SANTA CLARA, Cuba. – Aunque apenas era un adolescente, Antonio Flores recuerda con pesar una imagen que jamás podrá borrar de sus memorias. A pocas horas del paso del terrible huracán Kate por las costas de Villa Clara a mediados de la década de los 80, su familia se apresuró a viajar a Corralillo para tratar de salvar lo poco que hubiera quedado de su casa de veraneo, situada en la playa El Salto, de ese municipio.
Los vaticinios de sus padres eran certeros: la vivienda de madera había quedado parcialmente destruida y todas sus pertenencias dispersadas por el lugar, incluyendo un antiguo refrigerador americano que fue a parar a una laguna colindante. Antonio reside en Florida hace más de dos décadas, pero no logra olvidar las miradas de desasosiego e impotencia de aquellos vecinos que habían perdido su patrimonio de la noche a la mañana.
“Hubo algunas casas de las que nada más quedaron los cimientos, otras perdieron el techo o parte del puntal principal”, cuenta Antonio vía WhatsApp. “Recuerdo a conocidos llorando y a otros que se movilizaron para componerlas lo antes posible: trajeron camiones con madera nueva, cemento, y en poco tiempo lograron levantar una que otra. Los muelles se habían destruido y todas las pertenencias de la gente andaban regadas por toda la costa. Se sentía un olor fuerte a azufre, insoportable”.
El desaparecido asentamiento playero de Corralillo data de los años 20 y 30 del pasado siglo, aunque otras casas más modernas fueron construidas desde finales de los 50 y otras modificadas en las décadas sucesivas. Se trataba de más de un centenar de viviendas, fundamentalmente de madera, enfiladas por todo el litoral en las que residían familias de la zona o bien eran usadas como estancia temporal y de alquiler en los meses de verano.
Julio y agosto se convertían en un convite para los residentes de El Salto y Ganuza y para los que llegaban desde otras zonas de la provincia y hasta de la capital a pasar la temporada. Se celebraban allí bodas, “descarguitas” y fiestas de 15 años; se escuchaba música a solo tres metros del mar, se vivía de la pesca local y de las múltiples atracciones gastronómicas. Durante muchos años fue “el pequeño Varadero” de los villaclareños, en el que coincidían hijos de doctores e ingenieros junto a familias más humildes, en casas de grandes portales o en las de techo de guano.
El huracán Kate ingresó a Cuba a mediados de noviembre de 1985, con categoría 2 en la escala Saffir-Simpson, bordeando la costa norte con vientos máximos 195 km/h y olas en el litoral villaclareño de hasta cuatro metros de altura. Afectó en total a siete provincias donde fueron evacuadas unas 360.000 personas; causó considerables daños materiales a las cosechas, a 2.000 viviendas y dejó el saldo a su paso de dos fallecidos, por lo que está considerado entre los 50 fenómenos de su tipo más demoledores que han azotado a la Isla. El panorama en Corralillo era sobrecogedor: el mar había penetrado con furia en el paraíso veraniego de El Salto y Ganuza destruyendo pilotes, muelles, pequeñas embarcaciones y decenas de aquellas casas de recreo.
“No fue fácil para sus moradores, todo quedó en ruinas”, rememora Estrella Ruiz en el grupo de Facebook “Gente de Corralillo”, en el que a menudo sus integrantes comparten fotos de aquellos años felices. “Es increíble cómo el mar, que fuera el sustento de tantas familias, arrasó con todo. De la casa de mi papá solamente quedó el piso y dos matas de coco que había detrás. Fue muy triste”, resalta.
Sin embargo, luego del paso del Kate, algo peor estaba por sucederles a los propietarios de las pintorescas villas de aquella zona. Los esfuerzos de quienes trataron de parapetar sus casas habían sido en vano. “Yo fui al día siguiente del paso del fenómeno y todo estaba destruido”, recuerda también Wilson Guerra en un post de Facebook. “Los pobladores, muy tristes, pero listos para comenzar la reconstrucción, y llegó lo que nadie esperaba: los reubicaron en otros pueblos y asentamientos, algo que no pasó con otras playas”.
En los días sucesivos una comitiva apareció en El Salto y Ganuza para “convencer” a vecinos y propietarios afectados que entregaran el terreno por el que les otorgaron una irrisoria “indemnización”; a otros los trasladaron a edificios multifamiliares. Varios buldóceres limpiaron por meses el lugar, extinguiendo finalmente lo que el huracán no pudo llevarse consigo.
“Fue El Salto un lugar tan querido que pasé a odiarlo cuando perdimos nuestro derecho a disfrutarlo, porque los recuerdos tan lindos se mezclan con el dolor de saber que no volverán”, agrega Pedro Sosa, otro miembro del grupo mencionado.
Según recuerdan los que allí vacacionaban, fueron varias las justificaciones urdidas para acabar con aquel asentamiento de veraneo: las autoridades alegaron peligrosidad por la cercanía al mar, que afectaba la biodiversidad, que se trataba de una playa pública y que fue construida como zona de descanso de pequeñoburgueses, un “rezago capitalista” que habría que cortar de lleno.
“Te tasaban la propiedad y te daban un dinero por la compra del terreno en dependencia de los metros cuadrados que tuviera”, cuenta Antonio Flores. “Muchas personas se negaron a entregar su propiedad al Estado e, incluso, trataron de negociar con el Gobierno para que les dejara reconstruir la vivienda más alejada de la playa”.
“Conozco amistades de aquellos años que guardan con nostalgia y simbolismo el número de sus casas”, continúa Antonio. “Y otros a los que la impotencia por la pérdida no los dejó regresar jamás allí”.
Dos años después del siniestro, el Gobierno comenzó a ejecutar un programa para la creación de una playa artificial en el sector costero El Salto-Ganuza con la inauguración de una serie de instalaciones y un campismo popular con 193 cabañas de ladrillos y tejas muy cerca de donde cientos de personas tenían sus viviendas.
Sigue nuestro canal de WhatsApp. Recibe la información de CubaNet en tu celular a través de Telegram.