LA HABANA, Cuba.- Luis XIV, el monarca francés a quien sus súbditos llamaron “Rey Sol”, es recordado aún por el tamaño de los tacones de sus zapatos que lo alejaban del suelo, acercándolo, según él mismo debió creer, al cielo; pero un detalle algo más significativo lo distingue todavía, y es el hecho de que su larguísimo reinado comenzara cuando era solo un niño de cinco años y que duró los setenta y dos que siguieron a su sentada en el trono de Francia y Navarra, y del que únicamente descendió tras su deceso.
De dilatadas jerarquías está llena la historia del mundo, pero no siempre fueron reyes, príncipes o emperadores los que llegaron al trono por la “gracia” de su sangre para hacer uso de esas potestades que el poder otorga. En la historia del mundo, además de Francisco José, emperador de Austria y Hungría, de Victoria I del Reino Unido o de Isabel II de Inglaterra, muchos jefes de estado, sin “nobleza de sangre”, ejercieron el poder sin otro límite de tiempo que no fuera el que define la enfermedad o la muerte.
En América, sin dudas, quien más tiempo conoció el poder fue Fidel Castro, que gobernó esta isla durante cuarenta y nueve años, desde 1959 hasta el 2008, año en que una enfermedad, de la que muy pocos detalles tuvimos, lo obligó a transferir el mando a su hermano Raúl Castro. Ningún otro presidente en esta área geográfica le supera. El más cercano, Porfirio Díaz, disfrutó de la silla presidencial durante treinta y cuatro años, y luego se destaca el gobierno de treinta y un almanaques que completo Trujillo en República Dominicana, y detrás esa dinastía de los Duvalier en Haití que decidió el destino del país caribeño durante veintinueve abriles.
Y ahora se pretende aparentar que las cosas serán diferentes para la Cuba “recordista”. Resulta que el proyecto de constitución, ese que se discute con desgano por todo el país, tiene en su centro un proyecto de ley que limitaría, a sesenta años, la edad para acceder al más “alto escaño”, la presidencia del gobierno, si es que conseguimos olvidar la superioridad, el influjo, y las potestades, del “Partido Comunista” en esta isla.
Cada día la televisión, en sus noticiarios, muestra el desarrollo de esas reuniones y los planteamientos de sus participantes. Y resulta curioso el empeño en la “¿discusión?” sobre la edad límite para postular a los posibles presidenciables. “Sesenta años no es nada”, parecen decir los reunidos que analizan el límite de edad para acceder a la “cumbre” del poder cubano, lo que me hace pensar en una muy estudiada puesta en escena.
Ni siquiera el “matrimonio entre dos personas” le gana en comentarios visibles. Las opiniones sobre este asunto, que tanto entusiasma a muchos homosexuales cubanos, se hacen diversas y aparecen los que denigran tal posibilidad y quienes la apoyan, mientras que, sobre la edad del presidente el consenso es absoluto, y la televisión, la prensa escrita, se hace eco de inmediato dando relevancia al desacuerdo de los nacionales.
Hasta hoy miré muchos de esas observaciones que argumentan lo “desatinado” que resulta poner una edad límite para acceder al poder más alto, y para probarlo mencionan las “ternuras” de nuestra gerontocracia, y ofrecen los nombres de Fidel, Raúl, Ramiro Valdés, Machado Ventura… La propuesta solo limita la edad para acceder al poder pero no para ejercerlo en un siguiente mandato, pero los discursos de esos “revolucionarios”, sin duda, dictados y aprendidos de memoria, se empeñan en no poner coto a los años para una primera elección, y eso resulta curioso, parece falso, proyectado de antemano.
La puesta en escena intenta demostrarnos en cada noticiario que decidimos algo, que nos alejaremos de la gerontocracia apoyados por el voto popular, pero ese arbitraje ya está resuelto de antemano. “Escuchar al pueblo es importante”, y “el pueblo no quiere poner esos límites”, y el gobierno quedará, como siempre, lleno de viejos. El acostumbrado “consejo de ancianos” se perpetuará en el poder de una manera u otra, en medio de estudiadas simulaciones.
La televisión, al servicio del gobierno, da una descomunal visibilidad a ese “desacuerdo del pueblo” y si el pueblo no quiere poner límites a la edad para acceder a la “presidencia” de la república, se tendrán en cuenta sus “antojos” antes de que se lleve a votación el proyecto de constitución, y podremos tener otros viejitos “gobernando en democracia”. La simulación es, como siempre, beneficiosa. Otra vez los cubanos fingirán, que aman, que añoran, lo que realmente desprecian.
La prensa comunista propicia nuevamente la ceguera, el desgano, su cantinela favorece la apatía. Los medios de comunicación, y sobre todo la televisión, dan vida a la trampa y al fingimiento y hace de la realidad y la ficción una misma cosa. El “poder” sabe que miente y que el “resto” finge creer. El gobierno reconoce, porque no es tonto, que los cubanos opinan subordinándose a su autoridad. Ellos prepararon la trampa; menos de sesenta años, y dos mandatos, pero el “pueblo” no está de acuerdo, y hay que “respetar sus pretensiones”. El pueblo es quien decide, simula que decide.
Y es que la política en Cuba no es más que un espectáculo embaucador, donde la simulación favorece la desidia, la ceguera. El gobierno se reconoce mintiendo, simulando otro futuro. El gobierno manipula, trastorna la verdad, esconde sus auténticas pretensiones. Son muchos los que seguirán argumentando que cinco años es poco, que dos periodos presidenciales es mucho mejor, y después se verá, que no es preciso ser joven para llegar al poder. Y es que en medio de tanta simulación la verdad no desaparece, lo que se pierde es la posibilidad de distinguir en qué lugar está, y dónde lo falso.