LA HABANA, Cuba. – Cuarenta minutos de lluvia sostenida bastaron para provocar graves inundaciones en algunos barrios de La Habana, causando daños materiales notables a los residentes e interrupción del fluido eléctrico. Varios videos circulan ya en las redes con los testimonios de vecinos afectados en medio de lo que constituye una auténtica zona de desastre, con el agua por la cintura y dando por sentado que los dirigentes no solucionarán nada. De eso, al menos, están seguros; pues el futuro se torna cada día más incierto en un país militarizado, acosado por la hambruna y por el 2020 que se ha propuesto aprovechar cada minuto de albedrío destructor.
En los videos mencionados no hay esperanza en el régimen, ni triunfalismo, ni apologías. Todo el mundo tiene claro que está por su cuenta. El que perdió sus muebles se sentará en el piso por mucho tiempo; el que perdió el ventilador será presa del calor y los mosquitos si quiere seguir comiendo una o dos veces al día. Si por el contrario, el calor se hace insoportable y decide comprar un ventilador, entonces pasará hambre, porque en Cuba hay que escoger entre comer, vestirse, arreglar la casa y no pasar calor. Es un sorteo diabólico que apunta al problema más urgente.
Otra vez se jodieron los pobres, hacinados en esas zonas donde el alcantarillado se atasca y bastan unos milímetros de lluvia para que el agua con materia fecal salga por el inodoro, o por el desagüe del fregadero. Esos mismos pobres, no faltaba más, han aparecido en fotos navegando en balsa la inundación, bebiendo ron, jugando dominó, remojados en una gigantesca piscina pública, sucia más allá de lo descriptible. Parecían felices, o por lo menos conformes con lo que les toca.
Esta es la “base” con que cuenta el castrismo para permanecer 60 años más en el poder: un pedazo de pueblo olvidado de sí mismo, que no le brinda su apoyo pero tampoco lo confronta. Un pueblo que según como tenga el día grita “Yo soy Fidel”, o manda “pa’ la pinga” a Díaz-Canel. Un pueblo tan pobre y resignado a morir así, que ya no recuerda el significado de la palabra “vergüenza”. Mientras menos tiene, más celebra. A fin de cuentas el ron nunca falta, es el único producto que se distribuye con frecuencia en toda la red de comercio, sea en CUC o moneda nacional.
Es tan duro mirar semejante desparpajo que para algunos resulta demasiado y corren a justificar tanta liviandad como un mecanismo de defensa para no infartarse, o no enloquecer. Pero no nos engañemos: eso es lo que hay. Es la cruda realidad que no quieren ver los opositores que constantemente invocan al pueblo, y hablan de lo que quiere el pueblo. El pueblo no quiere nada y esas imágenes que ahora mismo llenan las redes sociales son la evidencia de su desidia. El pueblo no quiere luchar por nada. Ese pueblo rendido e ignorante, que por desgracia representa a gran parte de Cuba, es una enorme roca atada al cuello de la nación, tan dañina y parásita como el castrismo.
Son las dos caras de una misma moneda. Dos murallas que se cierran sobre el cuerpo civil que queda en medio, triturándole los huesos, asfixiándolo, obligándolo a dar el salto hacia cualquier parte, incluso al vacío. Los que aseguran que el descontento popular va a explotar ahorita mismo y estaremos más cerca que nunca de la democracia, deberían observar cuidadosamente esas imágenes y reconsiderar su estrategia. La oposición cubana ha sido tan paternalista como el castrismo a la hora de considerar al pueblo en su plan de acción. La diferencia es que el régimen cree que el pueblo no es capaz de nada, y la oposición, por el contrario, espera demasiado de él.
Pero nada es más perentorio que la miseria, y Cuba es hoy un reservorio de miserias de muy diversa índole. Las fotos de la inundación muestran miseria, mal vivir, insalubridad y los peores augurios en muy corto plazo. Es prácticamente imposible que un programa político, por muy seductor que luzca, pueda reanimar lo que permanece inerte ante condiciones de vida tan precarias.
El cambio que Cuba necesita no será posible sin altas cotas de dignidad y sacrificio. Tristemente, los últimos filones de ambas virtudes parecen estar concentrados en una fracción muy pequeña de cubanos. El resto asume que no vale la pena un minuto de desvelo y hace de su cárcel su paraíso. Sonríen, botella en mano, y nadie, viendo esas caras, podría negar su felicidad. No hay mejor propaganda para el castrismo, y encima, le sale gratis.
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