LA HABANA, Cuba. – Muchos se preguntan si la huelga de hambre de San Isidro y la protesta de varios centenares de artistas frente al Ministerio de Cultura pudieran significar el principio del fin del régimen castrista. Aún cuando den señales de agonía, es muy difícil predecir cómo y cuándo será el final de una dictadura, especialmente si es de las totalitarias. Pero a veces hay finales sorpresivos.
En la historia reciente está el modo inesperado en que terminaron las tiranías comunistas en Alemania Oriental, Rumania y Checoslovaquia.
Un error al leer, una palabra mal dicha o mal interpretada del apparatchik Gunter Schabowsky, provocó la caída del Muro de Berlín. La noche del 9 de noviembre de 1989, el miembro del Politburó del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA, el partido comunista germano-oriental), al presentarse en la TV para explicar la derogación de la ley de viajes al exterior, nervioso, en medio de la turbación reinante, anunció que las medidas entrarían en vigor inmediatamente, sin leer la segunda página del documento donde especificaba que sería a partir del día siguiente. Eso bastó para que la multitud arrollara a los guardias fronterizos, que no sabían qué hacer, y echara abajo el muro que dividía Berlín.
Luego, vendría la renuncia de Egor Krenz, el sucesor de Erich Honecker, y el gobierno de Hans Modrow, quien disolvió la temida Stasi (la policía política) e inició las conversaciones con la oposición pro-democracia. Modrow fue el último primer secretario del PSUA y presidente del Consejo de Ministros que hubo en la República Democrática Alemana antes de que se produjera la reunificación de las dos Alemanias, en octubre de 1990.
La caída del Muro de Berlín tuvo un inmediato efecto dominó en Checoslovaquia. En la segunda mitad de noviembre, hubo multitudinarias manifestaciones en varias ciudades del país en contra del régimen comunista. Milos Jakes, el primer secretario del Partido Comunista, se mostró amenazante. El 27 de noviembre hubo una huelga general. El día 29, el gobierno aceptó modificar la constitución, poniendo fin al monopolio del poder por el Partido Comunista.
Igualmente rápida y sorpresiva, aunque cruenta, fue la caída de la dictadura de Nicolae Ceausescu en Rumania, en diciembre de 1989.
Ceausescu, un dictador megalómano y cruel, arruinó al país y provocó una hambruna con sus delirantes planes de industrialización acelerada. Pero nadie osaba retar su poder y seguía arengando a las masas en mítines multitudinarios donde era ovacionado. Nadie pudo imaginar que las protestas en contra de los intentos de la Securitate (la policía política) de desalojar a Laszlo Tokes, un pastor evangélico de Timisoara, una ciudad al occidente de Rumania, serían el detonante de la rebelión que derrocaría a la dictadura en una semana.
El 17 de diciembre de 1989, luego de negarse a disparar contra los manifestantes en Timisoara, el ejército se sublevó contra Ceausescu, que se quedó solo con el apoyo de la Securitate. En medio de los combates entre el ejército y la Securitate, el 22 de diciembre, Ceausescu y su esposa Elena, que era la número dos de la dictadura, escaparon de Bucarest, pero fueron capturados por los militares rebeldes. El 25 de diciembre, por los cargos de genocidio, daño a la economía nacional, enriquecimiento injustificable y uso de las fuerzas armadas en contra de civiles, ambos fueron juzgados sumarísimamente por un tribunal militar y condenados a muerte por fusilamiento.
En Cuba, a juzgar por la muy difícil situación que enfrenta el régimen castrista, su final pudiera estar cerca. Hay hambre, desmoralización y mucho descontento, pero a los mandamases, con su prepotencia, no se les ocurre nada mejor que ponerse intransigentes, culpar de todos los males a los Estados Unidos y seguir apretando el yugo. Lo acaban de demostrar con el portazo al diálogo con los artistas que reclaman libertad de expresión. Ahora, tratando de dividir y confundirlos, hacen control de daños. Pero poco conseguirán si a lo que aspiran es a una versión del siglo XXI de las “Palabras a los intelectuales” de 1961.
Vendrán, con tanta insatisfacción y abusos como hay, nuevas protestas, no solo de los artistas, sino también de los cuentapropistas, los campesinos, etc. Cualquiera de ellas puede incendiar la hierba reseca de la pradera en Cuba. Y los mandamases no parecen estar en capacidad de aplacar el fuego, si no es mediante la represión.
Todo parece indicar que el final del castrismo será del peor modo posible. Por lo pronto, hay una desproporcionada presencia policial en las calles, y en el periódico Granma, el órgano oficial del partido único, ya amenazaron con la implementación del siniestro artículo 4 de la Constitución contra “los que intenten derribar el orden político, social y económico”.
Con su prédica de odio y azuzando a sus partidarios contra los disidentes, por si no bastaran los represores del MININT, ¿a qué estarán dispuestos los castristas con tal de no perder el poder? ¿A una guerra civil? ¿A reeditar las degollinas de hutus y tutsis?
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