AREQUIPA, Perú.- Alrededor de 1770, el capitán general Felipe de Fons de Viela, Marqués de la Torre, considerado el primer urbanista de Cuba, lideró la iniciativa de dotar a La Habana de su primer paseo. Este lugar fue la Alameda de Paula, así llamado por el hospital erigido en honor a San Francisco de Paula, ubicado frente a uno de sus extremos.
El paseo lo diseñó el arquitecto capitalino Antonio Fernández Trebejo, también responsable de otras notables obras en la colonia habanera, como el teatro El Coliseo (posteriormente Principal) y el palacio de los Capitanes Generales.
La Alameda se extendía desde la calle de los Oficios hasta el hospital mencionado, ocupando el espacio donde más tarde se ubicaría el basurero del Rincón.
En sus inicios, la Alameda de Paula era un terraplén con álamos y bancos de piedra. Con el tiempo, se convirtió en un lugar hermoso y agradable, el más placentero de la ciudad debido a su ubicación y vistas a la bahía, expuesto a los aires frescos.
A pesar de haber sido un vertedero en el pasado, se transformó en un lugar de recreo adecuado para el clima cálido. Este sitio, que parecía destinado a la recreación desde la fundación de la ciudad, fue embellecido por sucesores del Marqués de la Torre.
Entre 1803 y 1805, el Marqués de Someruelos lo embaldosó y decoró con una fuente y asientos de piedra con respaldo enrejado. Décadas más tarde, en 1841, el capitán general Jerónimo Valdés realizó otras mejoras, incluyendo la ampliación de las estrechas escaleras laterales.
La Alameda de Paula experimentó su mayor embellecimiento gracias al ingeniero mexicano Mariano Carrillo de Albornoz, quien, por orden del capitán general Leopoldo O´Donnell en 1845, mejoró el terraplén, las escaleras y los asientos, además de erigir una hermosa glorieta en el parapeto frente al mar.
En honor a estas mejoras, la Alameda fue llamada Salón O´Donnell, aunque este nombre no perduró. Para 1847, se construyó una fuente de mármol muy ornamentada en el paseo, y la columna central de este monumento aún se conserva después de diversos incidentes, incluido el ciclón de 1910 que la derribó y dañó su taza.
Durante su apogeo, las inmediaciones de la Alameda de Paula albergaban lujosas residencias, como las de las familias Luz, los condes de O´Reilly, Barreto, Jibacoa, Casa Bayona, Vallenato y Peñalver, además de los marqueses de Campo Florido y de la Real Proclamación.
Sin embargo, con el crecimiento de la ciudad, el progreso del comercio y el auge del puerto, las clases más poderosas se trasladaron a lugares más tranquilos, dejando la Alameda como punto de encuentro para marineros de diversas nacionalidades.
A lo largo de su historia, la Alameda sufrió varias vicisitudes, incluida una violenta mutilación en 1911 cuando la compañía estadounidense Havana Central instaló muelles y almacenes frente al paseo. Afortunadamente, en 1946 se sometió a una restauración exitosa.
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