LA HABANA, Cuba.- La historia me la cuenta una enfermera jubilada que pide no se revele su identidad, por la cercanía familiar con el suceso y porque no quiere meterse en problemas. “El tema de los muertos en Mazorra es escabroso”, dice, “y se convirtió en tabú entre el personal de Salud Pública. Conozco a más de un trabajador del sector que fue amonestado por emitir información y juicio sobre la tragedia”.
Su conversación sobre el Hospital Psiquiátrico de La Habana –Mazorra, como se le conoce popularmente– viene de compartir otro testimonio: “Ella dejaba al viejo solo, amarrado dentro del cuarto y se iba a ‘jinetear’ (prostituirse). El viejo se orinaba y defecaba encima y gritaba sin parar. Lo descubrieron dos trabajadores sociales cuando pasaron por su casa para el inventario y control de los electrodomésticos. Ella les dijo que los gritos en el cuarto eran de su padre que tenía un dolor, pero los muchachos insistieron en entrar y hallaron al viejo amarrado y defecado. La sancionaron a dos años de privación de libertad; al viejo lo enviaron para el Hospital Psiquiátrico de Mazorra, donde le fue peor, porque allí murió de frío y de hambre”.
La enfermera, que vive cerca de mi casa, estuvo cumpliendo misión internacionalista por dos años en África y acaba de regresar y jubilarse por el cumplimiento de sus años de servicio. Me dice que desde su llegada hace unos días ha chocado con una situación extraña en la calle, donde se nota una gran escasez de alimentos, no precisamente por falta de existencia agrícola, sino porque no se ponen de acuerdo el Estado y los agricultores, en relación con los precios. Ha caminado todo el pueblo buscando viandas para hacer una sopa y no la encuentra. Dice que le han dado deseos de largarse de misión para cualquier parte, “hasta para Uganda”.
Por estos días en que el fenómeno de El Niño ha afectado con continuas y fuertes lluvias a la capital cubana, la enfermera se pregunta cómo estarán los viejitos de Mazorra y le pide Dios que ojala no vuelva aquel frío, porque tal vez se mueran unos cuantos más.
“Cuando murieron los 27 enfermos de Mazorra, en enero de 2010, nos enteramos del fallecimiento del viejito a la semana del suceso. Su hija ya estaba en libertad y se lo dijo alguien en la calle, de casualidad; pero ni la prisión la había reformado, solo le interesó la muerte para reclamar la propiedad de la casa, ahora en disputa con otro familiar. Pero a los vecinos del viejito si nos dolió mucho su fin, porque el hombre había sido muy bueno toda la vida, muy trabajador y buen vecino. La vida lo golpeó duro y se volvió loco como tantos en Cuba. La hija lo amarraba y se iba a jinetear pero luego le fue peor, al caer en manos de enfermeros y médicos indolentes y sin escrúpulos que terminaron de matarlo. Sancionaron a algunos, sí, pero allí la complicidad era mayor. Me pregunto cómo estarán los viejitos de Mazorra ahora con estas aguas, porque mírame a mí, que estoy en la calle y que regresé de una misión con dinerito ahorrado, no encuentro una malanga para hacerme una sopa. ¿Dime tú si no es para volverse loco?”