LA HABANA, Cuba. — A lo largo de varios días Maritza creyó que la persistente tos de su hijo de cuatro años respondía a un estado gripal combinado con su alergia crónica. La crisis había comenzado con fiebre y algunos episodios de tos seca, que se habían incrementado con el paso de los días, incluso cuando ya la fiebre había desaparecido. El diagnóstico de su pediatra había confirmado sus sospechas: Alain sufría de “una virosis”, así que el tratamiento a seguir era observación, abundantes líquidos, algún expectorante y antihistamínicos.
Pero pasadas dos semanas la tos se volvió tan fuerte y frecuente que Maritza debió acudir a la consulta del hospital pediátrico de Centro Habana para que a su hijo –ya cianótico y con espasmos respiratorios– le aplicaran oxígeno. Allí, casi por casualidad, una doctora experimentada que escuchó toser al niño se interesó por el caso y, tras un examen más detallado del pequeño le diagnosticó tos ferina, una enfermedad de la que Maritza nunca había escuchado antes y contra la cual –al menos en teoría– están protegidos todos los niños cubanos gracias a los programas de vacunación subsidiados del sistema nacional de salud. Más aún, según los registros estadísticos oficiales, la tos ferina fue erradicada de Cuba muchos años atrás.
Gracias a la providencial presencia de aquella doctora, Alain recibió un tratamiento con los antibióticos correspondientes y también, por consejo de esta profesional, Maritza pidió a un familiar residente el extranjero que le enviase con urgencia otro medicamento para calmar las crisis de tos, supositorios de coqueluche, de los que no hay existencias en Cuba.
Ahora Alain se está recuperando, pero el proceso de convalecencia podrá tardar hasta tres meses o más. Maritza ha superado la angustia, pero se pregunta cuántos niños estarán en el mismo caso, teniendo en cuenta que se trata de una enfermedad altamente infecciosa que está circulando por la Isla sin que las autoridades sanitarias hayan lanzado la alarma. De hecho, ahora ella conoce que en los últimos años se ha estado produciendo una tendencia al incremento de la tos ferina, no solo entre la población infantil, sino también entre los adultos.
La falta de información en los medios oficiales hace que la población no tenga una clara percepción del riesgo, y convierte en papel mojado el artículo 50 de la Constitución de la República de Cuba, que establece el derecho de todos los cubanos a la atención médica y a la protección de su salud, a la vez que señala al Estado como garante de ese derecho.
Regresión en el tiempo
Dengue, tuberculosis, tos ferina, chikungunya, cólera… Con el regreso de viejas enfermedades, la introducción de otras que antes no existían en la Isla, y la carencia de medicamentos eficaces, diríase que Cuba ha retrocedido al siglo XIX. Sin embargo, el sistema nacional de salud sigue siendo un referente de prestigio para los organismos internacionales, en particular desde que la prestación de servicios médicos cubanos en el extranjero se convirtió, a la vez que en la más importante fuente de ingresos de capital para el gobierno, en una poderosa herramienta política, toda vez que le permite exhibir como ejemplo de solidaridad y altruismo lo que en realidad es una mal disimulada forma de esclavitud moderna.
Así, mientras el gobierno exporta los servicios de decenas de miles de profesionales de la medicina, en detrimento de la atención a los propios cubanos y exponiendo a éstos al contagio de múltiples enfermedades importadas, la burocracia institucional de los organismos internacionales se congratula de poder contar con todo un ejército de galenos movilizados por el régimen para enfrentar epidemias y otras patologías. El gobierno de ninguna nación medianamente democrática tendría tal posibilidad de reclutar médicos cual si se tratase de mercenarios.
Lo cierto es que en la actualidad Cuba cuenta con dos sistemas contrapuestos: uno de “salud”, que solo existe en teoría y hoy constituye un penoso remedo de lo que un día fue; y otro de “insalubridad”, mucho más eficiente, refrendado en una infraestructura hospitalaria y de servicios completamente calamitosa, y en la afluencia permanente de enfermedades exóticas, importadas por nuestros galenos desde los más infectos rincones del planeta, dado que ni siquiera se cumple un riguroso plan de cuarentena y control de riesgos de infección cuando éstos retornan al país.
Todo esto en una nación que a finales de los años 50’ del pasado siglo destacaba entre los primeros lugares en términos de atención médica a nivel regional y mundial, contando con una respetable red hospitalaria, además de clínicas mutualistas, casas de socorro, hospitales maternos y otros servicios de medicina, tanto gratuitos como privados.
A este paso, lo más probable es que cuando finalmente sucumba el castrismo haya que solicitar los servicios urgentes de la propia Organización Mundial de la Salud y de la Cruz Roja Internacional, para enfrentar la crisis de salud de los cubanos, tal como ocurrió durante la ocupación estadounidense al finalizar la guerra de independencia, en 1898 y cuyo concurso sentó las bases del que durante la República llegaría a ser uno de los más envidiables sistemas de salud de su tiempo.