PUERTO PADRE, Cuba.- Cumpliendo su misión de exportador de la ideología marxista, y no sólo a países subdesarrollados de América Latina, sino incluso en entornos muy específicos de Estados Unidos, como ocurre en sus universidades y en el ambiente cultural e intelectual estadounidense, el totalitarismo castrocomunista ha pretendido ocultar, o por lo menos enmascarar, la pobreza y la reproducción de la pobreza en Cuba, que ya cubre varias capas sociales, entre los que se encuentran obreros, campesinos, empleados públicos y personas jubiladas, pero que en el caso de personas opositoras, disidentes o simplemente apáticas al régimen, la pobreza es originada por apartheid, entiéndase, por segregación política.
Empleando un discurso palabrero, retórico, y cifras en profusión que, por ejemplo, muestran a Cuba como un país muy instruido, culto, ilustrado, cuando en realidad hasta en las letras de algunas canciones vemos que ha degenerado en una nación inculta, voceadora, enjaretada en una economía marginal y cuasi criminal por sus resultados improductivos, rayando en la estafa, el régimen publicita magnitudes altisonantes de educación primaria, media, superior y de graduados universitarios, pero que en realidad, son números expresivos de la calidad intrínsecamente sectaria de esa enseñanza totalitaria, marxista.
Saturado de segregación política que gangrena el desarrollo humano y genera pobreza reproducida de una generación a otra, lejos de ser sistémico, plural, productor de profesiones liberales, artes y oficios que no sólo sean garantes de empleos dignos, sino también de una economía familiar sustentable, reproductora de bienestar, precisamente ha sido el “sistema educativo” del régimen castrocomunista -bajo las órdenes de militares y militantes comunistas encumbrados, y por más de 60 años-, el encargado de reproducir patrones nacionales carentes de instrucción cívica, moral, concordia y del natural espíritu de cofradía propio de las instituciones docentes, que son las canteras de todo el emprendimiento socioeconómico, científico, intelectual y cultural de una verdadera nación, y no de un mero montón de gentes vocingleras.
Pero admitir que en Cuba hay pobreza y reproducción de la pobreza por una economía estatista, por dilapidación de recursos nacionales y por apartheid -compréndase por segregación política-, es admitir el fracaso del socialismo cubano como generador de justicia social, y, sobre todo, es reconocer que una nueva clase -la de los dirigentes comunistas y la de los militares que sostienen a esa dirigencia de partido único-, se convirtió en la nueva explotadora del proletariado.
Como sabemos, un estudio de pobreza en un país, territorio, grupo humano o persona, no es un juicio realizado a capricho, sino que conlleva mediciones precisas, y la primera de todas, es la llamada línea de pobreza (LP), que se conceptúa a partir de un nivel de ingreso mínimo, que posibilita la adquisición de una canasta básica y de otros indicadores, que, además de la alimentación, incluye combustibles, productos de higiene personal y para el hogar, ropa, calzado, comunicaciones, gastos de vivienda, transporte, educación, salud y otros bienes y servicios de primera necesidad, por lo que las familias o personas situadas con ingresos inferiores a esta línea, se consideran pobres. Y, según la línea de pobreza universalmente aceptada, hoy los cubanos más que pobres somos pobrísimos.
El segundo procedimiento para identificar la pobreza es la medición de las llamadas necesidades básicas insatisfechas (NBI) -pero más necesidades básicas insatisfechas ya en Cuba no puede haber- y a tal conocimiento se llega comparando el consumo real de bienes y servicios considerados básicos por parte de un hogar o una persona, entre los que se encuentran: vivienda, agua potable, electricidad, drenajes, mobiliario y equipamiento del hogar; así como también información, recreación, educación de adultos y de menores, esto, de manera tal que se considera una familia o una persona pobre cuando tiene una o más de estas necesidades insatisfechas.
Otra forma de explorar la pobreza según instituciones especializadas de las Naciones Unidas, es mediante el llamado índice de pobreza humana (IPH), lo que se consigue tomando los señalados datos de LP y de NBI, incluyendo, además, la esperanza de vida al nacer, las tasas de alfabetización de adultos, la escolarización de menores, el producto interno bruto (PIB) per cápita, las tasas de desempleo y el índice de bajo peso en niños menores de cinco años.
Pero incluso la pobreza sólo así vista, sin otras especificaciones de calidad de vida humana, civilizada, no estaría bien clarificada si no se menciona la inseguridad jurídica de las personas, o la segregación política, económica, de derechos civiles de un individuo, de su familia, y hasta de comunidades completas, que por disentimiento o ser abiertamente contrarios al Gobierno, carecen de acceso a la educación superior o, incluso, siendo profesionales, se les prohíbe el ejercicio de sus profesiones.
Tampoco puede hablarse de justicia social ni de desarrollo humano mientras las desigualdades, la falta de oportunidades, la marginación y en suma la pobreza, son consecuencia de rechazo por motivos políticos, y en ello tiene relación, y en grado sumo, la falta de seguridad jurídica del ciudadano frente al Estado totalitario, y entiéndase la seguridad jurídica como la certeza de la persona de que sus intereses todos, de propiedad personal, empresarial, morales y políticos, sin causa justa, debido proceso y buena fe, nunca serán rebajados, menospreciados, sancionados o tarados.
Pero la gravedad de la pobreza más que la pobreza en sí misma es su reproducción. Es un hecho que tenemos a la vista: vemos que cuando las familias o los grupos carecen de posibilidades de eliminar la pobreza o, al menos, de atenuarla, entonces esas personas, grupos sociales o familias, caen en un estancamiento, traducido como una inmovilidad social ascendente. Y es duro, durísimo, porque a la vista está cómo la pobreza se traspasa de padres a hijos, de generación en generación, porque en este caso, la pobreza no es consecuencia de ociosidad, de vagancia consuetudinaria, como han querido mostrar los dirigentes comunistas cuando grupos o barrios completos de cubanos se han levantado en protesta social.
La pobreza en el caso de Cuba, esa pobreza que vemos en lo poco que ya queda de los barrios rurales, y la pobreza acrecentada día a día en los barrios marginales de todas las ciudades cubanas, es resultado directo de disposiciones político-gubernamentales del Estado totalitario y el Partido Comunista, quienes mediante reglamentos, decretos, decretos-leyes y leyes, en primerísimo lugar, limitaron y coartaron hasta frenar el papel emancipador de la familia próspera o en vías de serlo, y el de la educación libre.
Y con la eliminación de esas instituciones ancestrales, eliminaron las oportunidades de empleo de los cubanos, que por estatización de la propiedad privada, del campo desaparecerían los dueños de ganados y fincas, de colonias y cañaverales, y, en las ciudades, las propias fobias del Estado harían desaparecer comercios y comerciantes legítimos; talleres, industrias y fábricas y con ellas mecánicos, carpinteros o zapateros como sus padres; así mismo quedarían prohibidos los servicios profesionales de médicos, abogados, ingenieros y arquitectos.
“Las calles son de los revolucionarios” o “las universidades son para los revolucionarios”, por sólo citar esas dos cantilenas reiteradas año por año hasta el día de hoy, no son meras consignas castrocomunistas, sino políticas del Estado totalitario destinadas a segregar a la población contraria al régimen.
Y ese apartheid que se mantiene en las ahora llamadas micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes), donde los “dueños” echan de sus trabajos a los empleados considerados críticos de la dictadura, es una extensión de la administración gubernamental y del acoso policial. Así, negadas todas las opciones de estudios, empleos, trabajos o empresas, los cubanos segregados políticamente son condenados a la pobreza y a la reproducción de la pobreza en sus familias. En tal oprobio concluyó la “revolución” que un día dijo ser de los pobres y por los pobres.
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