LA HABANA, Cuba.- Tras la quiebra de la doctrina marxista-leninista y la desaparición de la Unión Soviética, el mundo pensó que habíamos arribado a una era de distensión en las relaciones internacionales, y que había quedado atrás la guerra fría que enfrentó a Occidente con el bloque comunista después de la Segunda Guerra Mundial.
Pero, lamentablemente, no ha sucedido así, sobre todo después del advenimiento de Vladimir Putin a la presidencia de Rusia en 1999. El ex agente de la KGB ha alentado la constitución de un bloque de naciones donde ya no importa tanto la ideología, sino ciertas características que alejan a esas naciones de los cánones de la democracia occidental, y que a la postre satisfacen las aspiraciones geopolíticas del gigante euroasiático.
Un denominador común a esas naciones aliadas a Moscú es el afán de sus gobernantes por perpetuarse en el poder, bien sea mediante elecciones amañadas, o violando normas y cambiando constituciones. Claro, cuentan con el ejemplo del propio Putin, un maestro en eso de maniobrar para conservar la presidencia. Hay que recordar que fue presidente de 1999 a 2008, año en el que permitió que un incondicional suyo, Dimitri Medvéded, ocupara la presidencia, mientras que él figuraba como primer ministro. Después, en el 2012, Putin volvió a la presidencia hasta el día de hoy. Y ya se aseguró una enmienda constitucional que le permitirá permanecer en la primera magistratura hasta el 2036.
Esta nueva alianza está sellada por el compromiso de Moscú de ofrecer apoyo militar a sus socios. Un apoyo que ya se ha hecho realidad en Siria, donde las tropas rusas ̶ en especial su aviación ̶ han evitado la caída de Bashar al-Asad. También en Bielorrusia, país sacudido recientemente por protestas antigubernamentales, y donde ya el Kremlin manifestó que tratará de impedir por todos los medios el derrocamiento de su aliado Alexander Lukashenko.
En un contexto similar se inscriben las recientes declaraciones del Ministro de Defensa de Rusia, quien afirmó que su país les ofrecería apoyo militar a los gobiernos de Venezuela, Nicaragua y Cuba en caso de que peligraran los actuales regímenes en esas naciones. Ante tales afirmaciones, la comunidad internacional recuerda con pavor el avance de los tanques soviéticos para aplastar la sublevación popular de Hungría en 1956, y durante la Primavera de Praga en 1968.
Los tiranos que gobiernan los países cobijados por Rusia hacen de las suyas, a veces hasta con innovaciones represivas, al saberse protegidos militarmente por Moscú. Al-Asad y Lukashenko han celebrado elecciones espurias, sin una oposición verdadera que pusiera en peligro su poder. Mientras tanto, en Cuba, escenario del estadio superior de las dictaduras y la sociedad totalitaria, no pasa nada políticamente que altere las simpatías de la cúpula gobernante hacia el gigante euroasiático. Al margen de cualquier elemento económico, basta con que Moscú sea adversario de Washington para que La Habana se identifique con los rusos. Aplicarían aquello de que “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”.
En Venezuela, por su parte, los gobernantes chavistas aceleran los acuerdos económicos con Rusia, al tiempo que realizan grandes desfiles militares ̶ ̶como el efectuado hace poco con motivo de la batalla de Carabobo ̶ a la usanza de los que gusta acometer Putin en la Plaza Roja de Moscú.
Y en Nicaragua el soberbio Daniel Ortega, después de cambiar las leyes del país para poder reelegirse indefinidamente, les ofrece una primicia a sus colegas de los gobiernos dictatoriales: encarcelar preventivamente a los políticos opositores que podrían derrotarlo en los comicios presidenciales.
Por supuesto que otro requisito que deben cumplir estos aliados de Moscú es ser adversarios políticos de Estados Unidos. De esa forma la geopolítica del Kremlin da pasos agigantados para que aflore una nueva guerra fría que tensione las relaciones internacionales.
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