MIAMI, Estados Unidos. – El castrismo castigó duramente la infidencia personal y artística de Nicolás Guillén Landrián. La persecución y los maltratos le ocasionaron perturbaciones mentales por siempre, aunque no detuvieron su incontenible fuerza creativa.
Este año, uno de los más importantes eventos cinematográficos internacionales, el Festival de Cine de Venecia, lo ha resucitado como “clásico”, cortesía del emotivo documental que el cineasta Ernesto Daranas ha titulado Landrián.
Cierta vez un editor trató de convencerme que debía considerar a Santiago Álvarez junto a Nicolás Guillén Landrián como los dos más importantes documentalistas cubanos, a lo cual me negué rotundamente.
Mientras Álvarez se aprovechó de algunos recursos artísticos de su colega, expulsado del ICAIC por practicar el llamado “diversionismo ideológico”, Landrián advirtió temprano sobre la intromisión y el daño del régimen en la vida privada de la gente humilde, mediante recursos formales cinematográficos inauditos para la época, en una filmografía rabiosamente poética.
Ciertamente consultar el programa del festival de cine más antiguo del mundo y ver el nombre Landrián en la rigurosa sección “Venice Classics”, junto a Varda, Visconti, Welles, Losey, Coppola, Saura, entre otros, así como el de dos cineastas que también sufrieron el acoso del totalitarismo comunista como Sergei Parajanov y Andrei Tarkovsky, me produjo una profunda emoción.
La ternura y el compromiso ético de Ernesto Daranas en su inolvidable película Conducta, ahora es parte consustancial del documental Landrián, nueva y reveladora exploración de la poética del genio que se extiende a la aventura insospechada del rescate de sus documentales en la maltrechas y abandonadas bóvedas del ICAIC, que simulan parajes de la tragedia en Chernóbil.
Tanto Gretel Alfonso, esposa de Guillén Landrián, como el fotógrafo Livio Delgado, que trabajó con el director en algunos de sus filmes clásicos, no se andan con eufemismos ni simulaciones al uso para nombrar a quienes entorpecieron y atentaron contra la vida y la obra del cineasta.
El documental tuvo su premier el año pasado en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, ante la indiferencia de la prensa especializada y del público en general que desconocía no solo la historia azarosa del director, sino algunos momentos emblemáticos de su filmografía también proyectados durante el evento, luego de rigurosa restauración.
Fue en el año 2002, gracias a Jorge Egusquiza, a quien se le ocurrió un año antes codirigir el postrer documental de Nicolás Guillén Landrián, Inside Downtown, que pude entrar en contacto directo con el esquivo mito para hacer una presentación especial sobre su obra auspiciado por el Ciclo de Cine Cubano del Miami-Dade College que, a la sazón, fundé y dirigí desde el año 1993.
Luego de su arribo a Miami como exiliado en 1989, Landrián se dedicó en cuerpo y alma a la pintura y la poesía. La idea de hacerlo regresar ante el público como el extraordinario director de cine que era contó con todo su entusiasmo.
Aquel memorable sábado 16 de febrero del año 2002, se presentó Inside Downtown y el legendario Coffea Arábiga en el Campus Wolfson. El público de Miami quedó fascinado ante tal descubrimiento.
Paradójicamente, el documental Inside Downtown, mostrado en los propios predios de ese centro urbano de Miami que Guillén Landrián conocía a la perfección, es tal vez uno de los últimos testimonios de un sitio simple, a escala humana, que en muy poco tiempo sería arrasado por la ambición urbanística y de bienes raíces.
Ante la expectativa levantada por el casi olvidado director de cine, condenado durante su vida aciaga ―como ha dicho Gretel Alfonso― a ocho años de prisión intermitente en El Morro, el Hospital Psiquiátrico de La Habana, el Combinado del Este y la Isla de la Juventud, propuse un homenaje de más rango que incluyera otros de sus documentales, así como una muestra de su pintura, en el Teatro Tower de la Pequeña Habana, por entonces bajo la administración del MDC.
El 25 de noviembre del 2002 se inauguró la exposición y el 29 el público pudo maravillarse con una interpretación cinematográfica inusual de la atribulada sociedad cubana de los años 60 y 70, donde la dictadura imponía parámetros sociales, políticos y económicos perturbadores para la idiosincrasia criolla. En un barrio viejo (1963), Ociel del Toa (1965), Retornar a Baracoa (1966), Coffea Arábiga (1968) y Taller de Línea y 18 (1971) fueron la prueba más rotunda de su arte.
Durante esas jornadas Nicolás Guillén Landrián sintió la felicidad de volver a ser reconocido por lo que acontecía en la pantalla, donde se veía fielmente reflejado.
Se retrató con familiares, amigos y otros interesados en su particular estética. Era la primera vez que podía disfrutar públicamente parte de su filmografía gloriosa, cancelada o vilipendiada por la obtusa represión castrista.
Era un hombre muy presumido y culto, consciente del nuevo amanecer que acontecía alrededor de su figura. Al año siguiente, el joven director Manuel Zayas me pidió que le hiciera en Miami la entrevista a Guillén Landrián incluida en su documental Café con leche.
Al humilde apartamento que compartía con Gretel, concurrimos mi colega Lara Coger y un camarógrafo. La jornada resultó ser fascinante para todos, pues el director se dio gusto recordando momentos memorables de su creatividad incontenible y no se amilanó para referir los capítulos turbulentos.
Ese día privilegiado pude ver a un artista que no entendía de derrotas y ya estaba muy consciente de la importancia de su legado para la cultura cubana del futuro, unos meses antes de fallecer el 23 de julio del año 2003.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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