LA HABANA, Cuba. – El 28 de junio de 1969 se produjo en Nueva York la llamada revuelta de Stonewall, una serie de manifestaciones espontáneas y violentas en respuesta a la redada policial en el pub conocido como Stonewall Inn, en el barrio de Greenwich Village. No era la primera vez que las autoridades desplegaban una fuerte persecución contra lesbianas, gais, bisexuales y transgéneros en Estados Unidos. Al acoso policial se sumaba un sistema legal hostil sustentado por prejuicios que alentaban un clima de constante confrontación entre personas homosexuales y heterosexuales.
El incipiente activismo en favor de la comunidad LGBTIQ+, vigente desde la década de 1950, hacía todo lo posible por construir una cultura de convivencia respetuosa y pacífica, pero desde mediados de los años 60 el hostigamiento gubernamental contra todas las minorías había arreciado.
Fue en medio de este clima beligerante que se produjeron los disturbios en el Stonewall Inn, liderado por la comunidad LGBTIQ+ y secundado por desclasados de muy diversa índole. Hasta ese día la persecución y arresto de homosexuales fue algo normal para la policía neoyorquina. Las protestas se extendieron por varios días y fue tan grande su impacto que hoy se les considera el catalizador del movimiento moderno en favor de los derechos LGBTIQ+ en Estados Unidos y el mundo.
Pese a la cercanía, y mientras Occidente daba pasos importantes para desterrar prejuicios, la Cuba de los años 60 marchaba en sentido contrario. Fidel Castro había hablado en tono acusatorio de “pepillos”, “elvispreslianos”, “burgueses” y “afeminados”, poniendo en la mira cualquier expresión heterogénea de la sociedad y, de paso, todo lo que oliera a contracultura.
La naciente Revolución que prometía ser “con todos y para el bien de todos”, arrasó con el ambiente de tolerancia que había existido durante el decenio de 1950 hacia la comunidad homosexual, especialmente en La Habana, donde, según testimonios de la época, había clubes gais.
El nuevo proyecto de Fidel Castro creó las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), en las cuales fueron internados jóvenes que no se ajustaban al arquetipo del verdadero revolucionario. En aquellos campos de trabajo se suicidaron jóvenes religiosos y homosexuales, se cometieron abusos y se infligieron traumas de por vida.
Tres años permanecieron activas las UMAP. A pesar de los horrores allí cometidos, no hubo revueltas contra el poder homofóbico, que continuó realizando purgas de homosexuales en el ámbito estudiantil, laboral y académico. El numeroso grupo social que hubiera podido afirmarse como comunidad LGBTIQ+ en Cuba, huyó a inicios de los años 80 por el puerto del Mariel, tras los sucesos de la embajada del Perú.
Entre aquellas decenas de miles que se subieron a los barcos, y que Fidel Castro tachó de “escoria”, se fue la simiente de un activismo real. Pasaron los años, las rectificaciones de errores, la caída del campo socialista y la gran crisis de los 90. Un nuevo clima de tolerancia ―a regañadientes― se abrió paso en la sociedad, pues el poder se vio obligado a aflojar la persecución extrema de otros tiempos mientras abría la nación al turismo, la industria más liberal y desprejuiciada que existe.
No obstante, el totalitarismo castrista jamás ha permitido acciones educativas y de concientización fuera de su control e interés. Si hoy existe el CENESEX y su “encomiable labor” de protección a personas homosexuales, bisexuales y transgénero, es porque al frente está Mariela Castro, quien lleva años impulsando una agenda política de supuesto cambio de mentalidad para lavarle la cara al régimen impuesto por su tío y su padre.
El colectivo LGBTIQ+ nucleado en torno al CENESEX aparece una vez al año, durante el mes de mayo, elegido por la oficialidad como mes del Orgullo LGBTIQ+. Ese “activismo” se hace presente con eslóganes, banderas multicolores, pulóveres con mensajes de empatía y congas para hacerles creer a los despistados que todo ha sido perdonado y olvidado, que las personas homosexuales, bisexuales y transgénero son felices aquí.
La disculpa jamás ha sido necesaria porque la dispersa comunidad LGBTIQ+ cubana no ha hecho nada por merecerla. Solo la marcha pacífica del 11 de mayo de 2019 en el Prado habanero logró arañar el poderío de Mariela Castro, que pretendió capitalizar la causa por los derechos LGBTIQ+ usando como señuelo el matrimonio igualitario.
Aquella manifestación pacífica, a la cual se sumó mucha gente para nerviosismo de la dictadura, fue reprimida con violencia por agentes de la Seguridad del Estado. Aquel 11 de mayo las personas LGBTIQ+ cubanas fueron lo más parecido a un Stonewall; pero lo cierto es que, aunque lograron visibilizarse, en materia de derechos la ganancia ha sido pírrica.
El nuevo Código de las Familias fue aprobado, y con él el matrimonio igualitario, que de muy poco vale en un país donde las personas, sea cual sea su orientación sexual, disponen de muy escasos bienes y sufren el mayor escamoteo de derechos civiles del hemisferio occidental.
Algunas parejas del mismo sexo y género han realizado uniones civiles, pero aquel activismo que en redes sociales defendió el derecho al matrimonio igualitario, sigue desaparecido mientras Brenda Díaz, una mujer trans que participó en las manifestaciones del 11 de julio de 2021, cumple condena en una prisión de hombres.
Hace pocos días, en Matanzas, seis mujeres transgénero fueron atacadas por un grupo de hombres y la policía se negó a recoger la denuncia y brindarles protección, una muestra más de que la ley en Cuba es letra muerta o peor: propaganda.
Al colectivo LGBTIQ+ cubano la dictadura le ha dado lo que ha querido, cuando ha querido, precisamente por falta de un movimiento cohesionado como aquel que en Nueva York dijo “basta” y comenzó un pulso con el poder del cual emergió vencedor, con respaldo legal para crear sus propias organizaciones en favor de los derechos de los homosexuales. A más de cinco décadas de los disturbios de Stonewall, la comunidad LGBTIQ+ se ha extendido por Estados Unidos, conquistando derechos que hoy, para sus homólogos cubanos, resultan inalcanzables.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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