LA HABANA, Cuba. – Quiero iniciar estas líneas haciendo algunas advertencias a los lectores que pudieron quedar algo intrigados tras la lectura del título que escogí para distinguir este texto: primero que todo quiero advertir que no tengo ovarios ni útero; mucho menos trompas de Falopio.
Y ya enterado el lector de esos detalles esenciales que justifican la escritura de este texto, tendrá entonces la certeza de que no tengo menstruaciones ni preciso de almohadillas sanitarias, lo que en Cuba es, sin dudas, una suerte grande. Y ojalá que no suponga el lector algún rastro de misoginia en lo que escribo.
Aquí el asunto es la menstruación y los inconvenientes que acarrea en la Isla. Aquí el problema está en las desventuras que acompañan a las personas menstruantes, pero sobre todo a las muchachas jóvenes que ya tuvieron la menarquia.
Y es que la menstruación en Cuba no es algo normal como en otros lares. Acá la “regla”, como también se le llama, acarrea desasosiegos; y una de las mayores ansiedades que provoca el ciclo menstrual es no haber acumulado antes una buena cantidad de almohadillas sanitarias.
No se puede aplaudir la vitalidad del sistema reproductivo si no se tiene una buena reserva de almohadillas sanitarias. Las “íntimas”, que así son llamadas en Cuba, son esenciales, pero conseguirlas acarrea infinitos dolores de cabeza. Y lo más terrible es que no aparecen en las farmacias, ni en los centros espirituales. Durante años se pudieron comprar, racionadas, en esos dispensarios médicos, pero la cosa se pondría luego feísima.
Hace tiempo, y ya en revolución, las cubanas iban a las farmacias con su libreta de abastecimiento y allí quedaba marcada la libreta con una crucecita que advertía que ya había comprado sus íntimas.
Las personas que menstrúan en Cuba conocen muy bien la odisea que significa hoy conseguir esas “íntimas”. Noches enteras en una cola para llevarse un paquetico a casa, para comprarlas, en un país que se jacta de tener un sistema de salud de “primer mundo”.
Las cubanas se ven obligadas entonces a inventar, incluso a invertir cantidades de dinero que no son nada discretas. Y lo más triste es que ha vuelto esa vieja figura que antaño fuera extremadamente conocida y socorrida a, y a la que se diera el nombre de “gurupela”.
Y ha vuelto al ruedo la “gurupela” que conocieron las abuelas, las bisabuelas y todas las que estuvieron más atrás en estos tiempos de Dios. Ha vuelto la “gurupela”, esos trapitos a los que se recurría para controlar el sangrado, que tras su uso eran lavados y puestos al sol para usarlos en el próximo ciclo menstrual.
La “gurupela” no es un accidente, no es una aventura ni un percance. La “gurupela” es una de las más consolidadas figuras de la vida cubana actual, y bastaría con poner los ojos en las tendederas. Ese trapito que salió de una blusa vieja, del áspero tejido de un pantalón de caqui, de una vieja camisa… es una gurupela. Eso que usted mira es nuestra miseria, nuestra degradación tendida. Eso es la intimidad a la vista de todos, y la intimidad es parte de ese ejercicio que es la libertad.
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