LA HABANA, Cuba. – En Cuba la celebración por el Día Internacional de la Mujer, al igual que otras fechas memorables, ha perdido su significado. No es culpa de la pobreza, ni de la incultura e insensibilidad que se ha apoderado de las nuevas generaciones; ni siquiera es culpa del olvido al que se han acostumbrado los cubanos, siempre ocupados de cosas demasiado perentorias -la comida, el aseo, el dinero- como para fijar su atención en esos detalles.
Incluso en una fecha tan simbólica, la participación de la mujer cubana se diluye. Otros países de la región se aprestan para hacer del 8 de marzo una jornada de activismo cívico porque la lucha por nuestros derechos continúa. Las mujeres de hoy recuerdan que este día se hizo relevante por la voluntad común de decenas de miles de féminas que desde mediados del siglo XIX y principios del XX se unieron para reclamar la igualdad de derechos, desde la participación en los sufragios hasta la independencia económica.
La brecha salarial, la violencia de género, el acoso laboral, el derecho al aborto, son algunas de las causas pendientes que muchas mujeres defenderán hoy en sus respectivas sociedades; pero no en Cuba. Se supone que la revolución colmó de tal manera las expectativas de sus ciudadanas que no hay razón para reclamar, máxime si esa plenitud de derechos, respetados en cualquier circunstancia y ante cualquier institución, viene acompañada de gladiolos y diplomas. Así transcurre el Día Internacional de la Mujer: una pasiva aceptación de cumplidos y mucha carga laboral para que todo se mantenga igual, aunque el horizonte se halle repleto de nubarrones.
En ese redil de control y sumisión pastan, apretaditas, las federadas del totalitarismo antillano. Afuera luchan a brazo partido las mujeres que hoy no recibirán homenajes ante las cámaras. Sus vivencias no serán contadas por esa televisión cubana que se empeña en buscar épica donde no la hay. Si quisieran una buena historia, una sobre perseverancia en la conquista de derechos civiles, tendrían que tocar a la puerta de Nancy Alfaya, Marthadela Tamayo, Iliana Hernández o las Damas de Blanco.
Esas mujeres que a diario sufren violencia política no cejan en la defensa de su causa, a pesar del incremento de la represión en su contra, de los chantajes, las intimidaciones y el desamparo legal. Para silenciarlas la policía política ejerce desde violencia de género al someterlas a agresivos interrogatorios conducidos por oficiales del sexo masculino, hasta presión psicológica, amedrentando a sus familiares y amenazándolas con quitarles la patria potestad sobre sus hijos, la cárcel e incluso la muerte.
El acceso a Internet ha descorrido el manto de silencio acerca de los abusos a que han sido sometidas muchas cubanas por el solo hecho de declararse opositoras, exigir la liberación de los presos políticos u organizarse como sociedad civil para empoderar a la mujer en un país donde se utiliza el cumplimiento aparente de garantías elementales para secuestrar el derecho supremo a la participación política libre, constante y abierta.
El 8 de marzo es reconocido como un día de lucha pacífica, y en Cuba debería ser una jornada para recordar que hay cuestiones harto delicadas que demandan una solución urgente, y que en el último año se han acumulado más problemas que en una década. La negación del régimen a tipificar el feminicidio como un delito en el código penal dice mucho de la poca atención que se le presta a la integridad física de las mujeres, a pesar de que varios asesinatos en fechas recientes han hecho saltar las alarmas.
Cuba está llena de conflictos que afectan principalmente a las féminas, pero son muy pocas las que están peleando en nombre de todas; especialmente de las más empobrecidas, las que llevan una vida difícil entre limitaciones materiales y un profundo desconocimiento de cuanto les concierne como seres políticos y sociales. Por ellas, por sus hijos y por las minorías que desde la sociedad civil independiente procuran hacer oír sus voces, las activistas cubanas no se dejan amilanar.
Es probable que las casas de muchas hayan amanecido hoy bajo vigilancia policial, porque el régimen no las quiere en las calles. El régimen les tiene terror. Teme a su coraje como al fuego, porque es una llama que deslumbra y atrae; porque son mujeres enfrentándose a tipos dispuestos a todo, sin quebrarse, sin llorar, sin rendirse.
Son ellas la razón de este día, aunque sus rostros no aparezcan en ningún lado, aunque se asomen al balcón o al portal y vean al cretino apostado a pocos metros, pronto a prohibirles poner un pie en la calle. Sus cuerpos podrán ser confinados, pero no sus causas, ni su entrega. La situación se torna cada vez más tensa y todo parece indicar que se acercan días grises para el activismo por los derechos humanos. Aun así, ellas están de pie, esperando la tormenta.
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