LA HABANA, Cuba. – Las dos guerras cubanas contra el colonialismo español tuvieron entre sus más valientes patriotas al doctor Federico Incháustegui Cabrera. Nacido en La Habana, estudió Medicina en la universidad de la capital y continuó su especialización en Filadelfia, Estados Unidos.
Hasta allí llegaron los ecos del estallido de la Guerra de los Diez Años y el médico no lo pensó dos veces para incorporarse al Ejército Libertador bajo las órdenes del general Serafín Sánchez. Permaneció activo hasta la firma del Pacto del Zanjón, cuando dio por perdida la contienda para los cubanos. Incháustegui regresó a su quehacer como médico llano convertido en coronel de Sanidad.
Cuando estalló la guerra de 1895, a pesar de tener más de 50 años y no pocos problemas de salud, se incorporó al Ejército Libertador. Sus males físicos se agravaron con las privaciones y la dura vida de la manigua, pero acudía entre los primeros al campo de batalla. Para entonces su enfermedad, sobre la cual no quedaron referencias, le dejaba el cuerpo inmóvil, incapacitado para defenderse, así que con frecuencia los soldados debían retirarlo para evitar que pereciera bajo el fuego enemigo.
En los primeros días de septiembre de 1895, varios médicos que apoyaban a los insurrectos, entre ellos el general Joaquín Duany y Fermín Valdés Domínguez, fundaron el Servicio de Sanidad Militar, del cual Incháustegui sería nombrado jefe poco antes de su muerte, ocurrida el 7 de septiembre. El valeroso médico mambí no murió en el campo de batalla como hubiese querido. Su enfermedad, muy avanzada, no se lo permitió.
Cerró los ojos para siempre en la zona conocida como Dos Bocas de Tana, en Manzanillo. A petición suya, fue un entierro sin ceremonia. Su última voluntad fue que la tropa conservara los tres disparos en su honor para diezmar al enemigo.