LA HABANA, Cuba. — Archipiélago fue una estructura opositora surgida poco después de las protestas del 11 de julio de 2021 y que duró menos que un merengue a la puerta de un colegio, al irse todos sus organizadores del país poco después de la represión, que impidió la Marcha Cívica por el Cambio convocada para noviembre de 2021.
Los jóvenes integrantes de Archipiélago dejaron sin continuidad o descendencia a la oposición democrática. ¿Por qué actuaron así? Pudo ser por no comprender la responsabilidad generacional que recaía sobre ellos de articular a la sociedad como hicieron los opositores que les antecedieron y que con mucho sacrificio llevaron a la sociedad cubana al estadio donde la encontró Archipiélago.
Y es que los regímenes autoritarios cambian la historia, tergiversan el discurso, y si no pueden vencer, al menos confunden.
Para hacer una arqueología de la oposición, tan necesaria para no dejarnos confundir y comprender mejor los retos que enfrenta en la actualidad, hay que recurrir a la narración oral de la lucha por la libertad y a la poca documentación disponible, muchas veces incautada por la policía política, otras veces perdida en circunstancias inverosímiles, y, en oportunidades, afortunadamente, rescatada por el exilio patriótico.
Para esa búsqueda resulta muy útil el libro La isla del doctor Castro. La transición secuestrada, de los periodistas franceses Denis Rousseau y Corinne Cumerlato, que fueron corresponsales de la Agencia AFP en La Habana entre 1996 y 1999.
Fue en esos años que la oposición democrática creció, maduró y dejó de ser “un grupúsculo”, como la calificaba el tirano Fidel Castro y sus sicofantes atrapados en el Síndrome de Villa Marista (lo que diga el G-2 no se discute).
Fueron también tiempos de reformas económicas empantanadas y presiones internacionales para promover la democratización del Estado cubano. ¿Recuerdan las gestiones de Felipe González, Abel Matutes o Carlos Solchaga?
La isla del Doctor Castro. La transición secuestrada es un ensayo periodístico, de andar ligero, fluido y enriquecido con nombres y situaciones para abordar, a través de aristas múltiples, el complejo entramado en que la elite castrista atrapó a la sociedad cubana.
Por las 308 páginas del libro, estructurado en once capítulos, desfilan los principales personajes de la sociedad cubana de la época —políticos, periodistas, escritores, artistas, músicos— y también actores internacionales, políticos y económicos.
La época a la que se refiere el libro pronto cumplirá un cuarto de siglo, pero ante la avalancha informativa que hoy facilita Internet es como si hubiera sucedido en los tiempos de la nunca bien ponderada Ñana Seré y como si narrase historias tan viejas como la de Matusalén.
Entre los episodios de la confrontación política y diplomática entre la dictadura castrista y la comunidad internacional, el libro refiere la trascendental visita a Cuba de Juan Pablo II, pero no olvida la valiente pastoral El Amor todo lo espera, que conmovió a la nación cubana unos años antes de la visita papal.
Nos reencontraremos con los voceros de la cancillería (Alejandro González, Marianela Ferriol o Miguel Alfonso), que controlaban groseramente el trabajo de los corresponsales extranjeros en La Habana a través de ese cuartel policial que es el Centro de Prensa Internacional.
Descubrirán los lectores más jóvenes a algunos burócratas perdonavidas, defenestrados hace lustros, como Carlos Dotres, Carlos Lage, Roberto Robaina o Carlos Aldana; y de los chupatintas del periodismo oficialistas, a Tubal Páez, el patético en su mediocridad presidente de la UPEC por aquel entonces, y su mastín, el fallecido periodista y diputado Lázaro Barredo.
De los políticos opositores, aparecen Elizardo Sánchez (Comité Cubano de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional), Héctor Palacios (Partido Solidaridad Democrática), Leonel Morejón (Naturpaz), Oscar Elías Biscet (Fundación Lawton), Oswaldo Payá (Movimiento Cristiano Liberación), y Marta Beatriz Roque, Félix Bonne, René Gómez Manzano y Vladimiro Roca. Un crisol de personalidades con un tremendo valor personal, una inteligencia a toda prueba y valentía para resistir la represión y la cárcel.
Del periodismo independiente y sus estructuras, aparece en primer lugar CubaNet y su entonces presidente, José A. Hernández, las primeras agencias independientes de prensa como Cuba Press, el Buro de Periodistas Independientes y Habana Press. Así, es como si escucháramos las voces de Manuel Vázquez Portal, Víctor Rolando Arroyo, Ana Luisa López Baeza, y, sobre todo, Raúl Rivero.
Es precisamente de Raúl Rivero de quien los franceses aportan un párrafo que define el libro: “¡Qué cruel es la isla del Doctor Castro! Los que quieren marcharse no lo consiguen, los que querían quedarse como hombres y mujeres libres y lúcidos acaban expulsados o reducidos al silencio, a los insultos, al menosprecio, al ghetto de los enemigos de la patria, de los contrarrevolucionarios, de los “lacayos del imperialismo”, de los “traidores” y los “apátridas”.”
La buena noticia es que la historia sigue, más allá del final del libro.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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