El Titanic cubano zarpa hacia Santiago

La delegación cubana desembarcó en Barcelona 92 y plantó una bandera gigante en los Juegos Olímpicos. Ahora llegará a la cita continental en Santiago de Chile con un pronóstico poco más que reservado
Cuba, cubanos, deportes, panamericanos
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LA HABANA, Cuba.- Como esos ancianos que viven aferrados al relato de sus hazañas juveniles, el deporte cubano se la pasa recordando los tiempos en que fue todo músculos y éxito. Tic tac. Tic tac. “Yo fui esto, yo gané aquella otra cosa…”. Tic tac. Tic tac. Del horno sale humo.

Hace poco más de 30 años, Cuba desembarcó en Barcelona y plantó una bandera gigante en los Juegos Olímpicos. ¡Quinto lugar! ¡Tremendo! Una islita perdida en el Caribe había encarado a las potencias con la frente más alta que la copa de un pino.

Eso, a pesar de ausentarse de las dos ediciones estivales anteriores esgrimiendo el pretexto de la solidaridad (primero con el campo socialista, más tarde con la Corea de Kim Il-Sung). El país tenía atletas muy grandes, muy fuertes, muy veloces…

Pero la gloria puede ser más volátil que el alcohol y pasaron los años, pasó el águila por el mar y he aquí que las medallas dejaron de llover para darle cabida, diría Manuel Machado, a la “umbría sequía”.

El contraste fulmina. En Barcelona, enfrentada a los mejores atletas del mundo en ese entonces, Cuba logró 14 premios de oro. Ahora, de cara a unos Panamericanos adonde no concurren China ni Japón ni Francia ni Alemania o Gran Bretaña, se aspira únicamente a una cifra cercana a 20 títulos.

Más que conservador, el pronóstico con que se viajará a la cita continental de Santiago de Chile suena realista. Ariel Sainz, vicepresidente del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), admitió por estos días que “quisiéramos hablar de muchas más medallas, pero no resultaría objetivo ni sincero”.

Entre las causas del retroceso, el directivo citó primeramente “la salida de varias figuras que tenían compromisos con el medallero, incluidos los títulos”, y alertó que “a veces se ven mucho las deserciones en delegaciones, pero igualmente hay atletas que pidieron la baja y dejaron el país de modo natural”.

Es verdad. Las salidas clandestinas, la “ruta de los volcanes”, el “parole” y las llamadas “deserciones” han cambiado la ubicación geográfica de numerosas piezas (muchos peones, pero también damas y reyes) en el tablero del deporte nacional. Se han marchado campeones olímpicos, monarcas mundiales, figuras en flagrante progresión…

Sin embargo, no puede pasarse por alto que la sangría migratoria es apenas un fragmento del iceberg que navega por las aguas de la desconsideración, la ingratitud, la ineficacia y el ninguneo internos. Aguas densas, de oscuro discurrir. Aguas resecas.

Como prueba de que la culpa del repliegue no es exclusiva del totí (según quiere hacerlo ver el discurso oficial), está ese celemín de deportistas y entrenadores que se han autojubilado para reencaminarse acá como meseros, salvavidas o choferes de taxi. Un ejército de figuras que hoy podrían estar dándole lustre atlético al país, pero tenían familias que mantener y vidas que vivir y renunciaron (tuvieron que hacerlo) a sus sueños medallistas.

Por esos tortuosos caminos, el barco encalló. Había perdido eslora, y así fue que en 2015 la Isla no pudo retener el segundo lugar panamericano que detentaba desde hacía más de cuatro décadas. La caída de entonces la bajó al cuarto peldaño, y en 2019 se produjo un descenso aún más hondo y terrible: sexto puesto.

Insatisfechas con tutearla, naciones a las que Cuba solía mayorear con desparpajo empezaron a ponerla en el centro del ridículo. Así, ahora Canadá y Brasil la aventajan por la clásica milla, y México no solo la domina a nivel continental, sino inclusive centroamericano.

No hay que ser una lumbrera para reparar en la cruda realidad: el movimiento deportivo insular ha hecho el tránsito de bravo cazador de leones a pusilánime perseguidor de mariposas. Como me ha dicho un viejo boxeador, antes Cuba podía fajarse con los monjes Shaolín y ahora recibe cocotazos en el círculo infantil.

Ya lo escribió Miguel Hernández: “la pena tizna cuando estalla”. Tic tac. Tic tac. Se quemó el pan.

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