LA HABANA, Cuba. — En este 2022 se cumplieron diez años de la muerte de Jamesetta Hawkins, más conocida por su nombre artístico: Etta James. Nacida en 1938, luego de cantar góspel durante su niñez en una iglesia de Los Ángeles, California, a los 15 años se inició como cantante profesional. Su carrera, con altas y bajas, se extendió durante 55 años, con éxitos como All I could do was cry, Trust in me, Tell mama y At last.
Etta James, que era puro sentimiento cuando cantaba y tenía una de las mejores voces de contralto de las que se tenga noticias, pudo haber llegado aún más lejos, incluso acercarse a la altura de Aretha Franklin. Si no lo consiguió fue por una madeja de circunstancias que conspiraron contra ella.
No fueron solo sus problemas con la obesidad, el alcohol y la heroína: lo que más daño hizo a su carrera fue la indiscriminada selección que hacía de su repertorio, el tipo de arreglos edulcorados que le escogían los productores para suavizar la aspereza de sus canciones y alejarla de los blues, la falta de sensibilidad y de miras de los que quisieron hacerla a la fuerza una intérprete de baladas románticas que se vendieran bien.
Etta James no fue capaz de plantar cara a los mercachifles de la música y dejarles claro que no iba a malgastar su talento, que lo que mejor sabía hacer era cantarle al amor y a su inevitable contrapartida, el desamor, pero a su modo, como le saliera del alma, porque el negocio no era asunto suyo: lo de las ventas y las etiquetas de si era jazz, soul o rhythm and blues, era cuestión de ellos.
Dinah Washington (1924-1963) tuvo problemas muy similares a los de Etta James con los negociantes de la música. Su talento y calidad daban para mucho más. Pero Etta James fue menos maleable que Dinah y mucho más tenaz y persistente en la pelea: supo levantarse tantas veces como se cayó o la tumbaron.
Dinah sucumbió a los 36 años, pero Etta, con la voz en forma, cantando cada vez mejor, atreviéndose ya sexagenaria a incursionar en el rock, llegó a los 73. Solo la leucemia pudo derrotarla. Cuando se fue de este mundo, en enero de 2012, tenía tres premios Grammy en su haber.
At last, el éxito de 1961 de Etta James, ha sido versionado por muchas intérpretes, pero ninguna de las versiones supera la que hizo Phoebe Snow en 1991 y que aparece en su álbum Live at the Beacon, donde se luce con su voz, que, como la de Etta James, era de contralto.
Phoebe Snow, a pesar de su calidad, no es muy conocida. Solo Poetry man, que es un número de una belleza excepcional, logró tener éxito en las listas norteamericanas en 1974.
Su verdadero nombre era Phoebe Ann Laub. Nacida en New York en 1950, fue descubierta por el productor Phil Ramone, de la CBS, en un bar de Greenwich Village, donde cantaba las canciones que componía, acompañándose a la guitarra.
Después del éxito de Poetry man, cantó con Paul Simon en el tema Gone at last, del álbum Still crazy after all these years, de 1975. Entre 1974 y 1981, Phoebe Snow grabó seis discos en los que participaron varios cotizados jazzistas y músicos de sesión, como Ron Carter, Zoot Simms, Teddy Wilson, Steve Gadd, David Sanborn, Bob James, Ralph MacDonald y Hugh McCracken.
Pero después no hizo más discos hasta 1990 porque se dedicó casi por entero a cuidar a su hija Valerie, que nació con serios daños cerebrales.
Valerie murió a los 31 años. La cantante murió poco más de un año después, en abril de 2011, a los 60.
Phoebe Snow cantaba de una forma intensa, desgarradora y a la vez tierna. Fred Abdella, de The New York Times, la definió como “una contralto basada en el sonido del blues y capaz de abarcar cuatro octavas”.
No está mal esa definición. Pero Phoebe Snow era más que eso. Solo que no es fácil de explicar. ¿Se imaginan el híbrido que resultaría si pudiéramos reunir en una sola cantante a Joni Mitchel, Carly Simon, Patty Labelle, Rikki Lee Jones y Ella Fitzgerald? Algo así era Phoebe Snow.
Esa hibridez es una de las explicaciones de que Phoebe Snow no sea muy famosa. No encajaba en ningún género, porque los hacía todos a la vez: jazz, blues, folk, soul, góspel. Era inclasificable para los hacedores de etiquetas del mercado pop. Y es sabido que las masas necesitan de las marcas y las etiquetas, porque a eso los adaptaron quienes les condicionaron el gusto.
Muy raras veces las cantantes del tipo de Phoebe Snow o Etta James logran romper récords de venta o popularidad. Ni falta que les hace: ellas tienen su puesto seguro en la historia de la música.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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