LA HABANA, Cuba. — El 8 de mayo de 1589 un colono español llamado Hernán Manrique de Rojas solicitó al cabildo de la villa de San Cristóbal de La Habana establecer una estancia en la zona de extramuros con el objetivo construir la Zanja Real, primera obra de ingeniería que se llevó a cabo en la Isla.
La unidad territorial llevó por nombre El Cerro, y en los años venideros demostraría su importancia para el desarrollo de la ciudad que se convertiría en capital de todos los cubanos. Gracias a la Zanja Real —concluida en 1592— surgieron los primeros ingenios de azúcar, los molinos de rapé y otras actividades que fueron conformando la incipiente economía insular. También en El Cerro se construyeron, en el siglo XIX, los acueductos Fernando VII (1835) y Francisco de Albear (1893).
Para el año 1754 El Cerro era un paraje semiurbano con casas de paja y calles de cascajo. A finales de siglo sus vías de acceso fueron mejoradas para facilitar la comunicación con las zonas de Marianao y Vueltabajo, lo cual atrajo a nuevos pobladores.
En La Habana aumentaban el hacinamiento, el ruido y la insalubridad, de modo que la población comenzó a expandirse hacia las áreas fuera de la muralla. El Cerro se convirtió entonces en la primera barriada extramuros de la capital cubana. Sus habitantes se multiplicaban y con ellos también aumentó el comercio.
Dentro de lo que ya se perfilaba como una municipalidad en toda regla, surgieron los barrios Carraguao, Jesús del Monte y Guadalupe, entre otros. A principios del siglo XIX, algunos propietarios acaudalados comenzaron a construir lujosas viviendas con la intención de fomentar un barrio residencial. Para la década de 1830 ya El Cerro era una localidad de moda, altamente cotizada por su proximidad al centro de la ciudad.
Su desarrollo urbanístico y pujanza económica trajo consigo nuevas tipologías arquitectónicas, como las casas quintas y los palacetes. A pesar de tanto maltrato y abandono, El Cerro sigue sorprendiendo con los restos de la belleza que alguna vez lo ocupó por completo. Muchas de aquellas casas espaciosas, iluminadas y ventiladas, con sus pórticos, corredores y jardines, su herrería colonial, sus mármoles, vitrales, patios y fuentes, permanecen en pie como testimonio de un pasado orgulloso que se extendió a los años de la República, aunque para entonces El Vedado habanero se había convertido en el barrio más chic, predilecto por las clases acomodadas.
El Cerro, sin embargo, mantuvo cierta preeminencia como lugar de retiro, gracias a su hermoso entorno. Continuó siendo, además, uno de los territorios de mayor actividad comercial y desarrollo social, donde se construyeron hospitales de renombre y establecieron importantes fábricas de calzado, jabones, perfumes, fósforos, refrescos y cervezas. El Cerro tiene la llave y también el estadio de béisbol más grande de Cuba, construido en 1946 y bautizado como Gran Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano.