LA HABANA, Cuba.- Con tres temporadas de excelentes presentaciones en apenas año y medio de existencia cuenta ya Acosta Danza, compañía fundada por el bailarín y coreógrafo Carlos Acosta en diciembre de 2015. Tras la premier, ocurrida en abril de 2016, este proyecto que hace confluir todas las posibilidades del mundo de la danza no ha dejado de ganar prestigio.
Entre los días 2 y 5 de marzo el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso” acogió un programa de seis piezas, la mitad estrenos mundiales. A las ya aplaudidas obras Alrededor no hay nada, End of time y Babel 2.0, se sumaron Avium, de la joven coreógrafa Ely Regina Hernández; Nosotros, de Raúl Reinoso y Twelve, del francés Jorge Crecis.
Además del halago que supone para el público cubano ser escogido como crítico primero de los estrenos de la compañía, sobresale el valor añadido de comprobar que Acosta Danza es, definitivamente, un espacio para la renovación y el cruce de ideas. Tanto Ely Regina como Raúl Reinoso han sido vitoreados por el público en calidad de bailarines. Ahora regresan con sendas piezas, de una belleza extraordinaria, para retribuir la confianza en ellos depositada y hacer valer su genio creador.
Avium, descrita por su autora como una pieza neoclásica, conecta de inmediato con el público cubano —balletómano por excelencia— al proponer como hilo conductor el ciclo vital de las aves. Sobre la narrativa audiovisual, diseñada por Luis Ernesto Doñas, se produce el movimiento en escena. La vida de las aves y los seres humanos acontece en mundos paralelos, con sus lapsos respectivos e inexorable final. Pulsando un lirismo de fuerte matiz contemporáneo, Ely Regina combinó su propio ballet con La muerte del cisne, del compositor francés Camille Saint-Saëns. Fue tan orgánica la simbiosis entre el planteamiento coreográfico original y ese clásico de la danza que el público recibió con natural emoción la perdurable melodía y el agónico solo del ave —ejecutado por Raúl Reinoso—, instante final de una hermosa metáfora sobre la existencia.
El segundo estreno de la noche, titulado Nosotros, es una coreografía creada por el propio Reinoso y la bailarina Beatriz García sobre la experiencia acumulada tras varios años de convivencia. Profundamente humana, la pieza evoca los destellos y oscuridades del amor. Según declaró el joven creador a medios oficiales, “todo lo que ocurre en la pieza es real. Fueron momentos verdaderos de conflictos (…) Es una pieza muy sensible, con caricias, miradas que tienen una lectura específica para nosotros”.
Una vez más, la misteriosa congruencia entre el coreógrafo y la bailarina Marta Ortega dejó al auditorio con la sensación de haber presenciado una obra ya madura, fruto del entendimiento entre dos intérpretes hechos a la medida. Todo preciso en su ejecución, desde la música compuesta por José Víctor Gavilondo hasta la intimidad que emanaban ambos bailarines.
El primer acto cerró con la reposición de una de las obras más gustadas dentro del repertorio de Acosta Danza: Alrededor no hay nada, del español Goyo Montero.
El segundo momento de la noche trajo el último estreno de la temporada, Twelve. Anticonvencional en cuanto a forma y concepto, la pieza creada por el coreógrafo francés Jorge Crecis es un prodigio de acrobacia, fuerza y precisión matemática que, afortunadamente, llevaba el sello perenne de la experimentación. Sobre un escenario que de pronto se hizo pequeño para el caos, doce bailarines se trasladaban de manera constante y audaz sobre las tablas, improvisando movimientos, cargadas, saltos, sin dejar de lanzar o atrapar pomos de agua, iluminados por un cuerpo fluorescente.
Una obra liberadora, lúdica, con amplio margen de error y cuya sola regla era mantenerse en movimiento. Parecía hallarse a medio camino entre un acto circense y un juego de béisbol. La dinámica en escena terminó por exaltar al público que aplaudía furibundo cada vez que algún bailarín literalmente “fildeaba” un pomo. Pero más allá del espectáculo había un empeño similar al de los pintores de la abstracción geométrica, en la cual todo giraba alrededor de matemáticas y precisión. Los movimientos en escena eran improvisados pero no al azar, como sujetos a una combinación inextricable para el público, que solo podía apreciar lo obvio.
Con las coreografías End of Time, del inglés Ben Stevenson y Babel 2.0, de la española María Rovira, cerró la tercera temporada de Acosta Danza. Ambas reposiciones fueron igualmente apreciadas por los asistentes, en especial Babel 2.0. Un poco larga quizás para concluir un programa de seis obras, pero los bailarines hicieron que valiera la pena.
Finalizó el tercer ciclo de Acosta Danza con un merecido elogio a sus jóvenes coreógrafos; garantía de que sobra talento, voluntad e imaginación para multiplicar el éxito de la compañía fundada por el primerísimo bailarín Carlos Acosta.