LA HABANA, Cuba. – Mucha gente anda decepcionada por estos días con la visita de Miguel Díaz-Canel al Vaticano y su encuentro con el papa Francisco. Consideran que dicho encuentro no debió ocurrir, y hasta rasgan sus vestiduras por la vergüenza que les produce ver al santo padre estrechar la mano del mediocre dictador antillano. Al parecer, esos que hoy critican el lamentable papel que está jugando la iglesia católica en la crisis cubana, esperaban una postura diferente. No cabe duda de que entre los males nacionales, la ingenuidad ocupa un lugar preponderante.
Desde enero de 1959 nada ha hecho la Iglesia, en ninguna de sus denominaciones, para modificar el desgraciado destino de Cuba. En el caso del Vaticano, solo ha habido pronunciamientos, llamados al diálogo y mediaciones en cabildeos ultrasecretos como el que condujo al deshielo de las relaciones con Estados Unidos, que vendría siendo el gran favor de la Iglesia Católica al pueblo cubano, favor que pisoteó el castrismo con una torpeza política inconcebible a la altura del siglo XXI. Más allá de aquel momento crucial, la Iglesia ha actuado con el mismo cinismo de líderes como Federica Mogherini, Andrés Manuel López Obrador y, más recientemente, Josep Borrell.
La visita del papa Juan Pablo II a la Isla en 1998 suponía un nuevo comienzo entre la Santa Sede y un régimen que, apenas ascendió al poder, declaró la guerra a la fe, persiguiendo y discriminando a sus practicantes. Su santidad vino y se fue, la relación Cuba-Vaticano fue retomada y, hasta la fecha, una serie de acontecimientos han demostrado que la Iglesia está con el Gobierno, no con los ciudadanos.
El hostigamiento contra la disidencia cubana y la sociedad civil independiente jamás se detuvo. Durante los años transcurridos entre la visita de Juan Pablo II y el encuentro de Díaz-Canel con Francisco, fueron fusilados tres jóvenes por secuestrar una lancha, aconteció una Primavera Negra, fueron asesinados los opositores Oswaldo Payá y Harold Cepero, aumentó la violencia política contra los disidentes, ocurrieron las protestas del 11 de julio de 2021, que llenaron las cárceles de presos políticos, y varios ciudadanos pacíficos han sido obligados al destierro por sus ideas políticas.
Todo ello ha sucedido ante la mirada impasible de la Santa Sede, que no dudó en extender una invitación al gobernante que ordenó disparar contra su propio pueblo. Peor aún, horas antes de la reunión de Díaz-Canel y el papa Francisco la Seguridad del Estado arrestaba e instruía cargos falsos a una reconocida académica por salir a caminar pacíficamente con un cartel, en protesta por las constantes violaciones a los derechos civiles más elementales. El mismo día del encuentro en la Ciudad del Vaticano, la familia de José Daniel Ferrer exigía fe de vida del opositor, que no ha sido visto por su familia en casi 100 días.
La represión en Cuba es cada vez más intensa; el apoyo del castrismo a la guerra en Ucrania y al avance imperialista de Putin es absolutamente descarado; el pueblo cubano está siendo víctima de crímenes de lesa humanidad por parte de un Gobierno que invierte en turismo mientras se hunde el sistema de salud pública, pero el papa Francisco prefiere hablar del embargo, tal como Borrell prefirió hablar de negocios y dejar “sobre la mesa” el tema de los presos políticos y el (i)rrespeto a los derechos humanos.
Para el alto comisionado de la Unión Europea, como para el cardenal Beniamino Stella, quien visitó Cuba en enero pasado y transmitió la voluntad del papa Francisco de que fuera decretada una amnistía en favor de los presos políticos, el grave problema de la represión en Cuba cabe en un pronunciamiento. Cinco meses después del viaje de Stella a La Habana, Díaz-Canel llega al Vaticano y las cárceles cubanas continúan repletas de ciudadanos cuyo único delito fue pedir libertad.
Según el diario ABC, el papa volvió a poner “sobre la mesa” el asunto de la amnistía, mientras El Mundo subraya en un titular que el santo padre ha recibido a Díaz-Canel pese a que no ha cumplido su petición de liberar a los 1.037 presos políticos. A nadie sorprendería que esa cuestión, tan sensible para cientos de familias cubanas, no haya sido siquiera abordada. El recibimiento del papa al dictador cubano en el presente contexto global, probablemente haya sido una movida de apagafuegos para que el conflicto que empezó entre Rusia y la OTAN no se extienda hacia otras regiones.
El papa pudiera estar mediando en este sucio juego, para evitar que el coqueteo desenfrenado de La Habana con Moscú reedite un clima similar al de la Crisis de Octubre de 1962, agravado por los reportes de prensa de que en Cuba existe, presuntamente, una base china de espionaje electrónico.
Es probable que el líder de la Iglesia Católica, de cara a los medios, hable del embargo; pero la naturaleza de su encuentro con Díaz-Canel fue otra, que nada tiene que ver con quienes sufren dentro de la Isla. Francisco, cuya simpatía por los gobiernos de izquierda es bien conocida, dejó claro que solo puede ofrecer caridad a los cubanos en medio de la feroz crisis económica, política, moral y social que atraviesan. Sus palabras han sido otro beso de Judas en el rostro de un pueblo mil veces traicionado.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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