Falleció por cáncer de laringe, en su modesto apartamento, en el 223 West 30th Street, en la ciudad de Nueva York, el 22 de febrero de 1877, a los 55 años de edad. Hijo de una familia próspera, había nacido en la ciudad de Bayamo, el 23 de junio de 1821. Este domingo se cumplen 203 años de su nacimiento. Y debíamos saberlo y recordarlo por esas lecciones cuales parábolas que nos da la Historia de Cuba.
Los cubanos vivimos siglos de desunión, y muchos de esos entuertos han sido producidos por la miopía cívica que causa la avaricia, miseria que la peor de todas, es la aldeana, por corta de miras. Pero estos tiempos de mendicidad moral que vivimos hoy los cubanos asombran, tantos y tales son los que van con la mano abierta, como si fuera un cuenco.
¡Pobre Cuba!
Y en ese ir y venir de menesterosos, unos, teniendo rango de coroneles y generales, en lugar de proteger la nación, construyen hoteles y se acuartelan en palacios; y otros, con empleos de académicos, en lugar de sanear el pensamiento cívico y de apuntalar la nación que se desmorona, miran al otro lado del derrumbe y entregan premios laudatorios al “presidente” de la “República”, a su mujer, y al presidente del “Parlamento” por su quehacer “científico”…
¡Qué hacer que nadie ve y donde primero debía verse es a la hora de sentarse a la mesa! Y mientras, otros, que son los que aplauden, claman por un poco más de comida o, al menos, que bajen los precios de esa vianda cada día más escasa y cara; y, otros, muchísimos, mendigantes en cantidad y calidad de montón, en lugar de hacer valer sus derechos nacionales, dan gracias por una supuesta ley de migración de la que creen -¡oh, tontos!- los hará herederos de bienes irremediablemente perdidos para un gentío que, en lugar de erguirse, permanece de rodillas.
¡Pobre Cuba! ¡Qué diría aquel que, habiendo sido millonario, por Cuba murió misérrimo! Hoy un peso cubano no vale nada, pero cuando los pesos en Cuba estaban garantizados por el oro español, fuentes históricas confirman que aquel, a quien luego de ya haberlo perdido todo, José Martí en 1892 llamó “el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república”.
El millonario heroico
Él había poseído una fortuna de 2.700.000 pesos, o escudos, da igual, y bienes consistentes en tres ingenios azucareros, dotados con unos 300 esclavos, 4.136.50 caballerías de tierras destinadas a cañaverales, cafetales y potreros con cientos de cabezas de ganado mayor, negocios urbanos, casas de vivienda y de campo, lo que lo hacía uno de los hombres más ricos de Oriente y de Cuba.
Y, como ahora vemos que, cuales pátinas reciben premios y homenajes los nuevos jerarcas comunistas, así mismo, de la misma forma que ese acaudalado patricio perdió su fortuna a manos del colonialismo español y de la desidia cívica de sus conciudadanos, más interesados en sus propios negocios que en la libertad, sí, así mismo y por sí mismos, interesados en borrar el pasado -todo lo que no sea su propio “yo”, en perenne exaltación de su propia imagen, la de aquel que manda, ordena, dispone de vidas y haciendas-, el Estado totalitario castrocomunista difuminó la historia de Francisco Vicente Aguilera, la del “millonario heroico”, la memoria del “caballero intachable”, los anales del “Padre de la República”, como lo llamó José Martí.
Francisco Vicente Aguilera
Es un ejemplo más de cómo las conveniencias políticas escalan, trepándose sobre las virtudes, sobre la utilidad y la dignidad de la virtud. Ahora mismo lo estamos viendo, como mismo lo sufrió Francisco Vicente Aguilera.
Francisco Vicente Aguilera, que fuera vicepresidente de la República en Armas y mayor general del Ejército Libertador, millonario que nació en cuna rica y murió en cama pobre por pretender la libertad de Cuba, paradójicamente, es un desconocido para los cubanos.
Hasta el homenaje que constituyó su imagen en el billete de 100 pesos, del peso cubano que en su momento llegó a valer cinco centavos más que el dólar estadounidense, fue eliminada, por conveniencias políticas del castrocomunismo, para limitar el poder económico de sus adversarios mediante el canje de la moneda nacional, producido por la Ley 963 del 4 de agosto de 1961 que, ¿de qué ha servido…?
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La virtud sobre la fortuna
Sí, para vergüenza de los cubanos, de los comerciantes usureros, de los coroneles y generales comerciantes, de los académicos que regalan premios, de los que aplauden cuando deben exigir, sí, para humillación de los que comercian con la dictadura o con el beneplácito de la dictadura explotan a sus conciudadanos esclavizados y hambrientos, sepan que tuvimos un millonario que heredó y tuvo y mantuvo su fortuna en Bayamo y hasta Las Tunas, Cuba.
Pero perdió sus casas, ingenios, tierras, ganados y dineros cuando sobre esos bienes puso el inviolable honor que es la libertad. Y pobre, muy pobre económicamente, pero con sus alforjas repletas de dignidad, murió en Nueva York Francisco Vicente Aguilera que, para los que amamos la libertad, cual persona viva, cumple 203 años este domingo. Porque sobre las miserias humanas que pudren el dinero y a la persona misma, debe perdurar la fortuna que constituye la virtud.
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