LAS TUNAS, Cuba. — Mientras Cuba se derrumba entre el éxodo, la vejez, las infertilidades y las crisis económica y moral que acogotan a la nación, Miguel Díaz-Canel, “presidente” designado por el general Raúl Castro, va a Roma y saluda al Papa. Y el papa Francisco recibe al dictador sonriente, efusivo. Luego es útil preguntar: ¿Francisco y Miguel Díaz-Canel no leyeron la encíclica Centesimus Annus de Juan Pablo II…? En tanto ateo, la ignorancia sobre cartas papales de Miguel, el gobernante, es pasable; pero la desconsideración con los cubanos de Jorge Bergoglio, el papa, al ir contra postulados cardinales de un santificado predecesor suyo, es, cuando menos, inadmisible, de connivencia cruel.
Se sabe. Es público y notorio. No es un intríngulis. Cuba sufre miserias materiales y cívicas acuciantes, y no por embargos ni bloqueos foráneos, sino por los monopolios del sistema político que la encadena desde hace más de sesenta años, que son los privilegios de la dictadura totalitaria castrocomunista, que enmascara, limita o a rajatablas prohíbe, derechos humanos universales, esos mismos que defendió en su prédica su santidad Juan Pablo II y por los que también derramó su sangre.
Los cubanos carecemos de alimentos, medicinas, agua potable, viviendas, sistemas de alcantarillados, calles decentes, carreteras, caminos, vías férreas, transportes públicos y privados, y, sobre todo, carecemos de derechos ciudadanos que nos permitan elegir un sistema democrático, de libertades económicas, políticas y sociales por el que podamos como cualquier nación civilizada, solucionar o aliviar nuestras necesidades materiales mediante el trabajo honesto, debidamente retribuido.
Y, moralmente, somos una nación en ruinas porque para perpetuarse en el poder, el régimen totalitario modificó, como entes cívicos, la cognición de los cubanos, al punto de los ladrones, los cuatreros, los malversadores, los traficantes de drogas, los proxenetas y los asesinos, decir que son “revolucionarios”. Así, mediante un discurso maniqueo, absoluto, en Cuba se diluyó el principio de buena fe y la moral pasó a llamarse “moral socialista” y todo cuanto estuviera en su contra fue condenado como “contrarrevolucionario”, incluso la religión y los religiosos.
Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus Annus, profundiza en lo que ya desde 1891, en la encíclica Rerum Novarum (de los cambios políticos, o de las cosas nuevas), el papa León XIII difundió en apoyo a lo que luego llamaríamos división de poderes —legislativo, ejecutivo y judicial—, refiriéndose a cuestiones de derecho laboral, como el derecho de los trabajadores a formar sindicatos, el derecho a la propiedad privada y reflexionando sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas, los trabajadores y la Iglesia, sugiriendo un sistema económico luego llamado “distributismo”, basado en la promoción de la distribución de bienes en base a un mayor número de propietarios, diferente del socialismo, que niega la propiedad privada, y del capitalismo monopolista según la teoría de G. K. Chesterton, que declara: “demasiado capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas”.
Frente a las ideas socialistas, la encíclica Rerum Novarum dijo: “Al pretender los socialistas que los bienes de los particulares pasen a la comunidad, agravan la condición de los obreros, pues, quitándoles el derecho a disponer libremente de su salario, les arrebatan toda esperanza de poder mejorar su situación económica y obtener mayores provechos”. Raro entonces no resulta que el régimen castrocomunista prohíba la fundación de sindicatos independientes en Cuba.
En la encíclica Centesimus Annus de 1991, sobre la misión de Iglesia frente a los estados totalitarios, Juan Pablo II afirmó: “El Estado totalitario tiende a absorber en sí mismo la nación, la sociedad, la familia, las comunidades religiosas y las mismas personas. Defendiendo la libertad, la Iglesia defiende la persona, que debe obedecer a Dios antes que a los hombres; defiende la familia, las diversas organizaciones sociales y las naciones, realidades todas que gozan de un propio ámbito de autonomía y soberanía”.
Cabe entonces preguntar: ¿Qué hacía Miguel Díaz-Canel en el Vaticano, en la misma ciudad donde un día Juan Pablo II escribió contra el totalitarismo y en defensa del ciudadano y de las naciones?
En la misma encíclica, Karol Józef Wojtyla, el sufrido ciudadano polaco, el Papa, ssostuvo: “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado.”
Lástima que, a diferencia de Karol Wojtyla, el sufrido ciudadano polaco que vivió el totalitarismo comunista, pero lo combatió, Bergoglio, el papa Francisco, argentino que también vivió una dictadura en su país, favorezca con sus atenciones a dirigentes comunistas que, “por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado”, en lugar de apreciar a Cuba y a los cubanos, pero ya lo dice el refrán: “Dios los cría y el diablo los junta”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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