LA HABANA, Cuba. – Yo tuve un amigo que solía citar con un entusiasmo desmedido a Baudelaire; recuerdo el movimiento de sus manos y sus dedos cuando dejaba fluir algunos versos del poeta francés. Recuerdo su mano derecha en alto y muy abierta que iba cerrando luego, y dedo a dedo, con lento movimiento que me hacía recordar ese trayecto que describe un ciclón.
Lo recuerdo con su voz leve y cadenciosa pronunciando unos versos de Baudelaire: “La forma de una ciudad cambia más de prisa que un corazón mortal”. Así declamaba él esa cosa tan cierta que es el cambio de las ciudades; unas veces para renovarse, otras para enfermar, para caer estrepitosamente al suelo.
A mi amigo le gustaba desandar La Habana y en ese andar rozaba con sus dedos las paredes de lo que fueran hermosos palacetes, quizá creyendo que aquel contacto podría revivir a las almas de los que allí vivieron, e incluso a las gruesas paredes que mirara, amara, en sus años infantiles.
Mi amigo murió y con él se fueron muchos recuerdos que aportarían a la resurrección de esa que fue ciudad bella y que hoy no es ni la sombra de lo que antes fue. La Habana es una ciudad que hace pensar cada vez más en la muerte. La Habana se deshace en sus derrumbes, en enfermedades.
Las ciudades cubanas, y más La Habana que otras, se deshacen ante los indolentes ojos del poder. La Habana, la ciudad que fue bella y orgullosa, se descompone, se trastorna, y no solo en sus edificios. La Habana está enferma y se retuerce de dolor gracias a la desidia y la indolencia del comunismo que la regenta. La Habana podría estar hoy entre las ciudades más sucias y enfermas de la historia, y el poder no hace nada para salvarla.
![Basurero en El Cerro, La Habana](https://cubanet.1eye.us/wp-content/uploads/2024/07/basurero-cerro-cuba-cubanet.jpeg)
Bastaría con mirar una calle del Cerro en el que vivo, de ese barrio que fue fastuoso en sus construcciones, y que hoy se cae a pedazos y que podría ser tragado, junto a sus habitantes por esa mugre que enferma y mata, gracias a la indolencia de las potestades comunistas. Hoy el Cerro, y otros sitios de la ciudad, están siendo invadidos por enfermedades mortales que matan en un santiamén, y se anuncia el dengue, la fiebre de Oropouche…
Y, mientras tanto, las autoridades locales de Salud, regentadas por el Partido Comunista, hacen reiterados llamados a la limpieza de las casas, sin que pongan el ojo en el barrio que “extravió” los contenedores de basura. Ellos recuerdan el lavado de las manos en una ciudad desguazada. Ellos reclaman una pulcritud sanadora que en algo podría amparar al cuerpo, pero no a la ciudad.
Y me gustaría saber qué cosa es, para los comunistas reunidos en el reciente Pleno del Comité Central del Partido, la sanidad. ¿Cuál es la parte de la sanidad que le corresponde resolver al poder? ¿En cuáles colectores dejamos la basura que acumulamos durante el día? ¿Quiénes son los responsables de garantizar la presencia de los tanques recolectores? Yo no soy el responsable.
La ciudad está enferma, pero no he visto a los jefes más altos advirtiendo de los verdaderos peligros de contagio de enfermedades que podrían ser mortales; mucho menos en estos días en los que se dejan ver en palacios de convenciones, en pulcras guayaberas a las que el sudor no alcanza.
Ellos se reúnen a su aire, mientras a solo unas cuadras de mi casa crece el basurero, y crecen los mosquitos, y la miseria, la podredumbre que jamás llegará en sus evidencias a ese palacio pleno de comida y discursos. Allí se hablará de salud y se harán loas al sistema de salud en la Isla, sin reconocer que más importante que tratar enfermos es conseguir que no aparezcan enfermos y enfermedades a montón.
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