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MIAMI, Estados Unidos. – Apenas comenzado el 2020, año de la reelección presidencial de Donald Trump, presenciamos un espectáculo cultural bochornoso. Por una parte, censura; por otra, autocensura. En ambos casos, fenómenos ejercidos desde una mezquindad de miedo a nivel intelectual: desde una analfabeticidad atroz que hace igual de patéticas a víctimas y victimarios. Se trata de una prueba más del daño antropológico que está causando la “latinoamericanización” incivil de los Estados Unidos de América. Me explico enseguida.
Se trata de la novela American Dirt (Flatiron Books, Nueva York, 2020), escrita tras una larga investigación sobre el terreno por la autora norteamericana Jeanine Cummins, y traducida al español casi en simultáneo con su publicación en inglés, bajo el título de Tierra Americana. Ambos libros de narrativa constituyen las más recientes víctimas de la avalancha de verdugos del latifundio, Latinos que ya han hecho metástasis en los EE.UU., todos practicantes de ese anti-intelectualismo tan propio de las izquierdas ideologizadas hasta la indecencia. Una izquierda de radicales y resentidos, como todo revolucionario que se respete. Además de ser una izquierda arbitraria, arribista y, en definitiva, abusiva, como todos los socialismos de pura cepa.
Por supuesto, habituado a detectar y deplorar a los castristas mucho antes de que ellos mismos se desenmascaren como castristas, no pude evitar comprar y leerme la novela enseguida. Lo hice en los dos idiomas, para evitar equívocos: American Dirt y Tierra Americana.
Fue un gesto de solidaridad a ciegas con su autora, a quien no conozco ni tampoco me gustaría conocer. Pero, desde siempre, detesto los ataques en contra de los escritores, en especial cuando vienen de las turbas totalitarias. De ahí que, invariablemente, me coja dichas agresiones como si fueran algo personal contra mí. Y es que yo confío de corazón en mi condición de guerrero y en el poder imparable de mi palabra punzante, que no pudieron silenciar a golpes en la Cárcel Cuba y que ningún terrorista del texto va a silenciar ahora, cuando por fin soy ciudadano del Hogar de los Valientes y la Tierra de la Libertad.
Debo empezar afirmando que la novela me gustó bastante, a pesar de tener ese estilo de escriturita tan típica de los best-sellers en lengua inglesa, donde un narrador omnisciente nos lleva de la mano y corriendo desde un narco asesinato masivo en Acapulco, hasta escapar de manera ilegal hacia el único país del mundo que aún encarna la esperanza para los emigrantes de todo el planeta: Estados Unidos de América.
Por desgracia, la autora Jeanine Cummins en persona, acorralada a priori por una corrección política que ha erosionado las bases constitucionales de la democracia y su garante, la economía de mercado, empezó la gira promocional de American Dirt pidiendo un auto humillante perdón, nada más y nada menos que por haber escrito ella su libro.
En efecto, según sus declaraciones públicas, bajo la presión pedestre de una prensa plagada de un antitrumpismo tramposo, Jeanine Cummins trató de poner el parche antes de que saliera la llaga, y afirmó que alguien de piel más oscura que ella debía de haber sido el autor de su novela. La propia autora estaba sumándose así, sabiéndolo o no, a la fatwa de los fundamentalistas que hace rato han dictaminado, al margen de la Ley y del Estado de Derecho, que parecer blancos en Norteamérica es una condición patológica que, desde hoy y hasta el fin del capitalismo global, es el peor pecado de lesa biologicidad.
Pero igual a la novelista Jeanine Cummins le salió la llaga por encima del parche. Como era de esperar, no pudo evitar el escándalo de los escandalosos. De manera que los odiadores profesionales olieron su pánico de mujer a 1959 leguas de distancia, y entonces saltaron en pandilla para denigrar su existencia entera, con esa grosería gregaria de los maras-salvatruchas del marxismo cultural, y desde principios de este año llevan ya dos meses ridiculizando hasta el paroxismo el mea culpa inicial de la novelista. Es obvio que sufren, además, de la carencia crónica de una carrera propia, de una especie de obsesión compulsiva en contra los best-sellers que no hayan sido escritos por ellos.
Pero la cosa no podía quedarse ahí. Los rancheadores-linchadores de esta especie de Ku Klux Klan acusaron a Jeanine Cummins de la carta favorita que ya apenas esconden bajo la manga: la tildaron de racista y xenofóbica.
Es decir, casi la incriminan por la muerte de los niños traídos irresponsablemente por sus padres sin papeles al calvario de la frontera sur estadounidense. Es decir, como corresponde al canon cobarde de los activistas antisistema, casi la culpan de haber escrito su novela a pedido de Donald Trump, quien así podría justificar, primero, la construcción del muro, y acaso luego hasta una invasión militar a México. Y como colofón, mitad facinerosos y mitad fascistoides, obligaron, a través del chantaje étnico y los actos de repudio digitales, a la completa cancelación de la gira promocional de American Dirt y Tierra Americana.
Incluso yo cogí mi respectiva cuota de estigmatización en Internet, tal como la Seguridad del Estado cubana instruye a sus tontos útiles, y enseguida me ningunearon por ser un pornógrafo y reaccionario que, según su victimismo de verdugos, había lanzado una supuesta amenaza de muerte sólo por publicar una parodia en mi blog Lunes de Post-Revolución sobre todo este aquelarre.
Evidentemente, los insidiosos de izquierda se sintieron retados en su caciquismo territorial, porque yo no me mordí la lengua, como Jeanine Cummins sí se la ha tenido que morder desde que comenzó la lapidación de su personalidad. De hecho, yo protesté, en público y en privado, en contra del boicot con el cual estos milicianos de las minorías chantajearon a la librería Left Bank Books de Saint Louis, Missouri, al punto de que esta institución privada tuvo que suspender, con escasas horas de antelación, el lanzamiento de American Dirt, ya vendido a tope de capacidades en la Sociedad Ética de esta ciudad.
En contra de la novela de Jeanine Cummins, no hay un solo argumento amasado por el Ghetto Latino que tenga una pizca de verdad. De esta conspiración antiliteraria son cómplices tanto autores Tex-Mex, que sólo buscan hacerse ricos robándose una tajada del mercado anglófono, como académicos naturalizados que se creen los dueños de una Primera Enmienda que sólo aplica para los votantes de Bernie Sanders (y para los indocumentados). La lógica de la izquierda intolerante no falla: sólo ellos pueden hablar, sólo ellos pueden acusar.
No voy a entrar en mayores detalles. Los envidiosos estéticos dan pena ajena en medio de su infantilización ideologizada. En cualquier caso, la infamia de esta Inquisición del Siglo XXI es repetir y repetir, sin atreverse jamás al diálogo, el mantra de que la novela American Dirt, siendo una obra estrictamente de ficción, representa pésimamente a México. Como si fuera posible representar optimistamente a esa nación fallida, que sólo en el 2019 registró más de 35 000 víctimas mortales documentadas, siendo el año más violento desde que se llevan las estadísticas estatales.
Pero, repito, no me enredaré con detalles sobre la montaña de mentiras que los mediocres han vomitado vil y bilingüemente sobre American Dirt / Tierra Americana. Me basta mejor con recomendar sino su lectura, al menos sí la compra masiva de los libros de Jeanine Cummins en Amazon. En tanto, cubanos sin Cuba, esta es nuestra única manera de contribuir a un debate dominado por los despóticos, donde ninguno de los cubanos libres es bienvenido porque, para esta izquierda infame pro-Castro, los cubanos anti-Castro no merecemos ser considerados ya no exiliados, sino ni siquiera inmigrantes.
Por cierto, ni falta que nos hace.
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